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dissabte, 8 de febrer del 2025

Champaña

La tierra del champán

He vivido dos años en Francia y la he visitado en muchas ocasiones, pero nunca había estado en la Champaña. Así que nada mejor para acabar 2024 que descubrir esta región agrícola de fama mundial. Bruselas está a unas tres horas de Reims, por lo que salimos temprano para aprovechar los tres días que le dedicaríamos.

La zona se llama así no por la burbujeante bebida, sino por cómo la llamaron los romanos: Campania o "tierra de llanuras" en latín. Y de ahí, pasó a Champaña. Ahora, legalmente ni siquiera es reconocida, ya que forma parte del departamento del "Marne". Pero es mundialmente famosa por el hecho de que la normativa francesa solo permite al vino espumoso de esta región llamarse "champán", que además debe seguir un método de fermentación y embotellado muy estricto para poder llamarse así. Además de por la famosa bebida, la región es también famosa por ser el corazón del antiguo reino franco que dio origen a Francia. 

Sea como fuere, nos quedamos en la ciudad más grande, Reims, aunque la considerada capital del champán es Épernay, por ser la que más bodegas alberga. También la visitamos. Pero empecemos por el principio.

Coronaciones y cavas de champán.

Para explorar la ciudad (y la región) los hoteles de la alargada Place Douet d´Erlon de Reims son ideales puesto que además de existir un parking público para dejar el coche es fácil recorrer a pie desde aquí casi toda la ciudad. Al llegar almorzamos en el Café du Palais, un popular e informal local art-nouveau lleno de trastos donde tomar platos rápidos como un steak-tartar o el famoso jamón de Reims, que es paleta de cerdo deshuesada y cocida en un caldo especial cubierta con pan rallado. Se sirve con patatas cocidas, trozos de quesos franceses y ensalada. Y de postre, su baba au rhum es simplemente enorme y lo sirven con un chorro (muy) generoso de ron de la isla francesa de la Martinica.

Tras la abundante comida nos fuimos a explorar la ciudad empezando por su joya: la catedral de Notre-Dame de Reims, donde se coronaron a decenas de reyes de Francia durante mil años, empezando por Clodoveo I, que fundó el reino franco a finales del siglo V iniciando esta tradición. Esta maravilla gótica, junto con la antigua abadía de Saint-Remi y palacio de Tau son considerados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Y ello por la notable aplicación de las nuevas técnicas arquitectónicas del siglo XIII y la armonía entre las esculturas y otros elementos que convierte a la catedral en una obra maestra del arte gótico. Lo cierto es que impresiona la bella nave y vidrieras, sobre todo si te imaginas la coronación del rey Carlos VII con Santa Juana de Arco a su lado en 1429. La pena es que gran parte del edificio es una reconstrucción de 1938 pagada por la familia Rockefeller, ya que la catedral original de 1211 fue gravemente dañada durante los bombardeos alemanes de la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, su esplendor abruma y no hay que perderse las increíbles obras de arte que guarda en su interior, como una impresionante vidriera diseñada por March Chagall o la estatua a Santa Juana de Arco.

Pero más allá de coronaciones y gótico, la región se hizo famosa desde que en el siglo XVII el monje benedictino Dom Pierre Pérignon perfeccionó el proceso de usar una segunda fermentación para hacer que un vino mediocre adquiriera gas. Estas tierras con suelos ricos en tiza son muy fáciles de excavar por lo que ya los romanos construyeron grandes depósitos que se mantenían a una temperatura constante de -12 grados todo el año. Perfecto para almacenar comida... y vino. Mientras los romanos aprovechaban esta interesante característica se aliaron con los remos, tribu original del lugar, para contener a los más agresivos galos y mantener la cercana frontera (limes) con la Germania Superior segura.

Empezamos nuestra ruta de las cavas por la Maison Ruinart, una compañía que empezó siendo familiar pero que hace unos años fue adquirida por el conglomerado del lujo LVMH. Aunque lo interesante es que sigue manteniendo muchas de sus características de champán nicho por lo que tours y catas son mucho más profesionales y dirigidas a un público más sofisticado. Llegamos a una reformada entrada-tienda-bar ultramoderno construido el año pasado al lado de la mansión (chateau) histórica de la familia, a su vez construida encima de las cavas.

Muchas de estas cavas también sirvieron de refugio a los primeros cristianos para reunirse cuando aún eran perseguidos por los romanos. Hoy ya no hay cristianos rezando sino millones de botellas fermentando: cada año salen de aquí 300 millones de botellas que riegan de euros y trabajo a la zona.

Tras recibirnos una de las expertas catadoras de la casa, nos condujo a una sala privada decorada con un gusto contemporáneo exquisito donde nos daría las primeras explicaciones con las que no os aburriré pero que me permitieron entender y apreciar mejor esta burbujeante bebida fermentada.

Tras las interesantes explicaciones descendimos 38 metros por unas escaleras a las canteras romanas del siglo IV ahora usadas para fermentar champán donde vimos como algunas botellas se van girando de forma manual y otras por máquinas. Hay botellas que se guardan hasta 15 años madurando antes de su degüelle. Por cierto, desde los años 60 el degüelle se realiza congelando el final de la botella una vez, de tanto girarla poco a poco durante meses, se ha conseguido colocar todo el residuo de levadura y/o azúcar en el cuello. Se extrae ese cubito de hielo y la botella se tapona, lista para comercializar.

Seguimos por las secciones medievales y, por supuesto, por otras mucho más recientes. Estas bodegas, junto a los viñedos y ciertas casas de Champaña forman parte de un conjunto de lugares declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Y ello por ser aquí donde nació el método de producción de vinos espumosos mediante una segunda fermentación en botella, iniciada en el siglo XVII y aplicada precozmente a escala industrial desde el siglo XIX. De los viñedos a las bodegas subterráneas donde fermenta el champaña y las sedes de las empresas que lo comercializan, conforman la totalidad de las fases de producción de este renombrado caldo. 

En la ruta nos explicaron otras curiosidades como que la presión en una botella de champán puede alcanzar seis atmósferas tras la segunda fermentación por lo que una de cada 10.000 botellas acaba explotando. Por eso se apilan de una forma que si explota una no provoque una reacción en cadena. Por suerte ninguna explotó en nuestra cara esa tarde.

También vimos algunas obras de arte que realizan artistas cada año bien regados de fondos de las casas de champaña. Me impresionó una contemporánea escultura sencilla con metales y bombillas que, conectada a una Inteligencia Artificial que tiene acceso a termómetros, medidores de viento y pluviómetros en la superficie. La IA traduce todos estos datos para crear iluminación y sonido en la cava que "imite" el tiempo atmosférico en el exterior de una forma artística increíble,

Finalmente, volvimos a la superficie en un moderno ascensor que parecía sacado de una película de James Bond y que en unos segundos atravesó las rocas y nos devolvió a la cómoda sala con la enorme mesa redonda donde realizamos una cata muy profesional de varios tipos de botellas Ruinart. 

Un poco achispados nos dirigimos al restaurante estrella Michelin donde teníamos reserva: "Le Millenaire". El chef Benjamin Andreux se inspira en recetas provenzales (es decir, del sur francés) pero usando ingredientes champenoises según la estación del año, por lo que la mezcla es maravillosa. Las carnes, verduras, pescados, mariscos y postres que van desfilando en uno de sus menús degustación, acordados por vinos franceses sublimes, es una experiencia muy recomendable.

Tras la cena, nada mejor para bajarla (aunque tampoco fue pesada) que un paseo nocturno por las elegantes calles del centro de Reims. La decoración navideña se unía a la bella iluminación habitual de muchas fachadas, como las de la deslumbrante y neoclásica Place Royale, construida en la época de Luis XV. Volví a recordar por qué Francia sigue siendo mi país favorito. Eso, o que tras la cata y la cena iba más contento que de costumbre.

Taittinger y la abadía de Saint-Rémi.

Al día siguiente teníamos visita en otra gran casa de champán :la Maison Taittinger. Se trata, esta sí, de una gran casa que sigue siendo propiedad familiar y se resiste a ser comprada por los conglomerados multinacionales del lujo. Aunque esta casa se fundó recientemente, en el siglo XX, también posee cavas romanas y medievales. De hecho, sus cavas revisten una especial importancia en la historia de Reims por haber sido usadas como refugio, escuela y hospital durante la Primera Guerra Mundial. Aún se ven grabados en las paredes de tiza referencias a la resistencia de la República Francesa aquellos años tristes.

Nos volvieron a explicar todo el método incluyendo el remuage (giro de botella) o el dégorgement (extracción de sedimentos a -25 grados) que os he contado hace un rato. Y que parte de las cavas están en canteras romanas del siglo IV y otras fueron ampliadas por monjes benedictinos en el siglo XIII. Luego subimos al moderno bar para la degustación, mucho más aburrida que la de Ruinart, donde también vimos las botellas que Taittinger encarga diseñar cada año a un artista. Me gustó mucho la de Roy Lichtenstein de 1990.

Al salir, y ya que estaba cerca, aprovechamos para visitar la antigua abadía donde yace los despojos mortales de Saint-Remi (440-533), el arzobispo que instituyó la unción sagrada de los reyes de Francia. Su importancia radica en que ha conservado una hermosa nave románica del siglo XI, enorme para su época. Este arzobispo fue el que bautizó al cristianismo al rey franco Clodoveo I junto a 3.000 de sus guerreros en el año 400. En el centro de la basílica destaca el gigantesco candelabro visigótico colgante con 96 velas, una por cada año de vida del santo.

La cuna del champán y su futuro innovador.

Tras un frugal almuerzo cogimos el coche de nuevo para visitar Épernay cruzando las montañas de Reims a través de la ruta turística del champán. Las colinas de pelados viñedos cubiertos de niebla alternados con frondosos bosques ofrecían un bello paisaje invernal. De camino paramos en el coqueto pueblo de Hautvillers para ver la humilde tumba de Dom Perignon, inventor del champán actual. Se encuentra en la iglesia de la abadía del pueblo humilde pero muy interesante, donde tambien algunas bodegas independientes ofrecen catas.

Tras la parada técnica, llegamos a Épernay, localidad que se articula a lo largo de la famosa avenida del champán, bajo la cuál se extienden 100 km de bodegas subterráneas llenas de más de 200 millones de botellas de champán madurando a la espera de ser descorchadas. Es interesante entender que el 60% de las botellas de champán se consumen en Francia, así que solo el 40% se exportan al resto del mundo, en una demanda que no deja de crecer (y así van subiendo los precios también).

Como no teníamos mucho tiempo optamos por curiosear la más famosa, que bajo su techo agrupa dos de los nombres más conocidos a nivel internacional: Dom Pérignon y Moët&Chandon, ambas también del grupo LVMH. En el hall tenían los escudos de las casas reales a las que proveen, incluyendo la española. Y su moderno bar es también digno de verse: ahí es posible pedir una copa del exclusivo Dom Pérignon y hasta tienen en una vitrina uno de los gorros que usó Napoleón.

Acabamos este periplo visitando una bodega muy independiente  y alternativa: la Maison Leclerc Briant. Aquí solo emplean mujeres para recolectar sus viñedos y fermentar sus caldos. Además, no usan azúcares añadidos para fermentar. Y no solo fermentan en botella: también lo hacen en barricas de madera, cristal, tiza, barro e incluso oro. En Leclerc Briant no usan plásticos en ninguna fase de la recolección ni producción y tampoco pesticidas para sus viñedos.

Conscientes de que el cambio climático ya está poniendo en peligro los niveles de azúcar óptimos de las uvas que hasta ahora se usan para hacer champán, ya están experimentando con otras uvas y otras técnicas para adelantarse. También a otras maneras de fermentar: por ejemplo, tienen una línea que sumergen durante meses en el océano para obtener una fermentación diferente.

La guía era un poco caótica pero muy simpática eso sí, y sus explicaciones tremendamente interesantes. La visita fue muy diferente a las dos anteriores, mucho más auténtica. Y la cata también: los champanes de Leclerec Briant son muy diferentes a cualquier otro que hayáis probado, especialmente el fermentado bajo el mar que es exquisito.

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Me encantó descubrir la región, y ello pese al frío desagradable que hacía o que los viñedos estuvieran pelados. Volveré para ver otras "maisons", recorrer la famosa avenida del champán de Épernay bajo el suelo y ver los viñedos llenos de hoja y uvas justo antes de la vendimia, a finales de agosto. Viviendo en Bruselas no es nada difícil. Y de paso comprar algunas botellas de champanes curiosos y difíciles de encontrar, como el fermentado bajo del mar. ¡Chín, chín!

dilluns, 3 de febrer del 2025

Alta y Tromsø

Primera vez en el Círculo Polar Ártico

Gracias a los vuelos directos entre Bruselas y Tromsø es relativamente sencillo llegar al interior del círculo polar ártico. Nunca había estado en esta región de la Tierra, y menos en invierno, y el caso es que esta ciudad es considerada la puerta al Ártico por sus temperaturas relativamente moderadas (comparadas con el resto de tierras árticas) así como por los servicios que ofrece. Además, su aeropuerto y puerto actúan como hubs para seguir adentrándose en la región. De hecho, nosotros al llegar tomamos otro vuelo regional a Alta, una ciudad aún más al norte. ¿El motivo? Varios: queríamos maximizar las posibilidades de ver la aurora boreal (hace falta estar muy al norte y tener la menor contaminación lumínica posible), tener la experiencia de dormir en uno de los pocos hoteles de hielo que existen en el mundo y de paso curiosear un patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO: el arte rupestre de Alta.

Finales de diciembre y principios de enero son las semanas de máxima oscuridad ya que se produce la noche polar en las que no sale el sol (no hay amanecer) y tan solo hay luz en el cielo (indirecta) durante unas cuatro horas al día. Así que, allá que volamos.


Alta

Situada en el fiordo con su mismo nombre, esta minúscula ciudad tiene todo lo que un viajero puede necesitar pero, a la vez, garantiza que a pocos minutos de su centro urbano se encuentre paisajes con oscuridad total para ver las auroras boreales sin problemas. No por casualidad, Alta fue donde se empezó a investigar la aurora boreal en el siglo XIX. Es un lugar cómodo porque pese a estar tan al norte cuenta con temperaturas "templadas" gracias a las corrientes oceánicas. Y por "templadas" me refiero que igual en enero tienes 10 grados bajo cero cuando en la misma latitud en otros lugares del interior de Noruega o de Canadá o Rusia están a menos 25. 

En lo que se refiere a transporte, el aeropuerto de Alta está muy cerca de la ciudad. Si sois dos o más, los taxis no son excesivamente caros según los precios noruegos, así que si es invierno, mejor ahorraros rollos de cadenas y coches de alquiler. Podéis pedir taxis por la app Taxi Fix que funciona bastante bien.

Aprovechamos esa mañana para ir a ver el arte rupestre de Alta, un conjunto de petroglifos del fiordo que conserva las huellas de un asentamiento humano de hace más de 7.000 años y siguen en buenísimo estado casi como las dejó la persona que las cinceló. Miles de pinturas y grabados nos permiten conocer mejor el medio ambiente y las actividades humanas de los tiempos prehistóricos en los confines del Gran Norte. Pero el problema es que en invierno casi todos estos petroglifos están cubiertos por la nieve. Por suerte, el museo de la ciudad, anexo al valle donde están los grabados, contiene algunos originales que guarda en vitrinas, por lo que algo pudimos ver: representan diversos motivos, pero lo más impresionantes son los de arces o pescadores en sus barcos. El museo además da contexto con audiovisuales muy chulos, explicaciones del porque de los petroglifos, de cómo los dibujaron y otros restos de aquellos habitantes.

En el museo también se explica científicamente la formación de las auroras boreales así como hechos históricos como el desalojo al que obligaron los nazis a la población local o el conflicto con los Sami por la construcción de una presa que desembocó en la formación del Parlamento Sami. Está muy bien para entender la historia de la zona y su tienda de recuerdos también tiene cosas chulas, y además, estaba acondicionado como búnker anti radioactivo para la población ante un potencial ataque. La invasión nazi y las amenazas rusas han hecho que los noruegos estén más que preparados y entrenados para resistir una posible invasión y eso se observa en el propio museo y su arquitectura.

Al salir tomamos un taxi y nos dirigimos al insulso centro de la localidad, donde solo destaca la Nordlyskatedralen o catedral de la Aurora Boreal, una curiosa iglesia con formas redondeadas recubierta de titanio plateado. No pudimos entrar por estar ese día cerrada al público.

Para almorzar, entramos en el Stakeriet Mat og Vinhus, un restaurante de comida fusión con ingredientes locales donde compartimos una ensalada de remolachas con queso de cabra de Alta. Estas raíces tuberosas son parte básica de la dieta noruega por su fibra, vitaminas y antioxidantes, y la facilidad de crecer rápido en meses sin sol. Como plato principal opté por el pytt i pane, que es un revuelto de patatas, salchicha, jamón y cebolla salteada con un huevo frito encima que comen los noruegos a menudo durante los meses fríos.

Tras comer, hicimos una visita rápida a un supermercado local para avituallarnos de salmón local (dicen que el mejor del mundo) y otros ingredientes para cocinarnos la cena y ya nos dirigimos a nuestro primer alojamiento en el que nos quedamos las dos primeras noches: una casita transparente perfecta para ver la aurora boreal desde la cama. En el rancho "Flatmoen Farriers" alquilan cuatro de ellas, y además con jacuzzi caliente para verlas también desde ahí. ¡Nosotros vimos la primera desde la cama la segunda noche, que salió a la una y media! Además de las auroras, poder ver el cielo con las estrellas tan claras y en silencio es también maravilloso.


En las pocas horas de luz (recordad, no sale el sol) están bien para pasear y descubrir las decenas de tonos que tiene el color blanco. Ahí entendí porqué las lenguas polares tienen tantas palabras para describir este color.

Sorrisniva

La tercera y cuarta noche dormimos en una pequeña población remontando el río Alta: Sorrisniva. Ahí se alza un estupendo hotel de estilo nórdico contemporáneo que, además, desde noviembre a marzo construye un anexo completamente hecho de hielo en el que tomar una copa, casarse (tiene una capilla) o incluso dormir en una de sus habitaciones de hielo. Nos quedamos a dormir una noche por vivir la experiencia pero, honestamente, no la recomiendo. Hay que dormir en duras camas de hielo cubiertas de pieles de reno que huelen regular y además en sacos de dormir en los que moverse lo menos posible. La temperatura constante es de menos cinco grados por lo que si respiras dentro del saco se condensará el aire mojándote y si lo abres un poco se colará aire helado. Además, para ir al baño hay que salir al hotel principal. Toda una incomodidad. Eso sí, al día siguiente tras la ducha nos fuimos directos a la sauna del hotel a recalentarnos. En cualquier caso, lo mejor es comprar la entrada de visita y disfrutar de su bar mientras se curiosean las habitaciones, sobre todo las suites, con esculturas muy curiosas. Pero a la hora de dormir mejor ir a las habitaciones del resort invernal, de un precioso diseño escandinavo y mullidas camas, con balcones a la naturaleza salvaje del valle.

De hecho, la arquitectura nórdica del hotel se fusiona perfectamente con la naturaleza. Cuando estábamos tomando el té la tercera tarde, el personal del hotel bajó las luces y nos avisó que la aurora boreal se estaba viendo perfectamente al salir del hotel: fue estupendo aunque esta vez hacía falta el móvil para ver el color de la mayoría de ellas, a diferencia de la que vimos la segunda noche, que fue a ojo desnudo.

El resort ofrece también dos restaurantes en los que degustar ingredientes locales. Optamos ambas cenas por el restaurante Lavvu que representa en madera el diseño de una tienda Sami y que en el centro tienen una agradable chimenea. La primera noche cené unos raviolis de cangrejo rey de entrante y de principal reno al horno con peras, setas, puré de apio y salsa de arándanos rojos. La segunda empecé con col de Tangen al horno con queso Hovding Sverre, alubias blancas, berros y puré de mantequilla para seguir con un filete de fletán con espuma de masa madre, brócoli, avellanas y cebollas encurtidas que estaba exquisito.

Los desayunos son abundantes, también con ingredientes dulces y salados del lugar, destacando la máquina y masa para prepararse auténticos waffles noruegos, mucho más ligeros que los belgas y con forma de copo de nieve, que se pueden acompañar con mermelada natural de molte, las moras anaranjadas de toque ácido.

Finalmente el resort ofrece todo tipo de actividades a unos precios elevados de la que optamos por el  tour de "cazar" auroras que tampoco recomiendo: no vimos ninguna y pasamos un frío increíble. Mejor dad paseos con luz y de noche por la ruta indicada alrededor del río, que incluye tramos por encima del río congelado que dan algo de miedo. El frío es tenaz, a mi se me congeló el bigote ya que estábamos a menos 19 grados. Pero el paisaje y el silencio solo roto por el murmullo del agua valen la pena.

Tromsø

El último día lo pasamos en Tromso, la ciudad desde la que salía nuestro avión de vuelta. Paseamos por su calle principal en la que está su catedral, el edificio de madera más grande de Noruega. En una de sus plazas principales hay una estatua a Roadl Amundsen, pionero de la exploración polar. fue el primero en navegar el paso del noroeste en barco o en volar el polo norte. Se le homenajea porque en 1928 partió desde Tromso al rescate de un explorador italiano y nunca más volvió. 

Tras el paseo por el centro, donde nos llamó la atención el número de grandes tiendas de souvenirs de dudoso gusto, nos dirigimos hasta el Fjellheisen, al otro lado del fiordo. Es un teleférico que en pocos minutos os subirá a más de 500 metros para ver unas vistas increíbles de la ciudad, fiordo y montañas que la rodean. Cuando os heléis (porque arriba el frío es mucho más intenso), refugiaos en la cantina con vistas donde calentarse con un chocolate ardiendo.

Tras descender, paseamos por el tranquilo barrio de Tromsdalen hasta llegar a la moderna Ishavskatedralen o "catedral del Ártico", símbolo de la ciudad con su fachada triangular de 35 metros y techo de aluminio y cemento blanco. Sus formas se inspiran en las montañas que la rodean y los icebergs que a veces pasan por el fiordo. Simboliza la conexión entre naturaleza y espiritualidad.

Cruzamos el Tromsobrua a pie para seguir disfrutando del paisaje y volver al centro de la ciudad ya con hambre, aprovechando para dirigirnos a Mathallen, un restaurante noruego fusión maravilloso que tenía un espectacular menú del día de almuerzo con un lomo de skrei con col cremosa, hongos y mahonesa de mejillón. El skrei es un tipo de bacalao que se pesca entre enero y abril en el norte de Noruega. Se le considera "oro blanco" por su tierna textura y sabor. Estaba increíble.


Una de las cosas que más me ha impresionado de Noruega son sus paisajes y naturaleza salvajemente fría y blanca pero a la vez, verde y llena de vida. Estoy seguro que en verano es aún más bonita. Pero el frío que pasé en algunos momentos valió muchísimo la pena. Y también su gastronomía, que es excelente, quizá comparable al nivel de Japón. Estoy seguro que volveré para explorar el país en otros momentos del año y otros de sus rincones y sabores.