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dimecres, 29 d’octubre del 2025

Potosí, Sucre y Uyuni

Chuquisaca y Potosí

Además de La Paz, tuve la enorme suerte de pasar casi tres semanas en dos de los departamentos más interesantes de Bolivia: Chuquisaca, un departamento cuya capital, Sucre, es también la capital constitucional del país y una de sus ciudades más bellas; y Potosí, en pleno altiplano, también cargado de historia, con paisajes espectaculares y dos puntos clave en cualquier visita al país: la ciudad minera de Potosí (que llegó a ser la más habitada del mundo en el siglo XVII) y el icónico salar de Uyuni.

Para llegar hasta aquí tenéis básicamente dos aeropuertos: el de Sucre y el de Uyuni, ambos conectados con vuelos a La Paz y Santa Cruz de la Sierra, aunque el de Sucre casi siempre requiere de escala en Cochabamba para llegar a ambas. Los traslados internos los recomiendo hacer con un coche alquilado con chófer: Bolivia es el país con mayor siniestralidad en carretera del mundo, por lo que mejor dejarlo todo en manos de profesionales. Y siempre circular de día, ya que las carreteras de estas zonas no están iluminadas.

Aterrizaje en la ciudad blanca

La ciudad más bella de Bolivia, y su actual capital constitucional (aunque solo sea sede del poder judicial) es Sucre, una de las primeras ciudades americanas que proclamó su independencia de España, y fue la primera capital de Bolivia hasta que en 1898 perdió la sede del poder ejecutivo y legislativo en favor de La Paz. Nada más llegar me sorprendió por su vitalidad y buena energía y el blanco refulgente de sus casas.

Se fundó en 1538 por Pedro Anzures por orden de Pizarro como Ciudad de la Plata de la Nueva Toledo. Tras la independencia de España, la ciudad se rebautizó como Chuquisaca, nombre quechua que finalmente se volvió a cambiar en 1839 cuando se le bautizó en honor al militar venezolano y líder de la independencia sudamericana, Mariscal Antonio José de Sucre, que además fue el segundo presidente de Bolivia.

No le llaman la ciudad blanca por casualidad: cada año, por ley, las paredes del centro histórico deben repintarse de un blanco reluciente, que generan un bellísimo contraste con el rojo intenso de sus tejas. Cuenta con numerosas iglesias bien conservadas de esa época como las de San Lázaro, San Francisco y Santo Domingo o el impresionante oratorio de San Felipe Neri, que ilustran la mezcla de las tradiciones arquitectónicos locales con los estilos importados de Europa.

Nos instalamos en el bello parador Santa María la Real, antigua sede del poder judicial de esta parte del imperio español, ya que antes de ser hotel este palacete acogió la Real Audiencia de Charcas. Este edificio se ha reconvertido en un elegante establecimiento donde desayunar en un salón en el que antes juzgaban casos de todo tipo.

Y empezamos la visita por la bellísima y bien cuidada plaza 25 de Mayo, en la que se encuentra el único edificio al que sí o sí se debe entrar: la Casa de la Libertad. Aunque fue sede de la antigua Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, y antes capilla de un convento jesuita, aquí se reunió el primer parlamento boliviano que declaró su independencia de España. En la elegante sala hay enormes cuadros de los héroes y heroínas de la independencia así como el acta de independencia del Alto Perú, que luego se rebautizó como Bolivia en homenaje al héroe independentista. Y eso que Bolívar nunca quiso dicho honor. De hecho, él propuso que la nueva república se llamara Azurduy, en honor a Juana Azurduy de Padilla, gran heroína y madre de la patria, que comandó a miles de hombres y a la que se nombró Mariscala de la República a título póstumo por el gobierno boliviano.

En otra de las salas cuelgan los retratos de todos los presidentes de Bolivia, incluyendo el de Evo Morales o del eterno candidato a la reelección Jorge "Tuto" Quiroga. Visitad el edificio con una de las guías que, voluntariamente, lo explican todo súper bien.

También es interesante cruzar al cercano antiguo Palacio del Gobierno Nacional, ahora sede del poder provincial de Chuquisaca, pero que guarda gran esplendor y cuyas vistas de la plaza desde su estructura metálica son preciosas

Otro tejado al que recomiendo subir es al de San Felipe Neri, no sólo por las vistas, sino también por la propia belleza de este antiguo convento ahora colegio privado. Haced la visita guiada también.

Y hablando de comida, en Sucre hay que probar el saice, guiso típico a base de carne picada, arvejas, papa y zanahoria en ají colorado y comino, con tomate y cebolla natural por encima. Y luego beber un expreso de cacao amazónico, uno de los mejores del mundo, que preparan en la "Chocolatería Para Ti". Allí también se pueden comprar bombones y tabletas de chocolate de todos los sabores: desde picante ají y crujiente quinoa a sabroso coco, curiosa sal de Uyuni o el de hojas de coca.

Y es que Sucre tienen un panorama gastronómico increíble: no os podéis ir sin disfrutar de un menú degustación en el "Proyecto Nativa", un restaurante minimalista en el que usan todo tipo de ingredientes bolivianos preparados de forma innovadora y que por ello ya aparece en la lisa Latam 50 Best de la revista Restaurant. Y si no tuvieran mesa, otra alternativa es el "Restaurant El Solar", con un menú de ocho pasos también basado en ingredientes bolivianos exquisito. Ambos restaurantes se basan en el aprendizaje de sus chefs del concepto y técnicas de Gustu, el mejor restaurante de Bolivia que visité en La Paz.

Rumbo a Potosí

Tras unos días en Sucre, tomamos la carretera que lleva a Potosí y pasamos por unos espectaculares valles altoandinos de película antes de llegar a la ciudad más alta del mundo a 4100 metros de altura. Aquí se concentraron más habitantes que París o Londres: 160.000 personas en el siglo XVIII. De su montaña, Cerro Rico, salió gran parte de la plata que financió las guerras del Imperio español. La mayoría de las minas de abandonaron en el siglo dejando en declive a la ciudad. Sin embargo, los restos de su acaudalado pasado aún se aprecian en la arquitectura.

La primera vez que llegué se celebraba el día de la bandera, y la ciudad lucía engalanada con cientos de banderas rojas, verdes y amarillas en sus balcones mientras los escolares de todos los barrios desfilaban por la plaza 10 de noviembre agitando cientos de banderitas. Me subí al antiguo campanario de la iglesia jesuita (ahora abandonada) para tener una vistas de la ciudad y del cerro que la creó.

Tras estas vistas fuimos a la Casa de la Moneda, centro donde se acuñaban los reales de a ocho, de plata, que circulaban no sólo por el Imperio español sino por todo el mundo, ya que se convirtió en la primera moneda de uso global. Dentro, además de ver los ingenios que acuñaban moneda, también hay un museo de minerales donde ver plata, oro pero también una bolivianita gigante. En otras salas hay objetos de plata elaborados para la élite local, como un bolso con hilo de plata. También hay preciosos cuadros barrocos, destacando el que representa al Cerro Rico como una Virgen que bendice al emperador Carlos V y al papa Pablo III con sus ríos de plata. De aquí viene la expresión "valer más que un Potosí".

Pero fuera de bromas, toda la riqueza de Potosí se extrajo al coste de más de ocho millones de vidas: muertos entre esclavos africanos y mitayos indígenas, ambos forzados a extraer el mineral a toda costa. Los lujos de unos pocos se pagaron con las vidas de millones. Por eso al Cerro Rico también le llaman la "Montaña Comehombres". La Cooperación Española a través de la AECID recuperó el arte de la platería en una Escuela-Taller donde comprar anillos, collares y broches de plata potosina realizados con gran destreza por los artesanos locales. Pero difícil reparación hay a una tierra que ha sufrido tanto.

Si hablamos de gastronomía, en Potosí hay que probar la kalapurca, una sopa de maíz molido espesa y a veces picante, con trozos de res, papa, ají colorado y hierbas andinas. Se sirve hirviendo con una piedra volcánica caliente en el medio que mantiene la cocción y le da su sabor ahumado inconfundible. Aunque el lugar más querido por los potosinos para ello es la mítica "Doña Mecha", yo la disfruté en "El Tenedor de Plata", donde el ambiente es más tranquilo, así como en el "Restaurante Tambo Señorial", con un ambiente más familiar y una kalapurka casera mucho menos picante.

Si queréis un buen café (y hojear o comprar libros interesantes), no os podéis perder "Cronopios Café Librería", en el propio Mercado Central, también interesante de recorrer. Y el monasterio de Santa Teresa merece una visita guiada: era aquí donde la nobleza española encerraba a sus segundas hijas como monjas, haciendo suculentas donaciones que aún se ven en la rica arquitectura y arte de este monasterio donde aún viven cinco monjas de clausura pero que organiza visitas guiadas por voluntarias dos veces al día. De sus salas me llamó la atención una plancha para fabricar ostias consagradas, una Virgen del Carmen vestida de generala del Ejército boliviano y la rica iglesia, aún en funcionamiento, cubierta de pan de oro. No olvidéis comprar los dulces de las monjas antes de iros: los de coco están buenísimos.

Os podéis alojar en el Hostal Virreyes, un cómodo hotel de tres estrellas con habitaciones cómodas y desayuno correcto no muy lejos de la plaza principal. Me quedó por visitar el famoso cerro y adentrarme en su interior, pero no tenía las energías para ello, honestamente. Por el contrario, pude ver las llamas que pastan en las zonas al sur del gran cerro.

Finalmente, pusimos rumbo por carretera hacia el mítico salar de Uyuni.

Uyuni

El salar más grande y alto del mundo se encuentra en Bolivia: son los restos de un antiguo mar salado prehistórico que se secó. Tras cuatro horas en coche por carreteras que recorren paisajes únicos llenos de llamas, desiertos, verdes valles y montañas bellísimas llegamos a la feísima ciudad de Uyuni, que parece una ciudad perdida en un desierto con algunos restaurantes en sus dos calles principales y poco más.

Lo primero que visitamos fue su famoso cementerio de trenes con más de cien locomotoras y vagones abandonadas hace más de 80 años. La sequedad extrema del altiplano ha frenado la corrosión y conservan su estructura pese a más de un siglo de abandono. En algunas locomotoras saqueadas por sus metales se han puesto ahora columpios lo que dan al entorno un ambiente aún más surrealista. Entre el ambiente desértico, el cielo azul y los trenes oxidados, viví un momento postapocalíptico aunque luego también se me ocurrió que el lugar es perfecto para organizar un festival de música electrónica.

Después seguimos hacia la auténtica joya del lugar: el famoso salar de 12,000 metros cuadrados. Obviamente solo pudimos ver una pequeña parte: importante ir con guía porque dentro no hay señales y el paisaje plano y blanco ha hecho que muchos se pierdan por allí. Hace 40,000 años aquí había un mar pero un cambio climático en la región produjo una drástica pérdida de humedad y el agua se evaporó quedando al descubierto una capa de casi 20 metros de sal y minerales. De hecho, aquí se encuentran el 70% de las reservas mundiales de litio. En diciembre y enero, época de lluvias, todo se cubre con una fina película de agua que crea el famoso efecto espejo, donde se confunden tierra y cielo. El resto del año, el salar es un desierto blanco de sal, aunque siempre hay algunas zonas encharcadas donde disfrutar de una bella puesta de sol y los reflejos alucinantes que tan bien quedan en redes sociales. 

Nosotros acabamos ahí la mágica visita, pero la empezamos en los "ojos" de Uyuni: una salmuera que brota a presión de los restos del mar subterráneo que aún queda bajo la costra blanca del salar. Los que tengan problemas de piel y huesos pueden remojarlos en estas aguas terapéuticas. Luego seguimos a la zona donde no entran coches y aún se ven las bellas formaciones hexagonales de sal en el suelo. Seguimos hacia la mítica plaza de las banderas, donde traté de encontrar la valenciana sin éxito (aunque sí habían europeas, españolas, aragonesa y hasta una balear). También fuimos al abandonado hotel de sal original, ahora comedor y tienda de recuerdos, pero bastante feo, así como al monumento desde el que salió una de las carreras del rally Dakar hace unos años. Pero lo más espectacular fue la puesta de sol en las zonas encharcadas. El paisaje se presta a fotos espectaculares y muchos de los guías las toman de maravilla. 

Salimos del salar antes del anochecer para evitar perdernos y paramos en el Hotel Palacio de Sal para ver sus columnas y muebles hechos de bloques de sal. Espero poder quedarme en él alguna vez que vuelva y tenga más tiempo porque es precioso.

Acabamos el día cenando en Uyuni, en otro hotel de sal pero no tan bonito: el Casa de Sal, donde disfruté de unos deliciosos filetes de llama. Volveré a Uyuni para recorrer más partes del salar, como la isla de los pescadores, donde gigantescos cactus alcanzan los 10 metros de altitud con troncos más gruesos que los de muchos árboles.

Toda esta zona de Bolivia es mágica y perfecta para hacer en cinco/seis días, empezando en Sucre y terminando en Uyuni.

IMPRESCINDIBLES


Comer

Kalapurka en El Tenedor de Plata o en el Restaurante Tambo Señorial.

Menú de ocho pasos con ingredientes bolivianos en Nativa o en El Solar.

Beber

Expreso de chocolate en Chocolates Para Ti.

Comprar

Accesorios de plata en la Escuela Municipal de Platería de Potosí.

Leer

Raza de Bronce de Alcides Arguedas.

Escuchar

El Minero de Savia Andina.

Ver

Quantum of Solace de Marc Forster.

dimecres, 3 de setembre del 2025

Egipto

Regreso a Egipto

En abril de 2017, como escapada de unos días en mi rutinaria vida en Kuwait, fuimos a descubrir El Cairo y, con dicha visita, las fascinantes pirámides y el antiguo Museo Egipcio de la ciudad, en plena plaza Tahrir. Un sueño hecho realidad, pero muy a medias. Es verdad que descubrí otras cosas que no me esperaba, como el mercado de Khan El Khalil o la ciudadela de Saladino, así como la agradable isla de Zamalek. Todo os lo conté en su momento. Pero no fui a los templos, ni hice el crucero por el Nilo ni vi Abu Simbel o Alejandría. Por eso, cuando surgió la oportunidad de hacer todo eso con un grupo tan divertido como el que juntan desde el club de viajes Amarula, no pude resistirme, y 8 años después, en abril de 2025, volví a aterrizar en El Cairo, dispuesto, esta vez, a recorrerme Egipto de punta a punta. 

Alejandría más allá del faro y la biblioteca

Y lo primero que hice fue llegar un par de días ante para visitar Alejandría, no incluida en mi viaje en grupo, pero a la que tenía muchísimas ganas. La ciudad fundada por Alejandro Magno, capturada por Julio César para los romanos, y que vio el amor de este con Cleopatra VII (la última) así como el de esta con Marco Antonio, fue una de las ciudades clave hace 2000 años, conocida por su faro sin igual y su biblioteca que atraía a las mejores mentes. Del faro solo quedan los cimientos, cubiertos por el fuerte otomano Qutabey. Y la biblioteca, atacada por romanos, cristianos y musulmanes, acabó perdiéndose, hasta que en el año 2002 se inauguró su versión contemporánea, diseñada como un gran cilindro de piedra, acero y cristal, con una fachada de granito que tiene inscripciones con caracteres de más de cien lenguas humanas. Su magnífica sala de lectura tiene once niveles con un sistema de iluminación natural indirecta que quita el hipo. También cuenta con un planetario, dos exposiciones permanentes y un centro de recuperación de manuscritos. Es una parada obligatoria en cualquier visita a la ciudad, especialmente si podéis hacerlo por la tarde y luego ver la puesta de sol desde su tranquilo jardín de olivos que da a la bahía. Pero más allá de estos dos elementos míticos, la segunda ciudad de Egipto es fascinante: sus ruinas romanas y precristianas junto con sus vetustos edificios burgueses centenarios y su concurrida Corniche dan un aspecto más occidental y algo menos caótico que El Cairo, con muchos menos turistas. Así que coged el Talgo que une ambas ciudades y quedaos una o dos noches para descubrir sus tesoros: desde las catacumbas de la era romana, que combinan influencias romanas, griegas y egipcias; a la columna de Pompeyo (una columna gigante de granito rojo de Asuán más de 26 metros, único gran resto en pie del monumental santuario a Serapis); y, si os encantan los sitios patrimonio de la humanidad como a mí, Abu Mena, ciudad santa paleocristiana edificada sobre la tumba del mártir Menas de Alejandría, muerto en el año 296 d.C. Se conservan restos de la iglesia, el baptisterio, las basílicas, los edificios públicos, las calles, los monasterios, las viviendas y los talleres. Abu Mena está a algo más de una hora de la ciudad por lo que recomiendo contratar un conductor para ahorrar tiempo. Justo al lado se ha construido un complejo religioso contemporáneo y centro de peregrinación copta donde rezar a santos más contemporáneos allí enterrados o comprar baratijas religiosas en sus mercaditos.

Paseando por la Corniche mientras anochecía y me daba la brisa mediterránea en la cara recordaba a Cádiz, La Habana o incluso Rio de Janeiro: aires de una ciudad que fue muy cosmopolita pero que está muy venida a menos. Tras su primera gloria inicial como ciudad griega y luego romana, cayó en decadencia tras perder importancia comercial frente a las rutas atlánticas y pacíficas. Los gobiernos bizantinos y árabes no ayudaron tampoco. Sin embargo, con la llegada de los otomanos pero sobre todo, bajo el mandato británico desde finales del XIX hasta 1952, la ciudad se llenó de consulados, millonarios y espías. Este renacimiento de Alejandría, en la que las aristocracias locales se mezclaban con empresarios turcos y griegos, funcionarios británicos y franceses, y espías e intelectuales de todos los países, generaron una vibrante sociedad que saltaba de café en café. Aún se puede respirar esa gloria pasada en lugares con el Café Trianon, un gran café de estilo centroeuropeo donde sirven tanto dulces clásicos como platos sencillos egipcios o internacionales. Disfruté una sharkasiyya, un exquisito guiso de pollo con salsa de nueces acompañado de arroz.

También surgieron grandes hoteles frente al mar donde se mezclaba gente de todos los orígenes. Yo me quedé en el Windsor Palace, un gran hotel venido a menos que aún tiene en operación los dos primeros ascensores de la ciudad. Sus habitaciones de techos altos y su terraza de desayuno con fabulosas vistas de la bahía son imbatibles, así como la gran amabilidad que su servicio aún no ha olvidado. Las antiguas mansiones que puebla el centro de la ciudad, ahora semiabandonadas, tienen otros usos, como el antiguo consulado de Estados Unidos, que alberga el Museo Nacional de Alejandría, con una selección buenísima de piezas originales que van desde el Imperio antiguo hasta la era decimonónica. Y las calles con tranvías aún operando y elegantes farolas me transmitieron una nostalgia bonita. Vale la pena disfrutar de la magia alejandrina aunque sea por unos días.

Vuelta a El Cairo y las pirámides para llegar al Mar Rojo

Tras volver a explorar El Cairo, descubrir un nuevo museo y entrar por fin a las pirámides (os lo cuento todo en la entrada El Cairo), nos fuimos en bus al Mar Rojo, en concreto a un resort de Hurghada. Este pueblo de pescadores se transformó hace 35 años en uno de los principales destinos turísticos de Egipto: sus aguas cristalinas, snorkel y buceo de primer nivel, sol garantizado todo el año y posibilidad de hacer excursiones de un día a Luxor lo hacían perfecto. La permisividad del gobierno con el alcohol hicieron el resto y los complejos hoteleros surgieron como setas.

El Mar Rojo, que ya conocía de mis días en Jordania, es muy interesante por tener una salinidad más alta de lo normal. Y las temperaturas en sus costas oscilan todo el año entre 21 y 30 grados: la eterna primavera-verano. Un día salimos en yate para hacer snorkel y ver alguna de las más de mil especies de peces que aquí viven (muchas endémicas) y más de 200 tipos de corales, con arrecifes que llevan vivos miles de años. Y acabamos pasando la tarde en la agradable isla Paraíso.

Luxor

Tras unos días en el mar, volvimos al bus para cruzar el desierto del Sáhara (desierto cálido más grande del mundo) hasta Luxor, donde nos embarcamos en nuestra dahabiya (clásica y elegante embarcación de crucero por el Nilo) que esperaba amarrada en el río más largo del mundo, el Nilo. Sus aguas generan gran abundancia en mitad de un contexto de aridez total y fue la principal razón por la que apareció aquí una civilización milenaria que sigue fascinando a la humanidad. 

Salimos a descubrir Luxor, la antigua y legendaria Tebas, ciudad del dios Amón, y capital de Egipto en los largos siglos de los imperios Medio y Nuevo. Tras instalarnos en nuestros camarotes fuimos a la joya que es el templo de Luxor, donde se resume la continuidad religiosa, política y cultural de esta civilización durante más de 3000 años. A diferencia de otros templos, este es el único dedicado al faraón, en general, como divinidad viva. Y aunque cada uno específicamente dejó su huella, ninguno lo hizo tan profusamente como el propagandista (y longevo) Ramsés II: llenó el templo de colosos (como hizo en el resto del país) y también insertó un relieve de su falsa victoria del Qadesh contra los hititas, así como dos enormes obeliscos contando sus gestas. Por cierto, solo queda uno ya que el otro se lo llevaron los franceses en el XIX, como regalo del gobernador Mohamed Ali, y que sigue en la plaza de la Concordia de París. Fisgar y comprender el templo entero llevaría días y acompañamiento de doctores universitarios, pero si os fijáis podéis ver algunos cartuchos en los que Alejandro Magno se hizo representar por escrito como enviado del dios Amón. En época romana, las paredes del templo fueron cubiertas por frescos con sus dioses (aún se ve un pedazo de este fresco) y pusieron una estatua de Augusto en el centro. Los últimos sacerdotes egipcios enterraron veinte estatuas de sus dioses discretamente que no se redescubrieron hasta 1989. Tras los romanos, los cristianos construyeron una iglesia encima, de la que aún queda el campanario y luego el Islam construyó una mezquita con su minarete encima, que aún sigue en operación. El resto del templo quedó enterrado y olvidado hasta que en el siglo XIX, la egiptología que desató Napoleón y el descubrimiento de la piedra Rosetta, atrajeron a arqueólogos que empezaron a desenterrar y estudiar de nuevo el templo.

Al día siguiente madrugamos para subir en los famosos globos que ofrecen una enorme panorámica de los valles de los Reyes y Reinas, el Nilo, el desierto y los templos de Luxor. Nunca había subido en globo y hacerlo con la gran panorámica de la antigua capital de los faraones a mis pies no tenía precio. Me impresionó mucho el cambio brusco y sin transición entre las tierras fértiles y negras de la ribera del Nilo, cada una con su cultivo, y el desierto árido y beige.

Y de ahí al templo de la primera mujer gran líder de la humanidad: Hatshepsut. Llegó al poder como regente viuda pero rápidamente ejerció como un auténtico faraón hasta el punto de usar barba postiza. Su templo tienen imágenes suyas con rasgos femeninos y la barba con la peculiaridad de estar excavado en la roca. Fue una gran gobernante que amplió rutas comerciales y consiguió producir mirra en Egipto, pero aún así su hijastro, Tutmosis III, nunca le perdonó que le impidiera gobernar hasta que tuvo 25 años. Por eso picó el nombre de su madrastra de casi todos los cartuchos de Egipto (incluyendo en su templo) y se representó cubriendo las imágenes originales de ella.

Tras este original templo fuimos al valle del los Reyes, donde se enterraron todos los faraones del Imperio Nuevo (incluyendo a Hatshepsut). La montaña del valle tiene forma de pirámide, estaba en un lugar remoto y la piedra caliza lo hacían fácil de excavar: todas estas razones llevaron a escoger este lugar como necrópolis real. Una de las tumbas que más me impresionó fue la de Ramsés IV, con una serie de jeroglíficos que explicaban el camino del mundo de los vivos a los muertos, con pruebas y oraciones para ayudar al muerto a pasar la prueba. Además, en sus cámaras se almacenaban los utensilios del faraón para que los pudiera usar en la otra vida. En esta tumba, 1500 años después, vivieron también monjes cristianos que dibujaron sus retratos así como inscripciones en griego. 500 años después sus caras fueron picadas por un muftí musulmán. En cualquier caso, la impecable conservación de estas pinturas es gracias a la enorme sequedad del ambiente en este punto de la tierra, que garantiza una conservación óptima de pinturas que estén al abrigo del sol. De ahí que los colores brillen y sean tan claros.

De todas las tumbas del valle de los Reyes, la más famosa (que no la más bonita) es la de Tut Ankh Amón (de hecho, cobran extra si se quiere entrar a ver). Este faraón apenas fue relevante en la milenaria historia de Egipto, más allá de ser el hijo del hereje Ankh Et Atón y su mujer Nefertiti, y morir a los 19 años. En su corto reinado, el sacerdotazgo restableció, con su autorización, el culto a Amón-Ra y el resto del panteón egipcio tras la era de monoteísmo de su padre y el dios único Atón. La tumba originalmente pensada para albergar a un prior de Tebas, fue cedida por la repentina muerte del faraón joven y es tan famosa por ser la única que se encontró intacta por los egiptólogos. De hecho, fue Howard Carter en 1922 el que la encontró, reavivando leyendas que se hicieron más y más populares tras la muerte de varios de los que entraron en ella. Es el único faraón que mantiene su descanso eterno donde se supone que debe de estar: en su tumba y por respeto a ese ser humano, no fotografié su momia allí expuesta. Tras el gran apagón de El Cairo y las misteriosas muertes de los que sacaron elementos de su tumba, se decidió dejar a su momia allí y no trasladar a Londres los lujosos sarcófagos y otros tesoros que aún hoy siguen en el museo de El Cairo.

Acabamos el día en el principal complejo religioso del antiguo Egipto: Karnak, situado al final de una gran calle pavimentada de procesiones que lo une al de Luxor. Dicha avenida está jalonada de esfinges que se convierten en carneros (una representación del dios Amón-Ra) al llegar a Karnak. De hecho, este complejo está dedicado al propio Amón-Ra, su mujer Mut y su hijo Jonsu. La sala hipóstila cuenta con 120 columnas de veinte metros de alto cada una que impresionan: no me explico como personas sin grúas ni electricidad pudieron levantar esa barbaridad y os lo puedo contar pero no se puede entender si uno no está allí. De hecho, si solo podéis ver un templo en todo el viaje que sea Karnak: y no os olvidéis de dar siete vueltas en el sentido del reloj a la estatua del escarabajo, símbolo del ciclo solar eterno: millones de peregrinos han pasado por aquí en cientos de años para pedir un deseo.

Templos, templos y más templos

Tras un día de tantos templos y tumbas, embarcamos y salimos al anochecer hacia Edfu, ascendiendo Nilo arriba, disfrutando de la tranquilidad del cielo tachonado de estrellas y los perfiles oscuros de las palmeras que bordean el Nilo, con el sonido de tanto en tanto de la locomotora de los trenes que van arriba y abajo uniendo El Cairo con Asuán. Amanecimos cruzando las esclusas de la primera presa del Nilo, construida por los británicos en 1905 y desembarcamos para ver el colorido templo de Esna, dedicado a Jnum, dios carnero de las aguas primordiales: aquí se peregrinaba para pedir buenas crecidas del Nilo. Este templo es muy tardío, construido cuando Egipto ya era una provincia romana, en tiempos del emperador Claudio. Quedó enterrado en barros de crecidas del Nilo durante siglos y ahora solo se conserva la sala hipóstila de 24 columnas que mantienen su colorido. Sus muros están repletos de textos astronómicos en egipcio y griego, incluyendo calendarios sagrados y rituales de purificación. En su techo tiene representados los doce signos del horóscopo, incluyendo un decimotercero "el portador de la serpiente", en el que parece también creían.

Por la tarde fuimos al enorme templo de Horus (dios de la realeza, el cielo y la protección) en Edfu, montados en carros ligeros a caballo desde el barco. Es uno de los que conserva mejor su estructura total, con casi todos los muros, portadas y techos (aunque casi nada de colores): esto es clave para entender la arquitectura del Egipcio ptolemaico. Paseando por sus cámaras me sentí como en una película del Egipto antiguo. La energía aquí es particularmente fuerte, puesto que está construido donde creían que Horus venció a Seth, dios del caos, vengando así la muerte de su padre Osiris. En su cámara más sagrada, el mammisi, o sala del nacimiento divino, se celebraba el nacimiento simbólico de Horus: aún se conserva el naos de granito negro donde se colocaba la estatua sagrada de Horus, representado como un halcón coronado como faraón, además de una barca ceremonial enfrente. 

Y acabamos en el templo de Kom Ombo, un inusual templo doble, con dos puertas iguales, así como salas, patios y santuarios duplicados para honrar a dos dioses: Sobek y Horus El Viejo. En una de las paredes aún se ve la representación de instrumentos quirúrgicos y un pozo medidor del nivel del Nilo usado para calcular impuestos: cuanto más lleno, más se cobraban. Sobek, representado como un cocodrilo, era un dios muy popular, asociado a la vida, la vegetación y la fertilidad. Creían que de su sudor surgió el Nilo y también creían que los cocodrilos desovaban justo donde iba a llegar cada crecida del Nilo cada año. Al lado del templo podéis visitar el Museo del Cocodrilo, donde se exponen algunas de las más de trescientas momias de cocodrilos que se han encontrado en este templo. Estas momias eran ofrendas que los sacerdotes embalsamaban, momificaban y enterraban en tumbas con jarras llenas de comida.

Nubia

Tras los tres templos seguimos remontando el rumbo a Asuán, aprovechando para tomar el sol tropical en cubierta. Llegamos a Nubia de noche, donde nos recibió una banda de música local vestida en sus galabiyas, cantando en lengua nobiin, que mantienen desde hace siglos y con una de sus danzas tribales. Nos plantamos todos una galabiya con diferentes estampados para unirnos a los bailes. Nos quedamos en un hotel decorado a la manera nubia, muy colorido, en la cima de una colina con vistas increíbles al Nilo, especialmente su magnífica infinity pool. Por cierto, para comer nos sirvieron un guiso de pollo con salsa nubia cocinado en recipientes de barrio exquisito. Y el Umm Ali que hacen de postre está para chuparse los dedos: es un pudín servido caliente a base de hojaldre desmenuzado que se mezcla con leche caliente, azúcar, frutos secos, pasascoco rallado.

Al día siguiente nos dirigimos en bote al templo de Philae, último gran templo egipcio, construido en época romana, y de los últimos en acoger rituales egipcios hasta el año 700 de nuestra era, cuando esta religión desapareció, siendo sustituida por el cristianismo. De hecho, algunas cámaras tiene altares coptos con la cruz tallada así como sagrarios picados en sus muros. Hay también bellas columnatas comisionadas por el gran emperador Trajano así como bellas cámaras dedicadas a Isis, diosa de la maternidad y del amor, esposa de Osiris y madre de Horus. Paseando por estas románticas ruinas, en mitad de una isla en en Nilo y rodeadas de bellas palmeras, me estremecí pensando que justo allí se extinguió una cosmovisión que acompañó a una parte de la humanidad durante 4000 años y la nostalgia de saber que justo allí se realizaron los últimos ritos de esta religión, y civilización tan importante, que se apagó para siempre.

Luego bajamos de nuevo al Nilo para hacer kayak mientras paseamos por un pueblo nubio de casas de colores, niños de 8 años conduciendo motos y caravanas de camellos cargados de productos atravesando la calle principal. De la nostalgia a la realidad viva y alegre de esta curiosa zona de Egipto.

Acabamos la visita al día siguiente viendo el último amanecer en la tierra de Amón-Ra desde lo alto. Tras el desayuno nos esperaba la cereza en el pastel y tras tres horas de aburrida carretera recta llegamos a Abu Simbel, un complejo de dos templos tallados en roca y situados en la antigua frontera del Imperio egipcio, actual frontera entre la República Árabe de Egipto y la República de Sudán. 

Este complejo fue construido por Ramsés II hace mas de 2300 años para conmemorar su "victoria" en la batalla del Qadesh e impresionar a sus enemigos del sur. Es un templo dedicado a Ra-Horajti, Ptah, Amón... y sobre todo a él mismo. La impresionante e icónica fachada son cuatro colosos del propio faraón de 20 metros (uno semi-destrozado por un terremoto). Ramsés II, cuya momia habíamos visto en el Museo de la Civilización Egipcia de El Cairo, vivió más de 80 años, por lo que tuvo mucho tiempo para llenar Egipto de colosos con su imagen, como ya vimos en Luxor. Al entrar en la primer cámara se observa una fila de columnas a ambos lados del propio Ramsés II representado como Osiris, dios de la resurrección, con la que Ramsés se ponía por encima del tiempo. En sus paredes se ve una representación gigante del faraón derrotando él solo a un ejército hitita, en uno de los primeros ejercicios documentados de propaganda que existe, ya que se sabe que tras dicha batalla, Ramsés II firmó un tratado internacional de paz con el dirigente hitita, en el que ambos pactaron no luchar pero contar a cada pueblo que habían ganado respectivamente. Si avanzamos a la segunda sala, veremos representaciones del faraón interactuando con diversos dioses como un igual. Y ya en el santuario se encuentran los tres dioses patrones del templo sentados junto al propio Ramsés II, divinizado. En este lugar ocurre algo mágico los días 22 de octubre y febrero: los rayos del sol entran desde la lejana entrada del templo e iluminan todas las estatuas del santuario excepto la de Ptah, dios de la oscuridad. Es todo una locura para los que amamos el arte y tenemos interés en esta fascinante civilización, además de un ejemplo de comunicación política para impresionar a propios y recién llegados que cruzaban la frontera para entrar en el territorio faraónico.

Al lado, Ramsés II construyó otro templo también tallado en roca pero más pequeño dedicado a Nefertari, su mujer favorita. Es uno de los pocos templos egipcios dedicados a una reina consorte. Y el único en el que las estatuas de Ramsés son del mismo tamaño que las de su mujer, acto de amor y respeto inmenso. Este templo está dedicado a Hathor, diosa de la música y la alegría.

Lo más impresionante es que estos dos templos fueron reubicados, piedra a piedra, en los años 60 del siglo XX, por la UNESCO, y el apoyo de decenas de países, para salvarlo de quedar sumergido bajo las aguas del nuevo lago que iba a aparecer tras la construcción de la nueva presa de Asuán. La ingeniería y el grado de cooperación internacional que se puso en marcha no tienen precedentes. Por cierto, en ese lago artificial crecen hoy unos peces jugosos que se sirven en los restaurantes alrededor de Abu Simbel.

No tengo palabras para describir todo lo que descubrí y como este viaje me sirvió para entender mucho mejor las complejidades de una civilización que me marcó tanto de pequeño y que me seguirá fasciando por siempre. Volveré a Egipto porque aún me queda mucho por descubrir: desde el oasis de Siwa hasta el monasterio de Santa Catalina en la península del Sinaí, por no hablar del canal de Suez, el nuevo gran museo que está a punto de inaugurarse en el El Cairo, otras pirámides como la de Saqqara o el desierto de las ballenas. ¡Y muchas gracias al equipo Amarula por la estupenda organización!


IMPRESCINDIBLES

Comer

Sharkasiyya en el Café Trianon (Alejandría).

Umm Ali en cualquier sitio que lo hagan bien y sirvan caliente.

Libro

Tú no matarás de Julia Navarro.

Películas

Ágora de Alejandro Amenábar.

Muerte en el Nilo de Kenneth Branagh.

Canción

Alexandrie de Georges Moustaki.

Lالعرافة والعطور الساحرة de Omar Khairat.

dimecres, 27 d’agost del 2025

Guatemala

Una antigua capital rodeada de volcanes

Gracias a los nuevos vuelos directos que ha establecido Avianca entre Miami y Ciudad de Guatemala pude descubrir el que casi todo viajero considera el país más bello del centro de las Américas: Guatemala. Y como tan solo teníamos cinco días fuimos a su ciudad más linda, Antigua y al lago Atitlán. Fundada en 1543 en mitad de un verde valle rodeado de volcanes, Antigua es una de las ciudades coloniales del Imperio español mejor conservadas. Capital de la parte centroamericana del imperio, Antigua prosperó hasta que un terremoto hizo que la Corona ordenara desalojarla en 1773 para trasladar la capital a Ciudad de Guatemala. Antigua se quedó dormida en el tiempo en aquel año gracias a que las familias más pobres desobedecieron la orden y se quedaron manteniendo las casas y mansiones en pie.

Ya en el siglo XIX, la ciudad volvió a atraer el interés de arqueólogos, artistas y algunos viajeros, convirtiéndose poco a poco en el gran símbolo de Guatemala. Cien años después se ordenó una estricta preservación, se restauraron iglesias y monasterios y muchas casas pasaron a ser elegantes hoteles y restaurantes. Artistas, turistas y la élite guatemalteca empezaron a pasar temporadas en la agradable Antigua, dándole la vida y sofisticación con la que cuenta hoy. Todo culmina en 1979, cuando la UNESCO la inscribe como Patrimonio de la Humanidad. Pasear por sus calles rectas que siempre acaban con vistas a uno de los gigantescos y verdes volcanes que la rodean es maravilloso.

Empezamos la visita por su plaza mayor desde la cuál se extiende el damero con el que se buscaba alcanzar la perfección urbanística en tiempos del Renacimiento cuando se diseñó, con calles rectas, y una distribución racional de los usos del suelo, estableciendo jardines y fuentes. Preside la plaza el bellísimo palacio de la Capitanía General, que mantiene el escudo del Imperio Español en lo alto, aunque ahora sea una bandera guatemalteca la que ondee. Desde aquí se gobernó un vasto territorio que iba desde Chiapas hasta Costa Rica. Y no solo fue capital político-militar: también fue el centro evangelizador de Centroamérica de la Iglesia católica: las órdenes religiosas más importantes establecieron sus centros regionales aquí construyendo espectaculares monasterios, como el de Santo Domingo, que ahora alberga el mejor hotel de la ciudad. Aunque no os quedéis en él, vale la pena visitar sus ruinas, que contienen varios museos de arte sacro y de arte contemporáneo también. Además, sus jardines son muy agradables y su tienda de chocolates muy curiosa, por no hablar de su excelente restaurante en el antiguo refectorio. ¡Algunas habitaciones están en capillas que aún tienen los sagrarios de plata! Y volviendo al restaurante, además de su buena comida, como curiosidad, os pondrán unas banderitas según los países de los que vengan los comensales: a nosotros nos plantaron la española y la tica.

Y es que los monasterios articulan la ciudad y son los iconos de Antigua. De hecho, el famosos puente del reloj es su gran símbolo: originalmente servía para conectar dos partes de un antiguo convento femenino de clausura, ahorrando a las monjas tener que salir a la calle para pasar de una parte a la otra. Ahora es el punto más fotografiado sin duda. Y justo bajo hay una vinoteca interesante donde disfrutar de un buen caldo antes de la cena.

Además de monasterios, Antigua está llena de espectaculares iglesias, como la de La Merced con su fachada del "barroco sísmico" que integra elementos decorativos andaluces, mexicanos e indígenas que la hacen única. Podéis subir a su tejado para tener una mejor panorámica de la ciudad.

Detalles artísticos y buena gastronomía

En general, la estética de la ciudad es única, mezclando las decenas de antigüedades que se encuentran con un toque moderno único, flores frescas y unos juegos de iluminación excelentes. Está todo cuidadísimo y por eso hay galerías de arte y anticuarios, además de escuelas donde perfeccionar el castellano que atraen a personas de todo el mundo. 

Callejeando os encontraréis la cuca tienda de doña María Gordillo, una bella dulcería de época preciosa donde aún elaboran delicias de coco, leche y otros ingredientes que vale la pena probar. Y otro lugar típico para probar platillos locales es la Fonda de la Calle Real, donde sirven un riquísimo Pepián, que es un guiso de pollo en base de tomate, ajonjolí y otros chiles asados y molidos, orgullo de Guatemala. Y para acabar un día divertido, nada como una cata del mejor ron del mundo, el Zacapa, en la Casa del Ron, donde aprenderéis más del proceso de este licor excelente y saldréis algo achispados. Por cierto, esa noche era el Festival de la Luz, que tenía a sus calles a rebosar de gente con las fachadas de edificios en las que se proyectaban espectáculos lumínicos.

Además, no os podéis perder por nada del mundo el desayuno chapín. Dentro de la ciudad el mejor lugar es el es el mesón Panza Verde, que es el primer hotel boutique de lujo de estilo europeo en Antigua, situado en una bellísima mansión colonial. Pero si queréis ver una hacienda a las afueras para relajaros un rato en la naturaleza, coged un taxi hasta Villa Bokéh y pedid un desayuno chapín a base de huevos estrellados, longaniza criolla, plátanos fritos, frijoles molidos, tortillas de maíz morado y chimol. Y para beber, el delicioso chocolate caliente local. 

Me dejé muchas cosas por ver pero ya sabéis no me gusta viajar aprisa y corriendo tachando cosas de una lista, sino fluir, disfrutar al máximo de lo que visito y dejar también descubrimientos al azar. Estoy seguro que acabaré volviendo a esta mágica ciudad, ojalá durante su vistosa Semana Santa o para subir el volcán Pacaya.

El lago del ayer

Tras sumergirnos dos noches en la cultura y gastronomía de Antigua nos fuimos a pasar otras dos noches a relajarnos a uno de los lagos más bellos del mundo: el lago Atitlán. O al menos eso dijeron Huxley o Saint-Exúpery. La manera más fácil de disfrutar de esta masa de agua verdeazulada rodeada de icónicos volcanes es tomando un barco en Panajachel (a donde se llega desde Antigua en carretera). Hay barcos públicos y privados: optad por el que más os convenga según vuestra prisa y presupuesto. El recorrido hasta la localidad o alojamiento que elijáis (hay muelles públicos y privados) es una maravilla: la energía del agua, el viento, la tierra y hasta el fuego (recordad los volcanes) hace que las sensaciones sean fuertes, únicas, unidas al bellísimo paisaje, fértil gracias a su carácter volcánico. Por eso, junto a las doce comunidades mayas que mantienen sus lenguas y costumbres también se han venido a vivir a sus orillas hippies, sanadores, artistas y otros buscadores espirituales. No es difícil encontrar restaurantes veganos o de cocina ayurvédica, sobre todo en el animado pueblo de San Marcos de La Laguna, cerca del que nos quedamos.

Este lago se formó hace 85.000 años por una explosión supervolcánica que dejó una caldera gigantesca de más de 350 metros de profundidad que rápidamente se llenó de agua dulce. Es uno de los lagos más antiguos del planeta.

Para alojarnos escogimos Anzán Atitlán Creative, conocida localmente como "la casa rosada", un hotel boutique con tan solo tres amplias estancias (dos habitaciones y una gran suite) cuyo primer nombre viene del japonés: An - zan (montaña de paz). Desde nuestra habitación, en una ventana que parecía un cuadro, se veían los volcanes Atitlán, Tolimán y San Pedro, formando la figura de la icónica serpiente que se había tragado un elefante tan famosa de "El Principito": aquí paso meses Saint-Exúpery mientras se recuperaba de un accidente de avión y fueron estos volcanes su inspiración.

En Anzán, la simplicidad moderna, el arte, el silencio y el lago se entrelazan para ofrecer una experiencia única. No por casualidad acoge talleres y seminarios de fotografía. Y es que el lugar es realmente pacífico: escuchar los sonidos de la naturaleza mientras se toma el sol en su terraza blanca es tan mágico como lanzarse a las frescas aguas del Atitlán o disfrutar de la sauna maya a leña de piedra volcánica que tienen frente al lago: el ritual se hace al anochecer, cuando se alterna los sudores en la sauna con baños en el lago bajo la luz de la luna. Por no hablar de sus saludables desayunos en la orilla o su maravillosa cena de varios pases con productos de su huerta. O ver el cielo tachonado de estrellas cada noche mientras sopla una suave brisa. Es un sitio perfecto para resetear, para repensar y para tomar decisiones clave en la vida. 

Aprovechamos también para hacer algunos paseos a San Marcos, a menos de media hora a pie: en este pueblo se escucha aún la lengua maya que hablan sus habitantes a la vez que se ven pizzerías, restaurantes veganos o centros ayurvédicos o tiendas donde comprar rapé, un preparado de tabaco en polvo que se inhala por la nariz y que los mayas usaban en ceremonias chamánicas para purificación, concentración o conexión espiritual administrado con un tepi o kuripe que sopla el polvo en las fosas nasales. Un día almorzamos en el Samsara´s Garden, una terraza con opciones vegetarianas y veganas realmente deliciosa.

Tendré que regresar a Guatemala: para visitar Tikal y Chichicastenango pasando por su moderna capital. Aún no he terminado con este país centroamericano al que estoy seguro volveré algún día.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Desayuno chapín en Mesón Panza Verde.

Dulces donde doña María Gordillo.

Cena orgánica en siete pasos en Anzán Atitlán Creative.

Beber

Degustación de ron Zacapa en La Casa del Ron

Libro

El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias.

Canción

Te Conozco de Ricardo Arjona.

dimecres, 25 de juny del 2025

Burgos

La antigua capital de Castilla

Burgos es una ciudad que siempre he tenido en el radar, tanto por su catedral como por el cercano sitio de Atapuerca, ambos patrimonio UNESCO de la Humanidad, así como por su famosa morcilla de arroz. El caso es que finalmente pude visitarla a finales de este invierno y por supuesto, lo primero que hice fue un tour guiado para entender mejor su historia antes de disfrutar de su imponente catedral.

Cruzad al norte del río Arlazón por el puente de Santa María, para llegar al casco antiguo, muy austero. Entrad por el elegante arco de Santa María, entrada principal de la antigua ciudad y parte de las murallas del siglo XIV. En el arco veréis representados personajes como el rey Carlos V o El Cid, entre otros. Donde antes se encontraban las murallas está el paseo del Espolón, bulevar decimonónico construido por orden del rey Carlos III de Borbón en el siglo XVIII.

El templo se encuentra en el corazón de la ciudad y no por casualidad: Burgos es una ciudad fundada por los cristianos en el año 884, cuando el rey Alfonso III de Castilla envía a Diego Porcelos a levantar una fortificación aquí que defendieran a varios villorrios cercanos ("burgos"). Estratégicamente situada entre los dominios musulmanes y los reinos de Castilla y Navarra, Burgos empezó a crecer y ya en 1038 el rey Fernando I la eligió como capital de Castilla y poco después empezó a construirse su catedral. Burgos fue capital hasta 1492, cuando la reina Isabel la trasladó a Valladolid. De esta época vale la pena acercarse a la Casa del Cordón, un elegante palacete donde los Reyes Católicos recibieron a Cristóbal Colón tras su segundo viaje. En este casoplón renacentista también murió el rey Felipe El Hermoso. Por cierto, Franco también hizo de Burgos su capital hasta el final de la Guerra Civil cuando conquistó Madrid. Una de las pocas cosas que quedan de ese pasado es la gigantesca estatua romantizada de El Cid que instalaron las autoridades y que el propio dictador inauguró.

La capitalidad no le duró mucho ya que unas décadas después pasó a ser Toledo. Aún así, Burgos siguió creciendo como parada de los peregrinos del camino de Santiago, como centro comercial y con las manufacturas de lana. Este trasiego de visitantes e incremento de riquezas por el comercio hizo que se pudiera atraer y pagar a arquitectos franceses y alemanes para erigir su imponente catedral. De hecho, si solo podéis visitar una cosa en la ciudad, que sea la Catedral de Santa María de Burgos. Su construcción comenzó en el siglo XIII, al mismo tiempo que la de las grandes catedrales francesas usando las técnicas de las catedrales de Notre Dame de París y Reims. Y finalizó en el siglo XVI. Su espléndida arquitectura y la colección excepcional de obras maestras que alberga –pinturas, sitiales del coro, retablos, tumbas y vidrieras– son un verdadero compendio de la historia del arte gótico. Solo por visitar la catedral se justificaría un viaje a Burgos. 

La parte gratuita es muy pequeña, pero la bellísima capilla de Santa Tecla merece mucho la pena y también podréis ver el Papamoscas, uno de los primeros relojes con autómatas de la península Ibérica. Sin embargo, os recomiendo pagar para ver bien todo el edificio. Id con tiempo, ya que hacen falta casi dos horas para entenderla bien: el altar y el cimborrio, la tumba de El Cid y Doña Ximena o la Escalera Dorada (ejemplo para las futuras escaleras de la ópera Garnier o El Vaticano) son puntos clave que os dejarán con la boca abierta, aunque la parte más bonita es la capilla del Condestable, una "catedral" dentro de la catedral, joya del gótico plateresco castellano, con los escudos de las dos familias que se unieron en matrimonio para gobernar Castilla en nombre del rey que ya estaba en Toledo. El Museo catedralicio también tiene piezas preciosas. Contratad la audioguía para no perderos detalle.

Tras visitar la catedral recomiendo primero ver su espléndida fachada principal, para reconocer ese gótico francés mezclado con agujas alemanas. La pena es que sus pórticos se destrozaron en el siglo XVII para hacerlos barrocos. Seguid e id por la calle de detrás (antigua calle del comercio) para ver el portal ricamente decorado con el Juicio Final en el que se puede ver a comerciantes pagando por su avaricia en el infierno con castigos que van desde atragantarse de monedas hasta cagarlas, todos representados con mucho detalle en la piedra. Si subís una calle diez minutos llegáis hasta el mirador de Burgos a los pies de las ruinas del antiguo castillo, desde el que otear la ciudad en lo alto.

Luego podéis bajar y ver sus calles, que ya no tienen nada de medieval puesto que se renovaron casi todas en el siglo XIX, y disfrutar de la apacible vida de esta ciudad de provincias donde casi nadie tiene prisa ni necesidad, ya que el paro es extraordinariamente bajo: menos del 7%. Es un buen momento para descubrir la gastronomía de Burgos, famosa por su queso, morcilla (salchicha de sangre de cerdo con arroz servida con pimientos verdes) y su cordero asado. Personalmente me encantó La Cantilla, un minúsculo restaurante regentado por un matrimonio donde se sirve la famosa olla podrida (viene del término "poderida" o poderosa, por sus ingredientes y sabores). Aquí la preparan de forma magistral. Este cocido castellano de alubias rojas de Ibea viene seguido de un plato con los siete "sacramentos", que son costilla, morcilla de Burgos, chorizo ibérico, una albóndiga, tocino, pata y oreja. Su postre de mousse de limón es de los mejores que he comido en mi vida. Este restaurante es como si te hubieran invitado a la casa de una familia burgalesa. Si curioseáis por las pastelerías y panaderías de la ciudad también podéis zamparos un Chevalier para merendar, que es un bollo parecido al roscón de Reyes, relleno de nata, que trajo a la ciudad un pastelero galo.

Vivar de El Cid

Una excursión a pocos minutos de la ciudad es la aldea de Vivar de El Cid, nombrada en honor de su habitante más famoso, el mercenario del siglo XI Rodrigo Díaz. Por intrigas cortesanas se le desterró de Castilla y de la corte. Sin embargo, consiguió que varios fieles le siguieran y se dedicó a servir a señores cristianos y musulmanes según quién le pagara mejor, dentro de las guerras que asolaban la península. Poco a poco se fue haciendo más rico y poderoso. Finalmente, decidió capturar la ciudad de Valencia, de la que habían sido expulsados todos los cristianos unos años antes, y se autoproclamó gobernante de la misma. Tras su muerte su cadáver se trasladó a Burgos y finalmente se le enterró en la catedral ya como héroe.

El pueblo es muy agradable, y más allá de algunos murales de El Cid también está el monasterio de las clarisas Nuestra Señora del Espino, donde aún hacen muchos dulces que recuerdan al mercenario, como las espadas Tizona y que se pueden comprar a monjas de clausura a través de un torno. Aquí se custodió el original de El Cantar del Mío Cid hasta 1779.

Sitio arqueológico de Atapuerca

Finalmente, también recomiendo visitar el yacimiento de la Sierra de Atapuerca, donde se encuentran numerosos vestigios fósiles de los primeros seres humanos que se asentaron en Europa, desde hace casi un millón de años hasta nuestra era. Esos vestigios constituyen una fuente excepcional de datos, cuyo estudio científico proporciona información inestimable sobre el aspecto y el modo de vida de esos antepasados remotos de nuestra especie. Se encontraron todos estos restos gracias a una minera inglesa y sus excavaciones en la montaña buscando carbón.

Para visitar este lugar hace falta coche privado ya que está algo a desmano, y es obligatorio reservar con algo de antelación (y pagar). Lo ideal es hacer primero la visita al centro de interpretación CAREX, donde una amable antropóloga os explicará la vida prehistórica con reconstrucciones de casas o lugares de enterramiento, y además os enseñará a construir herramientas de sílex, lanzar flechas o incluso hacer fuego, actividades que son muy entretenidas, sobre todo si vais con menores. De ahí, un autobús os llevará hasta el propio yacimiento, donde os explicará como se van haciendo las catas y clasificando los restos humanos según sean Sapiens, Neardentales o Antecesor.

Me dejé el monasterio de Santa María de las Dueñas, el Museo de la Evolución Humana y tampoco probé el famoso cordero de la ciudad, así que en algún momento volveré para seguir entendiendo mejor a una ciudad que no me acabó de cautivar. Y si vais, prepararos para el frío, ya que Burgos solo tiene dos estaciones: el invierno y la del tren.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Olla podrida con sus sacramentos en La Cantilla.

Chevalier en cualquier pastelería burgalesa.

Libro

El Cantar del Mío Cid (anónimo).