Chuquisaca y Potosí
Además de La Paz, tuve la enorme suerte de pasar casi tres semanas en dos de los departamentos más interesantes de Bolivia: Chuquisaca, un departamento cuya capital, Sucre, es también la capital constitucional del país y una de sus ciudades más bellas; y Potosí, en pleno altiplano, también cargado de historia, con paisajes espectaculares y dos puntos clave en cualquier visita al país: la ciudad minera de Potosí (que llegó a ser la más habitada del mundo en el siglo XVII) y el icónico salar de Uyuni.
Para llegar hasta aquí tenéis básicamente dos aeropuertos: el de Sucre y el de Uyuni, ambos conectados con vuelos a La Paz y Santa Cruz de la Sierra, aunque el de Sucre casi siempre requiere de escala en Cochabamba para llegar a ambas. Los traslados internos los recomiendo hacer con un coche alquilado con chófer: Bolivia es el país con mayor siniestralidad en carretera del mundo, por lo que mejor dejarlo todo en manos de profesionales. Y siempre circular de día, ya que las carreteras de estas zonas no están iluminadas.
Aterrizaje en la ciudad blanca
La ciudad más bella de Bolivia, y su actual capital constitucional (aunque solo sea sede del poder judicial) es Sucre, una de las primeras ciudades americanas que proclamó su independencia de España, y fue la primera capital de Bolivia hasta que en 1898 perdió la sede del poder ejecutivo y legislativo en favor de La Paz. Nada más llegar me sorprendió por su vitalidad y buena energía y el blanco refulgente de sus casas.
Se fundó en 1538 por Pedro Anzures por orden de Pizarro como Ciudad de la Plata de la Nueva Toledo. Tras la independencia de España, la ciudad se rebautizó como Chuquisaca, nombre quechua que finalmente se volvió a cambiar en 1839 cuando se le bautizó en honor al militar venezolano y líder de la independencia sudamericana, Mariscal Antonio José de Sucre, que además fue el segundo presidente de Bolivia.
No le llaman la ciudad blanca por casualidad: cada año, por ley, las paredes del centro histórico deben repintarse de un blanco reluciente, que generan un bellísimo contraste con el rojo intenso de sus tejas. Cuenta con numerosas iglesias bien conservadas de esa época como las de San Lázaro, San Francisco y Santo Domingo o el impresionante oratorio de San Felipe Neri, que ilustran la mezcla de las tradiciones arquitectónicos locales con los estilos importados de Europa.
Nos instalamos en el bello parador Santa María la Real, antigua sede del poder judicial de esta parte del imperio español, ya que antes de ser hotel este palacete acogió la Real Audiencia de Charcas. Este edificio se ha reconvertido en un elegante establecimiento donde desayunar en un salón en el que antes juzgaban casos de todo tipo.Y empezamos la visita por la bellísima y bien cuidada plaza 25 de Mayo, en la que se encuentra el único edificio al que sí o sí se debe entrar: la Casa de la Libertad. Aunque fue sede de la antigua Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, y antes capilla de un convento jesuita, aquí se reunió el primer parlamento boliviano que declaró su independencia de España. En la elegante sala hay enormes cuadros de los héroes y heroínas de la independencia así como el acta de independencia del Alto Perú, que luego se rebautizó como Bolivia en homenaje al héroe independentista. Y eso que Bolívar nunca quiso dicho honor. De hecho, él propuso que la nueva república se llamara Azurduy, en honor a Juana Azurduy de Padilla, gran heroína y madre de la patria, que comandó a miles de hombres y a la que se nombró Mariscala de la República a título póstumo por el gobierno boliviano.
En otra de las salas cuelgan los retratos de todos los presidentes de Bolivia, incluyendo el de Evo Morales o del eterno candidato a la reelección Jorge "Tuto" Quiroga. Visitad el edificio con una de las guías que, voluntariamente, lo explican todo súper bien.
También es interesante cruzar al cercano antiguo Palacio del Gobierno Nacional, ahora sede del poder provincial de Chuquisaca, pero que guarda gran esplendor y cuyas vistas de la plaza desde su estructura metálica son preciosasOtro tejado al que recomiendo subir es al de San Felipe Neri, no sólo por las vistas, sino también por la propia belleza de este antiguo convento ahora colegio privado. Haced la visita guiada también.
Y hablando de comida, en Sucre hay que probar el saice, guiso típico a base de carne picada, arvejas, papa y zanahoria en ají colorado y comino, con tomate y cebolla natural por encima. Y luego beber un expreso de cacao amazónico, uno de los mejores del mundo, que preparan en la "Chocolatería Para Ti". Allí también se pueden comprar bombones y tabletas de chocolate de todos los sabores: desde picante ají y crujiente quinoa a sabroso coco, curiosa sal de Uyuni o el de hojas de coca.
Y es que Sucre tienen un panorama gastronómico increíble: no os podéis ir sin disfrutar de un menú degustación en el "Proyecto Nativa", un restaurante minimalista en el que usan todo tipo de ingredientes bolivianos preparados de forma innovadora y que por ello ya aparece en la lisa Latam 50 Best de la revista Restaurant. Y si no tuvieran mesa, otra alternativa es el "Restaurant El Solar", con un menú de ocho pasos también basado en ingredientes bolivianos exquisito. Ambos restaurantes se basan en el aprendizaje de sus chefs del concepto y técnicas de Gustu, el mejor restaurante de Bolivia que visité en La Paz.
Rumbo a Potosí
Tras unos días en Sucre, tomamos la carretera que lleva a Potosí y pasamos por unos espectaculares valles altoandinos de película antes de llegar a la ciudad más alta del mundo a 4100 metros de altura. Aquí se concentraron más habitantes que París o Londres: 160.000 personas en el siglo XVIII. De su montaña, Cerro Rico, salió gran parte de la plata que financió las guerras del Imperio español. La mayoría de las minas de abandonaron en el siglo dejando en declive a la ciudad. Sin embargo, los restos de su acaudalado pasado aún se aprecian en la arquitectura.
La primera vez que llegué se celebraba el día de la bandera, y la ciudad lucía engalanada con cientos de banderas rojas, verdes y amarillas en sus balcones mientras los escolares de todos los barrios desfilaban por la plaza 10 de noviembre agitando cientos de banderitas. Me subí al antiguo campanario de la iglesia jesuita (ahora abandonada) para tener una vistas de la ciudad y del cerro que la creó.
Tras estas vistas fuimos a la Casa de la Moneda, centro donde se acuñaban los reales de a ocho, de plata, que circulaban no sólo por el Imperio español sino por todo el mundo, ya que se convirtió en la primera moneda de uso global. Dentro, además de ver los ingenios que acuñaban moneda, también hay un museo de minerales donde ver plata, oro pero también una bolivianita gigante. En otras salas hay objetos de plata elaborados para la élite local, como un bolso con hilo de plata. También hay preciosos cuadros barrocos, destacando el que representa al Cerro Rico como una Virgen que bendice al emperador Carlos V y al papa Pablo III con sus ríos de plata. De aquí viene la expresión "valer más que un Potosí".Pero fuera de bromas, toda la riqueza de Potosí se extrajo al coste de más de ocho millones de vidas: muertos entre esclavos africanos y mitayos indígenas, ambos forzados a extraer el mineral a toda costa. Los lujos de unos pocos se pagaron con las vidas de millones. Por eso al Cerro Rico también le llaman la "Montaña Comehombres". La Cooperación Española a través de la AECID recuperó el arte de la platería en una Escuela-Taller donde comprar anillos, collares y broches de plata potosina realizados con gran destreza por los artesanos locales. Pero difícil reparación hay a una tierra que ha sufrido tanto.
Si hablamos de gastronomía, en Potosí hay que probar la kalapurca, una sopa de maíz molido espesa y a veces picante, con trozos de res, papa, ají colorado y hierbas andinas. Se sirve hirviendo con una piedra volcánica caliente en el medio que mantiene la cocción y le da su sabor ahumado inconfundible. Aunque el lugar más querido por los potosinos para ello es la mítica "Doña Mecha", yo la disfruté en "El Tenedor de Plata", donde el ambiente es más tranquilo, así como en el "Restaurante Tambo Señorial", con un ambiente más familiar y una kalapurka casera mucho menos picante.Si queréis un buen café (y hojear o comprar libros interesantes), no os podéis perder "Cronopios Café Librería", en el propio Mercado Central, también interesante de recorrer. Y el monasterio de Santa Teresa merece una visita guiada: era aquí donde la nobleza española encerraba a sus segundas hijas como monjas, haciendo suculentas donaciones que aún se ven en la rica arquitectura y arte de este monasterio donde aún viven cinco monjas de clausura pero que organiza visitas guiadas por voluntarias dos veces al día. De sus salas me llamó la atención una plancha para fabricar ostias consagradas, una Virgen del Carmen vestida de generala del Ejército boliviano y la rica iglesia, aún en funcionamiento, cubierta de pan de oro. No olvidéis comprar los dulces de las monjas antes de iros: los de coco están buenísimos.
Os podéis alojar en el Hostal Virreyes, un cómodo hotel de tres estrellas con habitaciones cómodas y desayuno correcto no muy lejos de la plaza principal. Me quedó por visitar el famoso cerro y adentrarme en su interior, pero no tenía las energías para ello, honestamente. Por el contrario, pude ver las llamas que pastan en las zonas al sur del gran cerro.Finalmente, pusimos rumbo por carretera hacia el mítico salar de Uyuni.
Uyuni
El salar más grande y alto del mundo se encuentra en Bolivia: son los restos de un antiguo mar salado prehistórico que se secó. Tras cuatro horas en coche por carreteras que recorren paisajes únicos llenos de llamas, desiertos, verdes valles y montañas bellísimas llegamos a la feísima ciudad de Uyuni, que parece una ciudad perdida en un desierto con algunos restaurantes en sus dos calles principales y poco más.
Lo primero que visitamos fue su famoso cementerio de trenes con más de cien locomotoras y vagones abandonadas hace más de 80 años. La sequedad extrema del altiplano ha frenado la corrosión y conservan su estructura pese a más de un siglo de abandono. En algunas locomotoras saqueadas por sus metales se han puesto ahora columpios lo que dan al entorno un ambiente aún más surrealista. Entre el ambiente desértico, el cielo azul y los trenes oxidados, viví un momento postapocalíptico aunque luego también se me ocurrió que el lugar es perfecto para organizar un festival de música electrónica.Después seguimos hacia la auténtica joya del lugar: el famoso salar de 12,000 metros cuadrados. Obviamente solo pudimos ver una pequeña parte: importante ir con guía porque dentro no hay señales y el paisaje plano y blanco ha hecho que muchos se pierdan por allí. Hace 40,000 años aquí había un mar pero un cambio climático en la región produjo una drástica pérdida de humedad y el agua se evaporó quedando al descubierto una capa de casi 20 metros de sal y minerales. De hecho, aquí se encuentran el 70% de las reservas mundiales de litio. En diciembre y enero, época de lluvias, todo se cubre con una fina película de agua que crea el famoso efecto espejo, donde se confunden tierra y cielo. El resto del año, el salar es un desierto blanco de sal, aunque siempre hay algunas zonas encharcadas donde disfrutar de una bella puesta de sol y los reflejos alucinantes que tan bien quedan en redes sociales.
Nosotros acabamos ahí la mágica visita, pero la empezamos en los "ojos" de Uyuni: una salmuera que brota a presión de los restos del mar subterráneo que aún queda bajo la costra blanca del salar. Los que tengan problemas de piel y huesos pueden remojarlos en estas aguas terapéuticas. Luego seguimos a la zona donde no entran coches y aún se ven las bellas formaciones hexagonales de sal en el suelo. Seguimos hacia la mítica plaza de las banderas, donde traté de encontrar la valenciana sin éxito (aunque sí habían europeas, españolas, aragonesa y hasta una balear). También fuimos al abandonado hotel de sal original, ahora comedor y tienda de recuerdos, pero bastante feo, así como al monumento desde el que salió una de las carreras del rally Dakar hace unos años. Pero lo más espectacular fue la puesta de sol en las zonas encharcadas. El paisaje se presta a fotos espectaculares y muchos de los guías las toman de maravilla.Salimos del salar antes del anochecer para evitar perdernos y paramos en el Hotel Palacio de Sal para ver sus columnas y muebles hechos de bloques de sal. Espero poder quedarme en él alguna vez que vuelva y tenga más tiempo porque es precioso.
Acabamos el día cenando en Uyuni, en otro hotel de sal pero no tan bonito: el Casa de Sal, donde disfruté de unos deliciosos filetes de llama. Volveré a Uyuni para recorrer más partes del salar, como la isla de los pescadores, donde gigantescos cactus alcanzan los 10 metros de altitud con troncos más gruesos que los de muchos árboles.
Toda esta zona de Bolivia es mágica y perfecta para hacer en cinco/seis días, empezando en Sucre y terminando en Uyuni.
IMPRESCINDIBLES
ComerKalapurka en El Tenedor de Plata o en el Restaurante Tambo Señorial.
Menú de ocho pasos con ingredientes bolivianos en Nativa o en El Solar.
Kalapurka en El Tenedor de Plata o en el Restaurante Tambo Señorial.
Menú de ocho pasos con ingredientes bolivianos en Nativa o en El Solar.
Expreso de chocolate en Chocolates Para Ti.
Comprar
Accesorios de plata en la Escuela Municipal de Platería de Potosí.
Leer
Raza de Bronce de Alcides Arguedas.
Escuchar
El Minero de Savia Andina.
Ver
Quantum of Solace de Marc Forster.
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