El último país del Cáucaso que visité fue Armenia, que es el menos desarrollado y más pro ruso pero a la vez el más hospitalario de la región. Llegué hasta allí en una marshrutka, los famosos mini-buses que recorren las antiguas repúblicas soviéticas. Para ir a Armenia desde Tiflis es necesario acudir hasta la estación de autobuses de Ortachala en la capital georgiana. Tratad de ir temprano por la mañana porque luego los mini-buses dejan de salir hasta el día siguiente.
La llegada a Armenia fue accidentada: en la frontera entregué el pasaporte al oficial del Ejército armenio y lo abrió justamente por la última hoja, aquella en la que estaban mis visados de entrada y salida a Azerbaiyán, país con el que están actualmente en guerra No os podéis imaginar los ojos que puso. El caso es que me retiraron el pasaporte y me pidieron que esperara. Después me llevó ante su superior que me empezó a hacer preguntas y que incluso me pidió el teléfono de mi amiga armenia que me iba a alojar para verificar que mi historia era verdadera. Finalmente me dejó continuar mi viaje estampando un sello armenio en la primera página, al lado de los de Georgia.
La llegada a Armenia fue accidentada: en la frontera entregué el pasaporte al oficial del Ejército armenio y lo abrió justamente por la última hoja, aquella en la que estaban mis visados de entrada y salida a Azerbaiyán, país con el que están actualmente en guerra No os podéis imaginar los ojos que puso. El caso es que me retiraron el pasaporte y me pidieron que esperara. Después me llevó ante su superior que me empezó a hacer preguntas y que incluso me pidió el teléfono de mi amiga armenia que me iba a alojar para verificar que mi historia era verdadera. Finalmente me dejó continuar mi viaje estampando un sello armenio en la primera página, al lado de los de Georgia.
Tras una hora más de viaje me paré en la localidad de Alaverdi, para poder visitar los monasterios de Haghpat y Sanahin, construidos uno frente al otro, pero alejados por espectaculares montañas y valles. No es difícil imaginar que son patrimonio de la humanidad UNESCO y que por eso estaban en mi recorrido. Al bajar, tomé un taxi que por pocos euros me hizo un tour. Situados en la región de Tumanian, los monasterios fueron importantes centros de difusión cultural en el período de prosperidad de la dinastía Kiurikian, hace unos mil años.
Dedicar una mañana a visitar Haghpat y Sanahin vale la pena, ya que ambos conjuntos representan el apogeo de la arquitectura religiosa armenia y en ellos confluyen elementos de arte bizantino y técnicas de construcción autóctonas. Sobra decir que los paisajes de esta región de Armenia son espectaculares.
Empecé mi visita por Sanahin, que fue famoso por su escuela de caligrafía e iluminaciones, y que además es el más antiguo de los dos. El monasterio se construyó alrededor de dos iglesias, una dedicada a la Madre de Dios y la otra al Salvador. Ambas tienen una estructura de una cúpula central alrededor de la cual hay cuatro ábsides. Además, en sus entradas hay una especie de grandes porches cubiertos llamados gavits. También hay una capilla dedicada a San Gregorio, un campanario y varios claustros. Pero lo que más me llamó la atención fueron la academia y la biblioteca. La academia, situada en una galería entre ambas iglesias, es un espacio rectangular con arcos a ambos lados y espacios entre ellos donde los alumnos se sentaban mientras el profesor explicaba diversas materias paseando por el pasillo. La biblioteca, construida por orden de la reina Hranuc, cuenta con diversas estanterías excavadas directamente en la piedra del muro decoradas con bellas cenefas talladas. Un circulo central en el techo deja entrar la luz. Sorprenden los agujeros en el suelo: es aquí donde se escondían libros y legajos en caso de ataques persas o mongoles. Se ponían encima losas y así nadie podía encontrarlos. De esta manera, los armenios consiguieron mantener su escritura y tradiciones durante siglos. Actualmente solo quedan estelas en piedra, normalmente funerarias, ya que los libros se han trasladado todos en el Matenadarán de Ereván, una de las bibliotecas de manuscritos más grandes del mundo. Los libros y el alfabeto armenio, como aprendí en este viaje, fueron un elemento central en la conversación de la consciencia de ser un pueblo que los armenios siempre han tenido.
El taxi me dejó después en Haghpat, situado en una alta meseta, en la parte que da a una ladera, frente a Sanahin pero separados por un profundo valle. Su situación le permite ocultarse de ojos curiosos, algo fundamental en una época en la que las invasiones e incursiones de diferentes pueblos eran habituales. La estructura arquitectónica de la iglesia principal de Haghpat es de una cúpula sostenida por cuatro impresionantes pilares, diferente a los ábsides de Sanahin. Los pilares están decorados con los símbolos de los cuatros evangelistas: el león, el ángel, el águila y el toro. También cuenta con una biblioteca, más grande que la de Sanahin, donde cada estantería tiene arriba un relieve que indica los tipos de libros que contenía: medicina, química, teología, gramática, historia, matemáticas... Haghpat es mucho más grande e impresionante que Sanahin. Los relieves se conservan mejor e incluso se pueden ver algunos frescos, como el Cristo pantócrator de la iglesia. La experiencia aumenta cuando entramos en los diferentes edificios y escuchamos a pájaros y murciélagos que han hecho de este monasterio su hogar. Uno se siente en una especie de ciudad perdida. Además, el paisaje desde aquí es impresionante, os dejo que lo juzguéis vosotros mismos en las fotos. Es una bendición que no haya apenas turistas, la experiencia es muchísimo más satisfactoria.
Finalmente, mi taxista me llevó a un restaurante de carretera enorme que parecía estar especializado en turistas. Por algo menos de cinco euros comí un menú completo con una ensalada de hierbas de todo tipo, tomates y pepinos, una humeante y sabrosa sopa, una especie de cerdo a la barbacoa, diferentes panes, agua y café. En el resto de las mesas, un ruidoso grupo de turistas portugueses jubilados daban buena cuenta de la comida armenia. Su guía, una armenia joven que hablaba algo de castellano, intentaba comunicarse con ellos sin mucho éxito. Comí con ella y me dio algunos buenos consejos sobre qué visitar. Tras despedirme, me dispuse a buscar un mini-bus que me llevara a Erevan. Empezó a chispear mientras recorría con mi mochila una carretera en el fondo del valle. El paisaje era bastante feo por ese lado, con un río jalonado de bloques de viviendas grises de estilo soviético y una gigantesca fábrica de productos químicos instalada por los rusos que ya apenas funciona. Pero la suerte no me abandonó: me acerqué a una gasolinera que tenía un cartel de WIFI para orientarme con la gran casualidad de que allí estaban repostando un armenio y su hermana, que casualmente vivía en Barcelona y estaba de visita. Tras charlar un poco me ofreció llevarme a Ereván con ellos. Tuvimos una larga e interesante conversación mientras recorríamos los espectaculares paisajes verdes, con ríos rebosantes y gigantescas montañas cuyos picos estaban nevados a pesar de ser ya en abril.
Dedicar una mañana a visitar Haghpat y Sanahin vale la pena, ya que ambos conjuntos representan el apogeo de la arquitectura religiosa armenia y en ellos confluyen elementos de arte bizantino y técnicas de construcción autóctonas. Sobra decir que los paisajes de esta región de Armenia son espectaculares.