El Alt i el Baix Empordà
La Costa Brava es una de las costas más bellas del Mediterráneo. Su relieve abrupto ofrece grandes acantilados cubiertos de pinos mediterráneos alternado con zonas de olivos y matorrales. Y de tanto en tanto, calas más grandes o más pequeñas, de arena o pedregosas, más o menos remotas. He tenido la suerte de ir a este paraíso dos veces. Una en 2012, cuando una amiga vivía en Palafrugell, uno de los pueblos de la zona, fuimos a visitarla y de paso conocer las diferentes calas y pueblitos blancos de pescadores. La otra en 2021, cuando volví con un amigo de Kuwait a visitar Begur y sus calas, Pals y Peratallada.
Primer contacto con la Costa Brava
El caso es que tras pasar la noche en bus llegué de buena mañana y allí me recogieron en coche. El primer día nos dedicamos a conocer toda la zona de Calella de Palafrugell, aprovechando la cercanía. Aparcamos cerca del Port Pelegrí y andando nos hicimos el conjunto de calitas. Desde este punto las vistas, y por tanto las fotografías, son preciosas. Las casitas de los pescadores se agolpan, blancas o de colores claros alrededor de las medias lunas de arena salpicadas de grises y redondas rocas de tanto en tanto. Y desde aquí se avista el austero campanario blanco de la iglesia local. Tradicionales barcas de pescadores se mezclan con las más modernas que los turistas y locales usan para el ocio. La Platgeta y Platja d'en Calau son las que siguen, ofreciendo más arena, casitas y barcas. Pero sin duda, la más bonita de todas es la que sigue: Port Bo. Además de las aguas claras y la bonita forma de la cala, aquí el paseo se sitúa por encima de almacenes donde los pescadores guardaban barcas y aparejos. Cada portón pintado de oscuros colores da directamente a la arena, haciendo de esta playa la más pintoresca de toda Calella. Seguimos en el Port de Malaespina y disfrutamos de las vistas del mirador de la Punta del Conill. Continuamos caminando, bordeando una pequeña colina a la orilla del mar hasta llegar Llafranc, una pequeña aldea de pescadores rodeada de frondosos bosques de pino mediterráneo. La fuerte fragancia a pino hace de estos paseos una experiencia más que agradable. Cruzada la cala empinamos la pequeña montaña hacia arriba disfrutando de las bonitas vistas del Mediterráneo, hasta llegar a la cima, donde se encuentra el Far de Sant Sebastià, con un bonito mirador desde el que ver el valle y la irregular costa de Palafrugell. El día era espléndido. Como ya hacía calor, bajamos de nuevo hasta Llafranc y buscamos un pequeño restaurante, alejado de los altos precios de la primera línea de playa. En una de las pocas callejuelas de la aldea encontramos un local bonito y a buen precio donde disfrutar de mejillones al vapor y sardinas a la brasa.
Para reposar la comida, nos fuimos recorriendo las diferentes calas de vuelta, bañándonos en cada una de ellas. Por lo general, el agua en la Costa Brava está helada a pesar de ser mediterránea. Me costó bastante acostumbrarme, aunque cuando lo conseguí, el agua no se nota tan fría. Por supuesto, aguas transparentes. Tanto, que dan ganas de beber.
Calella, a pesar de tener mucho turismo, y por tanto mucho movimiento de personas, aún conserva ese ambiente de pueblecito, lo cual la hace muy auténtica. Tras dar un último paseo, nos volvimos a Palafrugell para cenar. Acabamos este primer dia tomando una copa en Butik, un céntrico local que abrió hace poco y que ha decorado una planta baja de una vieja casona con antigüedades de todo tipo, según las diferentes salas. Cuenta con un agradable patio ajardinado donde tomarse algo por la tarde o noche.
Al dia siguiente nos dirigimos rumbo al norte. Desde el coche pasábamos pueblecitos de interior, muy diferentes a los de la costa. De piedra oscura y rodeados por tierras marrones en las que olivos, maíz o viñedos se turnaban por igual. Y alguna típica masía catalana de vez en cuando. Al llegar a Roses, aparcamos el coche y nos dispusimos a recorrer un buen trozo del bello Parc Natural del Cap de Creus por el pequeño camino que bordea el mar. Al principio, la típica estampa de mar turquesa, cielo azul y verdes y fragantes pinos nos acompañaba. Sin dudar de la belleza de los paisajes, lo cierto es que al ser casi todo matorrales el calor se vuelve insoportable. Por desgracia, nos equivocamos y aparcamos el coche demasiado pronto, sin apurar la carretera hasta la entrada del parque, por lo que perdimos varias horas andando que podríamos haber hecho en coche. Por eso no llegamos hasta la cala que teníamos previsto. Pero pudimos descubrir un rincón en mitad de grandes rocas en pleno parque, donde el oleaje era más fuerte de lo normal pero la tranquilidad era impagable.
Cansados, volvimos al coche para comer en uno de los pueblos a los que más ganas tenía de ir: Cadaqués. Según Salvador Dalí, el lugar más bonito de la Tierra. Sin lugar a dudas, si sólo podéis pasar un dia en la Costa Brava, este es el lugar al que acudir. Cadaqués es el típico pueblo blanco de pescadores, el más bonito, el más mágico. Su sencilla pero a la vez imponente iglesia preside el conjunto, lleno de casas alrededor de una pequeña bahía rocosa. El hecho de que Dalí pasara los veranos de su infancia aquí acaba de dar el toque de gracia al pueblo. Nada más llegar, lo primero que recomiendo hacer es darse una vuelta por la calle de la Riba Nemesi Llorens, que hace las veces de paseo marítimo. Nosotros aprovechamos para comer también. Una vez saciados, decidimos internarnos por los estrechos y blancos callejones al través de la calle del Call.
Las bungavillas son tan grandes que se enredan en las sobrias fachadas llegando hasta muy alto. Incluso cactus y otras plantas crecen en las paredes de las casitas, separadas por callecitas empedradas. Las tiendas de productos de diseño, como ropa o artículos de decoración, se alternan con hornos y ultramarinos tradicionales, que le dan un toque realmente auténtico. Subiendo llegamos a la iglesia de Santa Maria, construida en el siglo XVII, un imponente edificio blanco con un campanario sencillo y una gran sala redonda anexa cubierta por una cúpula. El enorme ciprés de la entrada le da ese toque místico y elegante a la vez. Al entrar, nos llevamos la grata sorpresa de admirar su bello altar barroco, recargado, dorado, maravilloso. A los lados, diversos altares similares pero de menor tamaño muestran diferentes santos, entre los que destacar la muy catalana Virgen de Montserrat, la Moreneta, patrona de Catalunya. En la sala redonda anexa, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, una austera cúpula pintada de azul cielo cubría un espacio circular donde poder rezar y meditar en cojines situados en el suelo.
Tras admirar la belleza de la iglesia, nos detuvimos un rato en la pequeña plaza de la entrada, desde la que se puede ver parte del pueblo en una bonita panorámica del Mediterráneo. Seguimos por la calle del Portal d'Amunt, con decenas de gatos cruzándo nuestro camino, admirando las belleza y paz que reina por las calles de este pueblo, a pesar de que el número de turistas es enorme. En esta foto podéis ver un curioso cactus, larguísimo, que crece pegado a una casa.
Seguimos perdiéndonos por las callejuelas y descansando en los diferentes recovecos que daban al mar hasta toparnos en uno de los hornos más grandes de Cadaqués, situado en plaza de Frederic Rahola, enfrente de la playa de Es Portitxó. Allí probamos para merendar las típicas burilles, una especie de pastas redondas crujientes que recuerdan a la textura de las tejas castellanas salpicadas de piñones y almendras caramelizadas. La degustamos mientras acabábamos de dar la última vuelta por este paraíso. Antes, nos habíamos pasado por la oficina de turismo para informarnos sobre cómo visitar la Casa-Museu Dalí de Portlligat. Para vuestra información, hay que llamar por teléfono unas horas antes para reservar visita. Ellos nos darán la hora a la que podremos ir. En septiembre llamamos el mismo dia y nos dieron cita para las siete de la tarde. Cogimos el coche y nos fuimos a la vecina aldea de Portlligat. Este pequeño villorrio de pescadores vecino de Cadaqués y elegido por Dalí y Gala para fijar la que sería su residencia. La plazoleta de entrada fue decorada por el pintor con una antigua barca de la que nacía un ciprés del medio. Desde 1930 hasta los años 70, el pintor catalán fijó aquí su principal residencia, convirtiendo una simple casa de pescadores en un conjunto laberíntico de varias casas unidas.Tras pagar en taquilla, una simpática guía nos estaba esperando al grupo.
Empezamos la visita por el vestíbulo del oso, en el que uno de estos mamíferos disecados nos recibirá, regalo que le hicieron a Dalí. Entre las dos garras sostenía la barretina que el pintor llevaba siempre puesta. Seguía el comedor de invierno y la biblioteca, decorados también de forma muy original. Subiendo al primer piso llegamos a la sala de los modelos, donde Dalí tenía cientos de objetos de todo tipo en los que se inspiraba, así como su taller, muy luminoso. Allí aún quedan dos cuadros inacabados del artista, además de muchos otros objetos. Es curioso el hecho que Dalí pintara sentado. Para ello, tenía todo un sistema para bajar y subir los grandes cuadros y no tener que moverse del sillón. Seguimos por el salón amarillo, agradable salita de la que me llamó la atención el curioso reloj diseñado por Dalí con forma de caracol y cuyas manecillas eran dos bigotes. Otro de los elementos curiosos de esta sala es el espejo situado enfrente de la ventana, ligeramente doblado, colocado allí por el artista para que reflejara el sol en el amanecer y le diera la luz en la cara para despertarlo. Al estar Portlligat situado en el Cap de Creus es el punto más al este de la península ibérica. Por eso, Dalí se vanagloriaba de ser el primer hombre en ver amanecer de la península. En efecto, justo encima del salón amarillo estaba el gran dormitorio, con dos camas, en las que dormían Dalí y Gala respectivamente. El conjunto de bastones del pintor se encuentran aquí. Asimismo, están los dos baños, uno para cada uno. El tocador de Gala y la habitación de los armarios son también curiosos, porque las puertas están forradas de fotos del matrimonio con personajes famosos. En efecto, por esta casa pasaron personalidades como Walt Disney, Coco Channel, Marcel Duchamp...
A través de una de las puertas de estos armarios se entra a la Sala Oval, habitación secreta en la que Gala se refugiaba de las decenas de visitas que su marido recibía y que a ella le cansaban. Esta estancia, de forma redonda tiene la característica de ser acústica, por lo que al situarnos en el centro de la sala nuestra voz rebotará. El estilo hindú rodeada de sofás le da un toque realmente confortable.
Salimos al jardín, con el comedor de verano, los bancales de olivos con la estatua del Cristo de las Basuras, hecho de una barca, tejas y neumáticos, el palomar... el par de huevos gigantes encima del tejado dan el toque estrambótico a este conjunto que desde fuera parece un grupo de casas de pescadores sin más. También había una estatua de un huevo gigante roto en la que todos nos metimos para hacernos la foto de rigor desde dentro. De hecho hay una trampilla trasera para meterse dentro del huevito. Pero sin duda, lo mejor del jardín es su piscina, estrambótica a la vez que relajante. Una gran fuente compuesta a base de imitaciones de la fuente de los Leones y otros pedazos de fuentes famosas presidían este espacio dedicado al agua. Estatuas de sabios árabes se alternaban con las de la mascota de Michelin. Una de las cosas más sorprendentes es el sofá con forma de labios, ya visto en otros cuadros del pintor, con una decoración en la a base de diferentes carteles de la empresa italiana Pirelli, instalados con luz y todo del derecho y del revés. Una estrambótica fuente, también copia de la de los Leones de la Alhambra, se situaba enfrente del sofá, con muñecos de toreros rodeándola. La alargada piscina acababa coronada por unas sillas, sofás y almohadones donde relajarse. Anexa hay una barbacoa construida así como una cabina telefónica con una farola de ciudad. Surrealismo puro y duro.
Como ya anochecía, volvimos a Palafrugell. Tras un día de tanta caminata, visitas y arte estábamos agotados. Por eso, al día siguiente nos despertamos frescos y preparados para disfrutar de nuestra última mañana. Escogimos descubrir cala Pedregosa, en pleno espacio natural de El Montgrí. Nos dirigimos hacia l'Estartit, donde pudimos admirar las islas Medes. Aparcamos el coche en la entrada del espacio y nos dispusimos a una caminata de tres cuartos de hora a través de un fragante bosque mediterráneo. Las preciosas vistas del sendero desembocaron en la preciosa cala Pedregosa, siempre siguiendo las indicaciones. Cuando llegamos no había más que tres botes, pero pronto muchísimos visitantes llenaron este bello espacio. Y pronto entendimos el porqué. Además de la sensación de aislamiento, que hace que esta cala protegida apenas tenga olas, también ganan muchos puntos sus miles de piedrecitas y sus aguas cristalinas. El caso es que a lo largo de la mañana decenas de personas saturaron esta cala por lo que decidimos marcharnos a comer. Por eso, y porque el agua estaba especialmente helada en este punto.
Para acabar con la visita a la Costa Brava fuimos a L'Escala. Según las guías, sus playas tienen el agua más cristalina de la zona. Lo cierto es que las tenía tan bonitas como el resto. El pueblo era también muy tranquilo y pintoresco. Como en casi todos los lugares aquí se ha sabido combinar un alto nivel de turismo con el mantenimiento de las tradiciones. Por tanto, aunque las playas y calles rebosen de visitantes, los pescadores siguen faenando y el espíritu de pueblecitos remotos pervive. Pasamos la tarde tranquilamente, disfrutando del mar, el sol, las vistas y el olor a pino mediterráneo, que tanto me gusta. Por cierto, olvidaba que para comer pedí la típica butifarra catalana amb mongetes, es decir, una longaniza blanca alargada con un sabor peculiar acompañada de alubias blancas. Más típico imposible.
Era 2012, y decenas de balcones, comercios, restaurantes y rotondas de todos los pueblos que visité lucían las célebres estelades, o las banderas independentistas. L´Empordà es una de las comarcas catalanas más independentistas, y eso se nota.
Empezamos la visita por el vestíbulo del oso, en el que uno de estos mamíferos disecados nos recibirá, regalo que le hicieron a Dalí. Entre las dos garras sostenía la barretina que el pintor llevaba siempre puesta. Seguía el comedor de invierno y la biblioteca, decorados también de forma muy original. Subiendo al primer piso llegamos a la sala de los modelos, donde Dalí tenía cientos de objetos de todo tipo en los que se inspiraba, así como su taller, muy luminoso. Allí aún quedan dos cuadros inacabados del artista, además de muchos otros objetos. Es curioso el hecho que Dalí pintara sentado. Para ello, tenía todo un sistema para bajar y subir los grandes cuadros y no tener que moverse del sillón. Seguimos por el salón amarillo, agradable salita de la que me llamó la atención el curioso reloj diseñado por Dalí con forma de caracol y cuyas manecillas eran dos bigotes. Otro de los elementos curiosos de esta sala es el espejo situado enfrente de la ventana, ligeramente doblado, colocado allí por el artista para que reflejara el sol en el amanecer y le diera la luz en la cara para despertarlo. Al estar Portlligat situado en el Cap de Creus es el punto más al este de la península ibérica. Por eso, Dalí se vanagloriaba de ser el primer hombre en ver amanecer de la península. En efecto, justo encima del salón amarillo estaba el gran dormitorio, con dos camas, en las que dormían Dalí y Gala respectivamente. El conjunto de bastones del pintor se encuentran aquí. Asimismo, están los dos baños, uno para cada uno. El tocador de Gala y la habitación de los armarios son también curiosos, porque las puertas están forradas de fotos del matrimonio con personajes famosos. En efecto, por esta casa pasaron personalidades como Walt Disney, Coco Channel, Marcel Duchamp...
A través de una de las puertas de estos armarios se entra a la Sala Oval, habitación secreta en la que Gala se refugiaba de las decenas de visitas que su marido recibía y que a ella le cansaban. Esta estancia, de forma redonda tiene la característica de ser acústica, por lo que al situarnos en el centro de la sala nuestra voz rebotará. El estilo hindú rodeada de sofás le da un toque realmente confortable.
Salimos al jardín, con el comedor de verano, los bancales de olivos con la estatua del Cristo de las Basuras, hecho de una barca, tejas y neumáticos, el palomar... el par de huevos gigantes encima del tejado dan el toque estrambótico a este conjunto que desde fuera parece un grupo de casas de pescadores sin más. También había una estatua de un huevo gigante roto en la que todos nos metimos para hacernos la foto de rigor desde dentro. De hecho hay una trampilla trasera para meterse dentro del huevito. Pero sin duda, lo mejor del jardín es su piscina, estrambótica a la vez que relajante. Una gran fuente compuesta a base de imitaciones de la fuente de los Leones y otros pedazos de fuentes famosas presidían este espacio dedicado al agua. Estatuas de sabios árabes se alternaban con las de la mascota de Michelin. Una de las cosas más sorprendentes es el sofá con forma de labios, ya visto en otros cuadros del pintor, con una decoración en la a base de diferentes carteles de la empresa italiana Pirelli, instalados con luz y todo del derecho y del revés. Una estrambótica fuente, también copia de la de los Leones de la Alhambra, se situaba enfrente del sofá, con muñecos de toreros rodeándola. La alargada piscina acababa coronada por unas sillas, sofás y almohadones donde relajarse. Anexa hay una barbacoa construida así como una cabina telefónica con una farola de ciudad. Surrealismo puro y duro.
Como ya anochecía, volvimos a Palafrugell. Tras un día de tanta caminata, visitas y arte estábamos agotados. Por eso, al día siguiente nos despertamos frescos y preparados para disfrutar de nuestra última mañana. Escogimos descubrir cala Pedregosa, en pleno espacio natural de El Montgrí. Nos dirigimos hacia l'Estartit, donde pudimos admirar las islas Medes. Aparcamos el coche en la entrada del espacio y nos dispusimos a una caminata de tres cuartos de hora a través de un fragante bosque mediterráneo. Las preciosas vistas del sendero desembocaron en la preciosa cala Pedregosa, siempre siguiendo las indicaciones. Cuando llegamos no había más que tres botes, pero pronto muchísimos visitantes llenaron este bello espacio. Y pronto entendimos el porqué. Además de la sensación de aislamiento, que hace que esta cala protegida apenas tenga olas, también ganan muchos puntos sus miles de piedrecitas y sus aguas cristalinas. El caso es que a lo largo de la mañana decenas de personas saturaron esta cala por lo que decidimos marcharnos a comer. Por eso, y porque el agua estaba especialmente helada en este punto.
Para acabar con la visita a la Costa Brava fuimos a L'Escala. Según las guías, sus playas tienen el agua más cristalina de la zona. Lo cierto es que las tenía tan bonitas como el resto. El pueblo era también muy tranquilo y pintoresco. Como en casi todos los lugares aquí se ha sabido combinar un alto nivel de turismo con el mantenimiento de las tradiciones. Por tanto, aunque las playas y calles rebosen de visitantes, los pescadores siguen faenando y el espíritu de pueblecitos remotos pervive. Pasamos la tarde tranquilamente, disfrutando del mar, el sol, las vistas y el olor a pino mediterráneo, que tanto me gusta. Por cierto, olvidaba que para comer pedí la típica butifarra catalana amb mongetes, es decir, una longaniza blanca alargada con un sabor peculiar acompañada de alubias blancas. Más típico imposible.
Era 2012, y decenas de balcones, comercios, restaurantes y rotondas de todos los pueblos que visité lucían las célebres estelades, o las banderas independentistas. L´Empordà es una de las comarcas catalanas más independentistas, y eso se nota.
Esta segunda vez nos quedamos en un estupendo hotel situado en las montañas de Begur, un bello pueblo coronado con un castillo medieval del siglo X. Su último servicio lo prestó cuando la población se refugió en sus murallas para resistir la invasión francesa en a principios del siglo XIX.
Begur es un agradable pueblecito con callejuelas y placitas de postal, que además cuenta con varios restaurantes de nivel, destacando el Turandot, un lugar estupendo en el que probar recetas innovadoras. Sus canelones de pollo y foie son espectaculares. Y su huevo con espuma de patata y trufa es algo único. Los pescados son magníficos y el arroz de Pals con queso y remolacha es muy original. Pero sobre todo su tarta de queso deconstruida os dejará con ganas de más. El consejo: reservad con antelación y pedid una de las mesitas exteriores para disfrutar de las vistas de Begur. Es una delicia cenar aprovechando el excelente clima nocturno del lugar, escuchando de tanto en tanto las campanas de la iglesia marcando el paso del tiempo mientras se disfruta la gastronomía local.
Nos quedamos varios días en el hotel El Convent, situado en un antiguo convento desamortizado. Sus agradables jardines y piscina son perfectos como plataforma para explorar la preciosa comarca. De hecho, más allá de la belleza de la población, lo que atrae a cientos de turistas a Begur es su costa, fuertemente rodeada de pinos que aromatizan el lugar con un delicioso aroma. A nosotros nos gustaron varias:
- Sa Riera, porque es muy cómoda y estaba a diez minutos andando de nuestro hotel. Además, está rodeada de suaves colinas y cuenta con una zona de barquitas de pescadores muy bonita. Y su arena es bastante fina para los estándares de la zona. Su desventaja es que suele masificarse de familias.
- Cala d´Aigua Xelida: cala de película, con aguas turquesas en mitad de un peñasco. Problema: se llena enseguida.
- Platja Fonda: gran playa rodeada de rocas con mucho espacio. Ideal para nadar por su profundidad. No hay chiringuitos. Problema: es muy rocosa.
- Platja de l´Illa Roja: nuestra favorita: arenosa, con mucho espacio, con zonas de sombra cerca de los peñascos para descansar del sol, aguas turquesa y un islote pegado a la tierra por una franja de arena. Además, hay un chiringuito, algo caro, pero perfecto por si nos olvidamos alguna bebida o queremos algo de comer. Esta playa es nudista, pero es opcional: la mitad de la gente llevaba bañador.
En cualquier caso, hay varias más y todas son bonitas. Consejo: llevad cangrejeras porque nunca sabes si son de piedras o no. Y llegad pronto, ya que los parkings se llenan ya a las diez de la mañana en julio y agosto.
Pals
A unos minutos en coche de Begur se encuentra esta belleza de pueblo. Perfecto para visitarlo a media tarde y luego quedaros a cenar. Su punto más alto es la Torre de les Hores, pero no hace falta ninguna guía para Pals: dejaros llevar y pasear por sus callecitas medievales únicas y sus rincones de ensueño, sus casitas, sus iglesias o sus plazoletas empedradas. Disfrutad de las vistas de los campos desde el mirador del Pedró.
Si vais a mitad verano, veréis los campos de trigo segado y los restos acumulados en grandes balas amarillas perfectas para una foto. Además, Pals es famoso por su cultivo de arroz, de gran calidad.
La gastronomía de l´Empordà es fascinante, y en Pals podéis degustar varios ejemplos: en sus callejuelas hay puestos de fuet de varios tipos: de ajo, de pimienta, de romero, de jabalí... Y además, buenos restaurantes. Por ejemplo, Vicus, que sirve platos reinterpretados usando ingredientes locales. El entrante perfecto es el brioche de atún Balfegó con col kale, romesco blanco y un toque picante. El otro que pedimos, la tortilla abierta de gambas de Palamós, no vale tanto la pena. El mejor plato, de lejos, es el arroz negro con calamar, berberechos y alioli de pera (hecho con arroz bomba de l’Estany de Pals): sabroso, con un sabor original También pedimos magret de pato a baja temperatura con flor de calabacín y colinabo pero no nos encantó, ni por el sabor, ni por la carne que estaba algo dura. Eso sí, el servicio amabilísimo y excelente.
Otra excursión recomendada desde Begur es a este otro pueblecito empordanès. Peratallada es otro rincón medieval, aún amurallado. Adentraos por alguna de sus estrechas puertas medievales y perdeos hasta llegar a la plaza del palacete del siglo XI donde vivieron varios siglos los barones del lugar. Además, cuenta con varias iglesias románicas del siglo XII, destacando la de Sant Esteve, especialmente interesante para cualquier valenciano, ya que en ella está enterrado el Barón Gilabert de Cruïlles, uno de los primeros gobernadores del Reino de Valencia (desde 1329), que quiso ser enterrado en su Peratallada natal. Hay varios restaurantes y tiendas buenas también.