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dijous, 31 de març del 2016

Dijon

Una gloriosa historia

Dijon, antigua capital del Ducado de Borgoña, se convirtió en una próspera ciudad durante los siglos XIV y XV, cuando reinó la Casa de Valois con Felipe el Calvo, Juan Sin Miedo y Felipe el Bueno. Escultores, pintores y arquitectos poblaron la ciudad mientras en los fogones palaciegos se iba gestando la rica gastronomía borgoñona. Borgoña llegó a controlar Flandes, Holanda, el Bravante y Luxemburgo. Existió una gran rivalidad con Francia. Tanto que fueron los borgoñones quienes entregaron a Santa Juana de Arco a los ingleses. La muerte de Carlos el Temerario en la batalla de Nancy hizo que el rey Luis XI aprovechara y se anexionara el ducado a Francia en 1477.

Capital mundial de la mostaza

A pesar de su rica historia, la mayoría conoce a Dijon por su producto estrella, la mostaza, originalmente creada para disimular el sabor de la carne vacuna en mal estado. La mezcla de semillas de mostaza morena y mostaza blanca dulce con vinagre y otros ingredientes derivó en la famosa mostaza de Dijon, de color amarillo claro, donde se refinó una receta que se popularizó en toda Europa a finales del siglo XIII. En la rue de la Liberté se encuentra la icónica boutique de la Maison Maille, casa fundada en París pero que cuenta con su tienda más famosa aquí, donde degustar todas sus 32 variedades, inlcluídas cuatro que se venden a granel en surtidores. Probamos tantas que salimos de la tienda con un fuerte dolor de cabeza. La que me encantó fue la de trufas frescas, que mezclada con queso crema se convierte en un aperitivo de categoria. Para comer, Dijon cuenta con decenas de restaurantes interesantes donde degustar la cocina local. La cazuelita de cerdo con salsa de mostaza y queso fundido es deliciosa, así como el típico jambon persillé o jambon de Paques, un plato estrella de la gastronomía borgoñona. Se trata de cubitos de jamón dulce ensamblados con una gelatina de cebolla, tomillo, laurel y ajo entre otras especias que luego se hierve en vino blanco de la región, mostaza y vinagre. Lo podréis encontrar fácilmente como entrante en la mayoría de locales de la ciudad. 

Una ciudad pequeña pero dinámica 

A pesar de su reducido tamaño, el centro histórico de Dijon rebosaba personal el sábado que llegamos. Muchísima gente paseaba por el centro de la ciudad y las terrazas de sus cafeterías y restaurantes estaba llenas. Sus más de 25,000 universitarios ayudan a animar la ciudad. Es muy agradable pasear por sus estrechas calles llenas de edificios medievales y renacentistas. El primer edificio remarcable que visité fue la iglesia de Notre-Dame, del siglo XIII, que cuenta con una interesante fachada de tres pisos de filas de columnas separadas por gárgolas. El interior cuenta con impresionantes vidrieras en sus ventanas y rosetones que aquel días coloreaban la luz de sol que se filtraba por ellos. En el exterior destaca también el reloj de Jacquemart (una figura automatizada que toca al campana), que se instaló en el siglo XIV tras haberlo tomado Felipe el Calvo de la catedral de Courtrai cuando la invadió. En uno de los lados de la iglesia se encuentra la rue de la Chouette donde una desgastada estatua de una lechuza esculpida en el exterior de la iglesia es tocada por miles de visitantes cada día. Cuenta la leyenda que da buena suerte. Yo lo hice con la derecha y resulta que hay que hacerlo con la izquierda. Espero que un poquito de suerte me transmita al menos. Las numerosas casas de los alrededores, con bellas fachadas de vigas de madera o relucientes tejados multicolores con tejas de cerámica, ofrecen innumerables oportunidades para todos los amantes de la fotografía. 

Palacios y museos 

Muy cerquita se encuentra la impresionante plaza de la Liberación, antiguo palacio de los Duques de Borgoña. De origen gótico, el palacio reformó su fachada en el siglo XVII cuando se convirtió en la sede del Parlamento de  Borgoña. El encargado fue Jules Hardouin-Mansart, uno de los arquitectos del palacio de Versalles. Además de la nueva fachada neoclásica, también la plaza fue reformada dándole un estilo homogéneo. En el lado izquierdo del palacio se encuentra una magnífica escalera de mármol y barandas doradas. En el centro se encuentra una torre renacentista construída por Felipe el Bueno a la que no pudimos subir porque estaban las entradas agotadas. Resignados, exploramos el bello ayuntamiento donde destaca una bella sala pintada en tonos verdes donde se encuentra un antiguo cuadro detallando la famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Finalmente, el lado derecho del palacio alberga el Museo de Bellas Artes de Borgoña. El museo, de acceso gratuito, permite conocer las estancias restauradas del antiguo palacio y además muestra una interesante colección de arte medieval y renacentista de la Europa de los siglos XIV y XV con especial énfasis en objetos fabricados en Borgoña. Se empieza por la gran sala de Guardia, rodeada de paneles de madera y una gran chimenea gótica. Aquí se encuentran los sepulcros de Felipe el Calvo y su hijo Juan Sin Miedo acompañado de su esposa Margarita de Baviera. Las figuras yacientes de tamaño natural son custodiadas por bellos ángeles y soportadas por una serie de esculturas representando un cortejo fúnebre. De la colección de cuadros, estatuas y objetos me encantó el retablo dorado de los Santos Mártires y la Crucifixión hechos por De Baerze y Broederlam, en especial la escena de la tentación de San Antonio. Entre los objetos del museo había dos grandes platos de cerámica de Manises realizados durante la época de Al-Andalus. El museo cuenta con unas salas de arte moderno y contemporáneo que estaban cerradas.

Más iglesias, museos y jardines

El Museo de la Vida Borgoñona es el otro espacio que visitamos.Situado en un antiguo convento cisterciense del siglo XVII muestra la vida en Borgoña durante los siglos pasados empezando por una sala que muestra maniquíes de cera vestidos en ropas de diferentes siglos que dan bastante miedo. Luego se muestran varios objetos de cocina así como una cocina del siglo XIX reconstruída. Sin embargo, lo que más nos gustó fue el primer piso, donde varias tiendas de principios de siglo están reconstruídas a escala real. Podremos husmear en una antigua peluquería, tienda de galletas, ultramarinos, carnicería, juguetería o relojería, tal y como eran en las calles de Dijon hace doscientos años. También hay un interesante apartado dedicado a la fabricación y comercialización de la mostaza y otro con decenas de recuerdos de las Exposiciones Universales de París que los habitantes de Borgoña se trajeron tras visitar la capital francesa. Tras la visita al museo visitamos la cercana catedral de San Benigno, en cuya cripta se encuentra enterrado este santo que llevó el cristianismo a Borgoña en el siglo II. Seguimos el paseo por el elegante jardín de Darcy de estilo neorrencentista, construído en honor al ingeniero hidráulico Henry Darcy, que reordenó el sistema de aguas en 1838, conviertiendo a Dijon en una de las primeras ciudades del mundo en tener agua corriente junto a Roma. luego cruzamos la elegante Porte Guillaume, construída por el Príncipe Condé en 1788 y llegamos hasta la fastuosa iglesia de San Miguel. Esta empezó a construirse en estilo gótico y acabó siendo dotada de una fachada renacentista. 

Un ciudad perfecta para una escapada corta

Dijon rebosaba ambiente esa noche de sábado. Jóvenes abarrotaban los cafés de la plaza de la Liberación y las calles del sur así como los locales de la rue Berbisey para tomar una copa y charlar. Dijon es una ciudad animada, a buen precio y con una variada oferta cultural, gastronómica y de ocio suficiente para teneros entretenidos un fin de semana. Además, se puede hacer una pequeña excursión a los viñedos de la Cote d'Or o a los pueblecitos que rodean el valle. O quizá visitar la bella ciudad de Beaune como nosotros hicimos. En cualquier caso, Dijon no os decepcionará. 

diumenge, 13 de març del 2016

Breslavia - Wroclaw

¿Breslavia, Wroclaw, Breslau?

Breslavia o Wroclaw en polaco, capital de la Baja Silesia y cuarta ciudad de Polonia, es un lugar estupendo para una escapada de fin de semana. Sus frecuentes vuelos baratos desde diversas ciudades europeas cy el hecho que ostente la capitalidad europea de la cultura en 2016 junto con San Sebastián la convierte en un destino perfecto para un par de días.

Animado por los baratísimos vuelos desde París, el hecho de que nunca había estado en Polonia y la invitación de un amigo me llevaron a esta bella ciudad de la ribera del río Oder. Breslavia rezuma arquitectura y espíritu germano: la antigua Breslau fue parte del Imperio Alemán durante muchas décadas. De hecho, no fue polaca hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la reordenación de fronteras impuesta por la URSS dió a Ucrania la antigua ciudad polaca de Leópolis (Lviv) y su región. En compensación, Polonia recibió varias regiones alemanas, entre las que se encontraba Silesia y su capital Breslau, que era la tercera ciudad alemana en aquel entonces, tras Berlín y Hamburgo.

Neones soviéticos

Mi visita empezó dando una vuelta por las calles del sur de la ciudad. La renovada estación de tren es un claro ejemplo de la arquitectura prusiana de finales del XIX. Al salir, el famoso neón de "Buenas Noches Breslavia" (escrito en polaco) da la bienvenida a la ciudad a los que llegan en tren. Breslavia es conocida como la capital polaca del neón. Cuando se instauró la República Popular Polaca a finales de los años 40 como Estado satélite de la URSS, el estalinismo no permitía grandes coloridos ni decoraciones ostentosas. Las iluminaciones tipo Las Vegas o Times Square suponían el mayor ejemplo de la decandencia del capitalismo para la ideología oficial. Sin embargo, tras la muerte de Stalin, las nuevas autoridades soviéticas empezaron un programa de lavado de cara del comunismo para dejar el lado el aburrido color gris y la extrema sobriedad. Breslavia fue una de las ciudades donde se empezó a instalar neones en las fachadas y terrazas de edificios con el fin de dar un poco de color y alegría a la ciudad. Actualmente hay cientos de ellos. Lo más antiguos se conservan en un callejón al que se accede desde la calle Swietego Antoniego y que se iluminan de tanto en tanto. En esta calle precisamente hay muchísimos bares y restaurantes modernos que ofrecen platos para todos los gustos. Por ejemplo, el restaurante vegano Ahimsa, donde elegir entre siete platos de las gastronomías hindú, tailandesa o de Oriente Próximo con smoothies naturales para beber.

La herencia germana

Seguimos caminando por el bulevar Swidnica, pasando el bello edificio modernista de 1927 que acoge los grandes almacenes Renoma, símbolo de la riqueza y prosperidad de la antigua Breslau. Cruzamos el foso de la ciudad y seguimos por el bulevar admirando la neoclásica Ópera, diferentes iglesias y el antiguo Hotel Monopol. Por el camino hicimos cola en el local Stara Paczkamia para comprar paczeks recién hechos, una especie de dónut polaco tradicional que se come justo antes de la Cuaresma. Disfrutando de este dulce llegamos hasta el Rynek, la plaza del mercado cuya distribución sigue las especificidades del tipo de plaza de Silesia: un gran espacio con un conjunto de edificios en el medio (usualmente el antiguo mercado y el ayuntamiento de la ciudad). La plaza del mercado de Breslavia es una de las más grandes de Europa. Impresiona el conjunto de edificios de todas las épocas aunque la mayoría sean réplicas de los originales destruidos en la Segunda Guerra Mundial. La plaza peatonal permite disfrutar del ambiente (siempre hay gente paseando) y la belleza de la arquitectura. Una de las estatuas de la plaza es la de Alexander Fredo, dramaturgo polaco, que originalmente estaba en la plaza mayor de Leópolis. Fue desplazada hasta aquí para substituir a la estatua del Kaiser Guillermo, Emperador Alemán, que hasta entonces había presidido la plaza mayor breslava.

Desde Lviv con amor

Aunque Breslavia ha pasado por diversas manos, y ha contado con poblaciones polacas, alemanas y judías principalmente, hoy en día la enorme mayoría de sus habitantes son polacos originarios de la antigua Leópolis (Lviv) que fueron reubicados aquí tras quedar su antigua ciudad bajo soberanía ucrania. Además de la estatua de Fredo, muchos cuadros se trajeron a Breslavia, así como las tradiciones locales y por supuesto, la gastronomía. De hecho, uno de los mejores lugares para probarla es en Karczma Lwowska, un elegante restaurante en plena plaza mayor que ofrece una extensa carta con las especialidades de Leópolis. Con una barbacoa donde se cocinan las carnes, pedimos el cerdo asado con salsa de rábano picante y ciruelas. La carne estaba increíblemente jugosa y tierna. Además, probamos la salchicha polaca (Kielbasa) a la brasa así como una especie de morcilla tradicional (Peto kaszanki). Para acompanar tal manjar pedimos la ensalada de pepinos con crema y una especie de mantequilla y grasa de cerdo (Maslo) muy sabrosa para untar en el pan. Rebajamos tan grasiento banquete con una especie de licor polaco con hidromiel muy rico.

Dejando de lado su pasado de repobladores leopoldinos, actualmente la ciudad vive un momento de expansión económica. Lo pude apreciar nada más llegar al moderno aeropuerto. Otro de los símbolos del poderío breslavo es su nueva y acristalada SkyTower, el edificio más alto de Polonia, un rascacielos de oficinas y viviendas de alto standing. Para los visitantes que llegamos con euros, los precios nos resultarán muy baratos. Por ejemplo, el taxi que me llevó al centro de la ciudad me costó menos de 10 euros.

La lucha contra el comunismo

La segunda noche cenamos en Konspira, un bello restaurante situado en la plaza Solny. El lugar está decorado con grafitis, caricaturas y panfletos de los años 80, cuando surgió la resistencia que empezaba a gestarse bajo el sindicato Solidaridad. Si abrís la puerta de uno de los armarios del restaurante podréis incluso visitar la sala de estar de una ochentera casa polaca, con material propagandístico, muebles vintage y otras sorpresas. Además, el lugar ofrece comida tradicional polaca a muy buen precio. Nosotros degustamos el plato "Solidaridad polaco-húngara" consistente en las tradicionales tortitas de patata con goulash por encima, así como dos enormes Golabki caseros, que son rollos de repollo rellenos de carne y arroz con salsa de tomate por encima. Para beber probé el curioso refresco Kvass, a base de centeno fermentado. Y de postre pedimos la típica Szarlotka, la tarta de manzana local. Al salir del local os espera la serena belleza nocturna de la plaza Solny, el elegante antiguo edificio de la Bolsa y las paradas de flores, todas abiertas 24 horas, listas para atender cualquier emergencia romántica. Paseando por la ciudad os llamarán la atención las decenas de enanos metálicos que se esconden en los rincones más insospechados: apoyados en algún bolardo, subidos a alguna farola o escondidos en algún rincón. La moda empezó en 2001, cuando el ayuntamiento instaló el primer enano en honor al movimiento social "Alternativa Naranja" nacido en 1981 como protesta al régimen comunista. El símbolo de estas protestas era un enano con un sombrero naranja y una flor. Ahora se dice que hay más de 300, instalados por particulares o instituciones. Cada enano tiene historia y de hecho una actividad divertida es ir buscando enanos durante los paseos por la ciudad. 

Cultura y arquitectura

Al día siguiente, nos levantamos bien temprano para hacer una visita a Swidnica, lugar perfecto para una escapada rápida desde Breslavia en tren. Al volver esa noche, fuimos al moderno y cool cine Nowe Horizonty, que además es centro cultural y tiene varias tiendas de libros, DVDs, música, lugares informales donde comer y artesanía. Allí vimos en directo desde el National Theatre de Londres la representación de "Les Liaisons Dangeureuses". La capitalidad europea de la cultura ha sacudido la que ya gran oferta cultural de la dinámica y joven Breslavia. También visitamos el museo de arquitectura la exhibición de maquetas, planos y fotografías de los edificios que han ido ganando el Premio Europeo de Arquitectura Mies van der Rohe a lo largo de los años.

El último día lo dedicamos a conocer el norte de la ciudad, empezando por el impresionante Hala Stulecia, o Centro del Centenario, construído a principios del siglo XX para festejar la victoria del pueblo alemán frente a Napoleón en Leipzig. Tras las ceremonias commemorativas, que contaron con la presencia del Príncipe Heredero Guillermo de Hohenzollern, el centro sirvió como feria de muestras de la ciudad. El complejo, diseñado por Max Berg, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO al ser uno de los mejores ejemplos de la arquitectura del hormigón armado. Su cúpula fue la más grande del mundo durante mucho tiempo, y su estructura sirvió de ejemplo para cientos de construcciones. En 1948, el régimen comunista instaló una gigantesca aguja metálica en la plaza del complejo en el marco de la Exposición de los Territorios Recuperados. En el pequeño museo que hay antes de entrar a admirar la gigantesca cúpula se explica más sobre la historia y arquitectura de este complejo.

Seguimos el paseo por el bulevar Marie Curie, jalonado de preciosas mansiones centenarias. hasta llegar a la Universidad Politécnica de Breslavia. Allí tomamos el teleférico de la universidad para cruzar el caudaloso río Oder. Desde el otro lado caminamos hasta llegar a la fea construcción de cemento que alberga el Panorama de la Batalla de Raclawice, obra que también fue traída desde Leópolis. Esta gigantesca pintura panorámica monumental, que mide 15 metros de alto y 120 de largo representa la única batalla en la que los polacos han ganado al Ejército ruso. La pintura se encuentra dispuesta en 360 grados para dar la impresión al espectador (situado en el centro de la sala) de encontrarse en mitad del campo de batalla. Contiene además elementos a los pies que aumentan el realismo de la obra, como árboles, tierra, arbustos y enseres de labranza. La visita dura algo menos de media hora e incluye audio en varios idiomas donde explican los pormenores de este bellísimo cuadro y símbolo nacional polaco. Millones de personas lo visitan cada año y no es raro que tengáis que hacer algo de cola para verlo. Se entra en grupos de 50 personas cada media hora.

La huellas del barroco 

Seguimos paseando por las islas del Oder, que ahora cuentan con modernísimos edificios de apartamentos, parques renovados y exclusivos puertos deportivos, hasta llegar a la antigua Universidad de Breslavia. La institución fue fundada por el Emperador Leopoldo I de Habsburgo en 1702. Gestionada por los Jesuitas, aún conserva su famosa aula Leopoldina, reservada para celebrar los grandes eventos de la universidad, como la apertura del año académico. Su acústica perfecta la convierten en una excelente sala de conciertos. Nada mejor que sentarse un rato a disfrutar de la magnificiencia barroca del aula que prentende mostrar la eterna sabiduría de Dios. En el exterior del edificio sobresale la bellísima entrada principal así como la estatua del hombre desnudo con su espada, en una fuente cercana, que tantos escándalos causó antiguamente.

Finalizamos el paseo por la agradable calle peatonal Kuznicza hasta llegar de nuevo al Rynek. Aprovechamos para visitar la cercana basílica de Santa Isabel de Hungría mezcla de estilo gótico y renacentista. La última comida fue en el elegante restaurante Dwor Polski, donde camareros con pajarita sirven a la antigua usanza en copas de cristal y elegante loza. El restaurante está decorado a la manera medieval y tiene unas estupendas vistas al Rynek. Su menú se compone de platos de tradición polaca y centroeuropea que rememora los banquetes de reyes y aristócratas. Allí probé la famosa sopa Barszcz, de remolachas y masitas de patata. De segundo degusté un magnífico pato real en salsa de vino tinto y cerezas, con guarnición de ensalada de remolacha caliente y bolas de masa de patata hervidas. Con un final tan refinado dejé la antigua Breslau y actual Wroclaw, una ciudad de la que no me esperaba nada y que se reveló como bellísima, muy dinámica, llena de gente joven, cultura, restaurantes a la última y con una estupenda relación calidad-precio.