Sa Roqueta
Mallorca era la última de las Baleares que no había visitado aún. La más grande y, como pude disfrutar, la mejor de todas. Mallorca tiene de todo: desde playas cristalinas de arena a calas rocosas recónditas. Desde macro-complejos turísticos con hoteles de todo tipo y decenas de restaurantes y discotecas, hasta lugares vírgenes. Ofrece puestas de sol espectaculares y una gastronomía inolvidable. Cuenta con una ciudad vibrante con gran patrimonio y, muy cerca, con pueblecitos de gran encanto, tanto costeros como de montaña. Tiene hasta una sierra que es patrimonio de la humanidad. En definitiva, Sa Roqueta, como los locales se refieren a la isla, tiene todo (o casi todo) lo que ofrecen Ibiza, Menorca y Formentera. Es una opción segura para todo tipo de turistas: no decepcionará a nadie.
Palma de Mallorca
En nuestro caso, llegamos vía avión al aeropuerto de Son Sant Joan, al lado de la capital, Palma. Como queríamos descubrir varios puntos de la isla, alquilamos coches para tener más libertad. Fuimos un par de veces a Palma, para disfrutar tanto de su historia y patrimonio como de su oferta gastronómica.
El punto central de la ciudad es su imponente catedral, a la que vale la pena pagar la entrada para visitarla. Se construyó como si fuera una fortaleza, al estar situada tan cerca del mar, por lo que resulta impactante al verla desde un barco. Por dentro es magnífica, y además guarda muchísimos tesoros. Pese a ser gótica, cuenta con espectaculares capillas de otros estilos, como la contemporánea capilla del milagro de los panes y peces, realizada por el escultor Miquel Barceló a partir de cerámica. Otra preciosa capilla es la que supervisó Gaudí, de estilo modernista.
Además de la catedral, pasear por el centro de Palma es una delicia, tanto de día como de noche. Sus calles, salpicadas de edificios medievales y modernistas, son muy agradables. Intentad colaros en los patios que podáis, ya que son todos estupendos. Hay también algunos jardines con encanto, como "els jardí del Bisbe" florido y con frutales, aunque con horarios para visitarlo.
El centro concentra gran parte de la mejor oferta gastronómica de la isla. Uno de los días cenamos en la popular "La Rosa Vermuteria y Colmado", que cuenta con un personal muy amable y una amplia carta de tapeo que mezcla ingredientes locales y platos internacionales. Sus precios son más que razonables, especialmente teniendo en cuenta la calidad de los ingredientes y su cocina. Y su vermut casero está para repetir muchas veces. Respecto a las tapas, no dejéis de pedir sus tortillas, las diferentes croquetas caseras, las tablas de sobrasada y embutidos mallorquines así como el pan pagès con tomate.
Otro de los lugares imperdibles para hacer una pausa a media mañana o a media tarde es la icónica cafetería Ca´n Joan de S´Aigo, en el carrer de Sanç. El elemento estrella de su menú es el helado de almendras natural: uno de los mejores medio helado, medio granizado que he probado en mi vida. Sus ensaimadas están espectaculares, tanto las normales como las especiales, destacando la de albaricoques. Su decoración viejuna te traslada a esa Mallorca que no tenía turistas de hace décadas y a donde merendaban los mallorquines pudientes.
Por último, para comprar ensaimadas para llevar hay varios hornos buenos en la ciudad. Uno de los que más me gustaron fue el Forn des Teatre, lleno de delicias dulces y saladas como las "panadas" (pasteles de carne o verduras), "coques" (pizzas finas de estilo local, destacando la de trempó, una mezcla de verduras a la brasa) o los "pastelons" salados. Su variedad de dulces es también enorme, como sus premiadas ensaimadas ecológicas, contando con algunas de masa de patata y otras de masa de trigo, y con distintas variedades, como las rellenas de sobrasada. Un lugar del que no saldréis sin nada.
Serra de Tramuntana
Otra de las excursiones que hicimos, aprovechando los coches, fue a la Serra de Tramuntana, una cadena montañosa paralela a la costa noroccidental de la isla. Con una agricultura milenaria con muchas terrazas cultivadas y un reparto de tierras de origen feudal, su paisaje es único. Pueblos y aldeas salpican la sierra, ofreciendo callejuelas inolvidables, bellas iglesias y masías de ensueño.
Empezamos por Valldemossa, pueblo con gran encanto y ahora famoso por ser el lugar donde pasaron el invierno de 1838 el compositor Chopin y su amante, la escritora Sand (y esta lo dejó por escrito en "Un hiver à Majorque"). La Cartoixa con sus bucólicos jardines, las iglesias del pueblo así como el Palau del Rei Sanç son sus principales monumentos, pero las propias casas en piedra son suficientes para justificar una paseo por el pueblito. Hay detalles preciosos, como el antiguo lavadero o las cerámicas dedicadas a Santa Caterina Thomas, patrona de la villa. No olvidéis probar sus famosas "coques de patata", unos pastelitos dulces hechos con harina de patata que venden en sus hornos.
Es Trenc
Finalmente, también disfrutamos de las típicas playas de arena por la que millones de turistas aterrizan en Mallorca cada año. Si buscáis una playa parecida a las del Caribe, pero con el precioso mar Mediterráneo, dirigíos a Es Trenc. Pese a que hay que pagar una tasa por coche o moto, la playa suele estar siempre bastante llena. Y no es para menos. Situada en un parque natural, sus aguas cristalinas merecen más que la pena. Es una playa muy similar a las que se disfrutan en Ibiza o Formentera. Cuenta con varios chiringuitos donde comprar comida o bebida si es que os olvidasteis.
Es cierto que me dejé decenas de cosas que ver y hacer, pero la isla es inmensa y era un viaje en grupo. De hecho, uno de los días lo pasamos en un catamarán que alquilamos, por lo que no hubo demasiado tiempo para turisteo. Aún así, me quedé con una gran impresión de la isla a la que volveré con total seguridad más pronto que tarde. Manacor, Alcúdia, el cap de Formentor, Inca y muchas más cosas me esperan.