Nueva York no es la ciudad más poblada del mundo. Hace años
le superó Tokio. Actualmente San Pablo o México DF doblan perfectamente en número
a la población neoyorquina. Además, Nueva York ni es la capital de los Estados
Unidos de América y ni siquiera lo es lde su propio Estado de Nueva York (es la pequeña ciudad de
Albany). Pero sin lugar a dudas la Gran Manzana, además de ser la capital
oficiosa del mundo, es la ciudad más cosmopolita y vibrante que yo conozca. Aquí
hay gentes de todas las nacionalidades, se hablan decenas de lenguas y
cualquier tipo de gastronomía deseada se podrá encontrar con más o menos
esfuerzo. Incontables películas, series, canciones, anuncios o libros hablan de
esta ciudad o la tienen como escenario. Como sede de la Organización de las
Naciones Unidas, cuenta con delegaciones de casi todos los Estados del mundo,
por lo que el alto personal diplomático que también reside en la ciudad le acaba
de dar el toque internacional que la pone en el centro de nuestro pequeño
planeta. Siempre ocurre algo, siempre hay algo que hacer, es imposible
aburrirse. Su entramado de largas avenidas, calles sin final, puentes
gigantescos, líneas de metro confusas, museos inabarcables, parques frondosos,
y sobretodo decenas de rascacielos pegados unos a otros, la encumbran a ser la
auténtica jungla de cristal, la verdadera Gotham City, la Metrópolis por
antonomasia, la ciudad de ciudades,la única ciudad-ciudad como dijo Truman
Capote.
La noche en la que llegamos al aeropuerto de La Guardia (el
más cercano a Manhattan), tras cuatro horas de retraso gracias a la eficiencia
de American Airlines, decidimos ir a ver la famosísima Times Square de noche.
La plaza más importante de la ciudad más importante del mundo. La salida de la
boca de metro fue espectacular: miles de pantallas gigantes, neones, carteles
móviles, luces de todos los colores y relucientes marquesinas convierten esta
plaza en un gran teatro en sí misma. En lo más alto de un rascacielos y
presidiendo esta “encrucijada del mundo” como muchos la llaman, está la
reluciente bola que todas las nocheviejas a las doce en punto cae para recibir
el nuevo año.Times Square se encuentra en el centro de Midtown Manhattan,
en el cruce de Broadway con la Séptima avenida, y sin duda personifica la quintaesencia
de Nueva York. Con más de 27 millones de turistas al año, la plaza se encuentra
constantemente abarrotada de gente que acude a sus miles de restaurantes y
puestos de comida rápida, tiendas de todo tipo y sobretodo, a las decenas de
teatros que se encuentran por aquí y en las calles y avenidas adyacentes. No en
vano, Times Square sigue siendo el distrito del teatro de la ciudad. Y la
variedad es tan grande que uno desearía tener mucho dinero y tiempo para
disfrutar de los diferentes musicales que se anuncian. Desde clásicos como el
Fantasma de la Ópera a superéxitos recientes como el Rey León pasando por
novedades como el musical Evita, con Ricky Martin como “Che” Guevara. Para
poder disfrutarlos sin pagar los altos precios, lo mejor es acercarse unas
horas antes del inicio del musical deseado a las taquillas de descuento
acristaladas que hay en uno de los extremos de la plaza. Allí encontraremos fácilmente pases a mitad de precio. Además, las escaleras
que cubren el techo de estas modernas taquillas son excelentes para observar una buena
panorámica del ajetreo de Times Square o tomarse una buena foto.
Al estar celebrándose en esos días un festival de barcos de
guerra, la plaza estaba tomada por decenas de marineros de diversos ejércitos del
mundo, que con sus blancos uniformes acababan de convertir en un auténtico
circo al conjunto de personajes que iban de acá para allá. Esta plaza se llama así debido a que la sede del famoso periódico The New York Times se encuentra aquí desde hace más de 100 años. Lo cierto es que uno no sabe dónde
mirar. Hay tantísimos anuncios en movimiento que cuesta fijar los ojos en alguno. Por ejemplo, en uno de los extremos, diversas pantallas alargadas ofrecen noticias cortas
continuadamente, así como las cotizaciones de diversas bolsas. En otros animaciones digitales anuncian desde productos bancarios a viajes, pasando por alta tecnología, ropa o comida.Tras pasear embobados durante un buen rato, con un poco de
tortícolis por andar mirando hacia arriba y caminando a la vez, decidimos optar
por un clásico, sucumbiendo a la publicidad y a la imagen-marca: cenamos en
Hard Rock Café New York, sito en la mismísima plaza. Y además me compré el vaso de
recuerdo. Inevitable.
Al día siguiente, viernes laborable, empezamos nuestra ruta por la ciudad con un clásico: el distrito financiero, que se
encuentra en la punta sur de la isla de Manhattan. También conocido como Lower
Manhattan, este barrio es, junto con Midtown Manhattan, el que más rascacielos
agrupa de la ciudad, que ya es decir en la llamada "ciudad de los rascacielos". Imaginad
la cantidad de estos altísimos edificios juntos que encontramos aquí. Pero a lo
que iba, empezamos bajándonos en Brooklyn Bridge-City Hall (líneas 4,5 y 6).
Cruzamos el City Hall Park dejando al puente de Brooklyn a nuestras espaldas.
Ya ajustaríamos cuentas pendientes con ese puente más tarde. Y mientras
admirábamos el elegante ayuntamiento de la ciudad nos topamos con uno de los
edificios más neogóticos de NYC: el Woolworth Builiding. Este es uno de los
rascacielos más antiguos de Nueva York y uno de los edificios más altos de
Estados Unidos. Su belleza neogótica merece una parada para observar bien sus
ventanas y su puntiaguda torre.
Tras acabar el parque y llegar a Fulton Street, la cruzamos
rumbo a la capilla de San Pablo, una pequeña iglesia episcopaliana que ahora se
conoce como iglesia del milagro, por ser el único edificio de la zona que no
sufrió daños el triste 11 de septiembre de 2001. Su cementerio anexo, rodeado
de rascacielos, también guarda cierta curiosidad. Siguiendo un poco más hacia
el sur en Broadway encontramos la bonita iglesia de la Trinidad, católica esta
vez. Giramos en Wall Street, y caminando entre estresados ejecutivos llegamos
al edificio de la famosa Bolsa de Nueva York, estilo templo romano. Las subidas
y bajadas de este mercado de valores son clave para miles de inversores.
Antiguamente se podía visitar, pero desde hace años, las nuevas medidas de
seguridad han cancelado la entrada al turismo de forma indefinida. Por cierto,
que el nombre de esta conocida calle se debe a la pared de madera que los
colonos holandeses construyeron a mitad del siglo XVII en la por entonces Nueva
Amsterdam para defenderse de los nativos americanos así como de los ingleses. Estas calles están llenas de los típicos puestos metálicos de perritos calientes, pero además, hay decenas de puestos y camioncitos de todo tipo de comida entre la que destacan la de Próximo Oriente (falafel, kebab, pan de pita) así como los zumos y batidos naturales de decenas de frutas.
Justo enfrente de la Bolsa se encuentra el Federal Hall,
antiguo ayuntamiento de la ciudad y lugar donde se reunió el primer Congreso de
los Estados Unidos de América. De hecho, en ese mismo lugar fue donde George
Washington tomó juramento como primer presidente del país y lanzó su primer discurso a la nación. Allí, bajo la
cúpula, pudimos ver una improvisada exposición sobre el papel de la presidencia de los
Estados Unidos y algunas fotos curiosas de todos los presidentes del país. En
las escalinatas de este edificio neoclásico se encuentra una gigantesca estatua
de Washington que mira hacia la bolsa neoyorquina, al otro extremo de la calle.
Volvimos a Broadway y continuando para el sur nos topamos con el famoso toro de
la Bolsa, dorado y en posición agresiva. La historia de esta escultura es
curiosa. En 1989, Arturo Di Modica gastó todos sus ahorros (360.000 dólares) en
esculpir e instalar esta gran estatua enfrente de la Bolsa, para mostrar el
optimismo y agresividad financiera especialmente en aquellos tiempos de crisis
bursátil. Fue su regalo de navidad a los habitantes de Nueva York. La presión
popular hizo que se trasladara a su actual emplazamiento, en pleno Broadway. La estatua sigue
siendo de Di Modica aunque el ayuntamiento le cede ese espacio para exhibirla
permanentemente. El tal señor se está forrando con los derechos de la estatua,
que ya aparece en decenas de libros. El dichoso toro estaba vallado y con
vigilancia policial por la aglomeración de turistas. De hecho, para hacerse una
foto había que guardar una fila. Obviamente no iba a perder mi tiempo esperando
para fotografiarme con un toro metálico, así que le hice una foto por detrás a
sus enormes huevos y continuamos la visita.
Llegamos al parque más antiguo de la ciudad, el Bowling
Green, donde antes los ingleses jugaban a los bolos fijamente observados por
una estatua del rey Jorge que fue destruida durante la revolución. Siguiendo
para el sur se encuentra el imponente Museo de los Indios Americanos, antigua
aduana de la ciudad. Continuamos avanzando y tomamos el famoso ferry a Staten
Island desde el moderno muelle. Es gratuito y desde el mismo se tienen unas vistas estupendas del sur de Manhattan y de la Estatua de la Libertad. Lástima
que se vea un poco lejana. Pero a la vuelta, la imagen de la estatua frente a
los rascacielos de Manhattan recordará a más de uno a varias películas. Al
desembarcar nos acercamos un momento al Battery Park para ver la esfera
metálica que sobrevivió al hundimiento de las Torres Gemelas.
Allí fue precisamente donde nos dirigimos, a la conocida
como Zona Cero. Por el momento, las obras de reconstrucción del barrio siguen
viento en popa, de hecho la mayoría de torres de oficinas nuevas ya están casi
terminadas y la gran torre nueva conocida como One World Trade Center (que a punto estuvo de llamarse Freedom Tower) estará
lista en un año, y ya casi está totalmente acristalada. En breve se convertirá
en el edificio más alto de los Estados Unidos. En los huecos donde estaban las
Torres Gemelas hay ahora dos gigantescas fuentes cuadradas por las que caen
unas cascadas enormes hacia un gigantesco sumidero también cuadrado. Alrededor
de ambas fuentes están escritos en metal los nombres de todas las víctimas
de aquel terrible 11 de septiembre, así como las del atentado con coche bomba
en un parking de las torres en el año 1993. Para poder entrar al memorial,
tuvimos que hacer una pequeña cola con la que tomar entradas gratuitas y otra
más larga para acceder, tras pasar diferentes controles de seguridad. El museo
del memorial aún no está acabado y la gran estación de metro diseñada por
Calatrava tampoco. Por eso, el trasiego de hormigoneras y obreros sigue siendo
constante por la zona. Además del impresionante monumento a las víctimas, algo
que me sorprendió fue la comercialización de un acto terrorista. Me parece algo
bochornoso y repugnante. Que los tickets se tomen en un local dedicado a vender
tazas con las torres humeantes o llaveros del 9/11 es, en mi opinión,
execrable.
Continuamos de nuevo por Broadway asomándonos al McDonald’s
donde los ejecutivos se toman su BigMac de la semana, que tiene a un
pianista tocando y todo. Atravesando las calles no podía dejar de sonreír cuando veía alguna alcantarilla humeante. Es algo tan típico de esta ciudad, y que hemos visto tantas veces, que es inevitable que llame la atención. Ya era la tarde y llegaba el momento de realizar un ritual que todo turista en
esta gran ciudad debe cumplir: atravesar a pie el mítico puente de Brooklyn. Así que volvimos al punto donde salimos por la mañana.
Inaugurado en 1883, este puente colgante es una de las
grandes gemas arquitectónicas de la ciudad. No en vano, muchos neoyorquinos
apuestan por él como auténtico símbolo de Nueva York. El puente conecta Lower Manhattan
con el bonito barrio de Brooklyn Heights. Nos encaminamos a través de su
pasarela peatonal central, admirando los enormes pilones de piedra que sujetan
el cableado metálico en el que están suspendidos los tableros del puente.
Atravesando el East River, cumplimos con el rito de paso obligado, admirando el
estupendo panorama de la ciudad.
Brooklyn Heigths y Dumbo, a los pies del puente, son unos
agradables barrios de calles empedradas y casas pegadas unas a otras con
escaleritas de estilo inglés y holandés. Tiene mucho encanto y sin duda es un oasis de tranquilidad en este bullicio urbano. Hasta conserva varias calles con farolas a gas, guardando el
estilo antiguo general, con aquellas llamitas. Como ya estaba anocheciendo, nos
pusimos en la larga fila de Grimaldi’s, una de las mejores pizzerías de la
ciudad. La reciente fama que ha bendecido al local hace que neoyorquinos y
forasteros esperen hasta una hora para cenar aquí, en una ordenada fila en el
exterior del antiguo edificio blanco a los pies del puente. Tras la espera,
manteles de cuadros rojos y blancos nos esperaban en un bonito local de
ladrillos y madera. Cada mesa cuenta con una estructura metálica en la que la pizza
se coloca para disfrute de los comensales. Tras leer la escueta carta, elegimos una pizza grande básica a
la que añadimos salchicha italiana. Las pizzas de Nueva York son muy típicas,
ya que la enorme migración italiana a la ciudad convirtió este plato en una especialidad local. La manera de prepararlo cambió, utilizando hornos de carbón en
vez de leña, y haciendo las pizzas básicas de tomate triturado, círculos de
queso mozzarella y albahaca. A partir de aquí, se le suelen añadir uno o dos
ingredientes. Deliciosa.
Estábamos agotados. En Nueva York se camina muchísimo y las
distancias son enormes. Y no sólo las piernas sufren, sino que normalmente
acabaremos con ligera tortícolis de tanto mirar hacia arriba. Pero vale la
pena, sin ninguna duda. Nunca te cansas de mirar a todo lado, porque todo te recuerda a algo, hemos visto Nueva York tantas veces en pantallas, revistas o carteles que se tiene la constante sensación de ya haberlo visto todo.
Para volver a Manhattan, decidimos cruzar de nuevo el puente a
pie, esta vez para disfrutar de la ciudad iluminada, así como de las cientos de
bombillas grandes que cuelgan de los hilos de acero que sujetan el puente. En
mitad del mismo, nos encontramos a una pareja que cenaba en una elegante mesa
con mantel y vajilla, y que tenían una nevera portátil gigante que se habían
llevado hasta allí. Los turistas les hacían fotos, sorprendidos. Y es que en
Nueva York uno puede ver cualquier cosa.