Tras dos visitas a Roma, una a la espectacular isla de Cerdeña y otra ruta a través de Bolonia, Parma, Lucca y Pisa, mi quinto viaje a Italia fue para conocer su capital económica: Milán.
La primera vez que estuve en Milán fue un soleado dia de finales de abril y la plaza lucía espectacular con la blanca catedral y la imponente Galería Vittorio Emanuelle II en uno de los lados. Antes de lanzarme a descubrir esta zona, me subí en el metro de "Duomo" para llegar a "Conciliazione" y llegar puntual a la iglesia y convento dominico de Santa Maria Delle Grazie, patrimonio de la humanidad UNESCO. El motivo de mi interés no era simplemente la bella iglesia, sino más bien el antiguo refectorio monacal donde se encuentra uno de los frescos más bellos del mundo: "La Última Cena" de Leonardo Da Vinci, conocido en italiano como "Cenacolo Vinciano". Es muy difícil conseguir entrada y se debe hacer por Internet con antelación de alrededor dos meses. Sin embargo, acudí a las taquillas esperanzado y justo faltaba una persona para el grupo de las 12.45 de la tarde. Así que pagué y obtuve mi entrada para ver tamaña obra maestra.
Da Vinci realizó esta obra con yema de huevo y vinagre, pintando en pared seca, por lo que la pintura se empezó a deteriorar ya en fechas tempranas. A pesar de que sufrió ataques de bombas durante la Segunda Guerra Mundial y que las tropas de Napoleón la usaron como blanco de tiro, la obra se mantienen bien gracias a las sucesivas restauraciones. La perspectiva de la pintura es espectacular. Me cautivó durante los escasos quince minutos que nos permiten admirarla. Aunque está prohibido tomar fotos, pude tomar una discretamente con mi teléfono móvil. Justo en la pared de enfrente hay una representación de la crucifixión, de mucho menos valor artístico pero a la que también vale la pena dedicarle unos minutos. Al salir, la tienda con todo tipo de recuerdos de "La Última Cena" nos espera. Es agradable recorrer el convento, con sus claustros y su maravillosa iglesia renacentista, realizada por Bramante, con grandes ábsides semicirculares y una bella cúpula con forma de tambor rodeada de columnas.
Como ya tenía hambre, fuimos a comer la piadina (un tipo de pan plano típico de la Emilia-Romaña) rellena de jamón de Parma, arúgula y queso Squarcquerone, casi líquido, en la Piadineria Artigianale, en via Madalena, cerca de la parada de metro "Missori". Tras un paseo por la concurrida y peatonal via Dante, camino al bello castillo Sforzesco, me comí de postre tres deliciosas bolas de helado de stracciatella, fior de latte y zabaione, tres sabores muy italianos, cubiertos de chocolate fundido. Recomiendo los helados de Vanilla Milano: son totalmente artesanales, sin la grasa que hace abultados a otros helados para parecer más apetecibles. Se encuentran en la via San Giovanni sul Muro.
Tras la piadina, el helado y tanto caminar, me dirigí a hacer una siesta en la hierba a la sombra de un gran árbol a los pies de uno de los altos muros del castillo Sforzesco. Una vez me desperté, fui a visitar las obras y explicaciones del por aquel entonces futuro centro de recepción de la Expo Milano 2015. Proseguí mi paseo topándome por casualidad con el antiguo Palacio Real, con sus salas ahora llenas de exposiciones. Había una de diseño bastante interesante. El día acabó con un paseo por la via Montenapoleone, donde los diseñadores noveles abren sus tiendas rodeados de las boutiques de las primeras marcas italianas e internacionales. Y de ese ambiente pijo en extremo nos trasladamos a tomar una cerveza artesanal (ahora están también muy de moda en Milán) sentados en la plaza de las columnas de San Lorenzo, dieciséis columnas romanas del siglo III frente a la iglesia de San Lorenzo Maggiore, una de las más antiguas de la ciudad.
Festa della Liberazione
Al día siguiente era la manifestación del 25 de abril, aniversario de la liberación, recordando aquel 25 de abril de 1945 cuando estalló una sublevación general partisana que liberó a la ciudad de los nazis, que habían ocupado Italia meses antes tras la rendición de
Benito Mussolini ante los aliados. Acudimos a la manifestación que tradicionalmente recorre las calles de la ciudad para honrar a los partisanos que aún quedan vivos y rememorar tan señalada fecha, reivindicando las libertades y derechos conseguidos. La mayoría aplastante de participantes suelen ser de centro-izquierda o izquierdas. Incluso el alcalde de Milán, miembro del partido verde, participó de la marcha. Me llamó la atención que un amplio tramo de la manifestación estaba lleno de carteles pidiendo el voto para una coalición de izquierdas que apoyaría al griego
Alexis Tsipras como presidente de la Comisión Europea. Primeros síntomas de que aquellas elecciones europeas fueron más europeas que nunca. Quién me diría por aquel entonces que Tsipras acabaría ganando las elecciones y siendo Primer Ministro de Grecia.
Tras la manifestación nos fuimos a dar una vuelta por la via Dante, siguiendo la tradición milanesa cuando hace un día soleado, y también por el parque Sempione, a los pies del magnífico castillo Sforzesco, iniciado por la familia Visconti en el siglo XIV pero varias veces ampliado y reconstruido mayoritariamente por la poderosa familia Sforza. De planta cuadrada, el castillo cuenta con una gigantesca e imponente plaza de armas rodeada de altísimos muros rojizos. Es una lástima que esta vez no lo pude visitar por dentro. Tengo especial interés en los antiguos aposentos privados de
Ludovico Sforza, decorados por Leonardo Da Vinci.
Respecto del parque Sempione, al ser un día primaveral soleado y festivo, estaba abarrotado de jóvenes milaneses tumbados en la hierba, paseando o haciendo ejercicio. Acompañamos el paseo con un delicioso helado italiano. Después, nos dirigimos la lejano cementerio maggiore en tranvía, donde habían una serie de conciertos, mercadillos y actividades organizadas por grupos alternativos. Allí nos comimos una deliciosa pizza capricciosa. Está claro que la gastronomía italiana va mucho más allá de simplemente pastas y pizzas, pero no deja de ser cierto que como la pizza en Italia no se la encuentran en ningún sitio.
Aperitivo en Naviglio Grande
El sábado lo dedicamos a visitar la preciosa ciudad de
Bérgamo que podéis leer si con un click en el nombre de la ciudad. Esa noche, al volver de nuestra excursión, nos duchamos y salimos a tomar algo por los locales a las orillas de Naviglio Grande, un canal artificial que se empezó a construir en el siglo XII y que atraviesa parte de Lombardía. La expansión hacia Milán se construyó para poder transportar el mármol y piedra con la que se construyó la catedral. También se utilizó para transporte de personas, bienes comerciales y incluso para canalizar agua de riego.
El barrio milanés alrededor de Naviglio Grande solía ser uno de los más pobres y peligrosos de la ciudad hasta que hace unos años se puso de moda como lugar de fiesta nocturna, galerías de arte, estudios independientes de moda y apartamentos bohemios. Elaborados graffitis y poemas escritos en cada muro decoran las calles y muchas casas antiguas tienen incluso proyecciones de vivos colores o video performaces muy elaboradas. Los bajos bullían con terrazas animadas llenas de locales y extranjeros por igual que disfrutaban de su aperitivo. Se trata de una costumbre muy arraigada en la ciudad donde poco antes de cenar uno va a tomarse una copa que incluye gratis acceso a un buffet (de calidades que varían según el local) con ensaladas, quesos, pastas, sandwiches, trozos de pizza, bruschettas, salami... Nos sentamos en una de ellas y pedimos unos cócteles para a continuación servirnos en platos un poco de todo. El aperitivo ha pasado ya a alargarse tanto que la mayoría de jóvenes, con presupuestos ajustados, aprovechan y ya no cenan. Es entretenido sentarse a charlar, más en una noche con temperaturas tan agradables como la que tuvimos, y ver a la gente pasar: desde modelos elegantes a turistas ruidosos, Naviglio Grande de noche es un hervidero de gente. De ahí nos fuimos de nuevo a las columnas de San Lorenzo, que estaban a reventar de gente, donde nos tomamos otro cóctel, que tradicionalmente se compra en uno de los locales de alrededor de la plaza y luego se toma sentado en la plaza.
En la segunda vez en Milán también fuimos a tomar algo al Naviglio grande, esta vez a un local donde no servían aperitivo sino diversos platos informarles como fiambres, quesos, risottos o pastas así como buenísimos cócteles. Me sorprendió, de nuevo, la amabilidad de todo el mundo y lo fácil que es entablar conversaciones con la gente que se encuentra en cada uno de los locales de esta zona de Milán. Esa noche también fuimos a la zona de Porta Nuova, el nuevo barrio de negocios de Milán, lleno de rascacielos acristalados y modernos edificios de apartamentos presididos por la altísima torre que acoge la nueva sede de Unicredit. Nos fuimos a una antigua calle cercana para entrar en la escondida y ajardinada terraza de 10 Corso Como a tomar un Negroni, un cóctel italianísimo que combina ginebra, Campari y vermú.
Museos, tiendas y librerías
Finalmente, el domingo salió lluvioso y gris. Por eso decidimos internarnos parte del día en uno de los museos que ofrece la ciudad. Elegimos la Pinacoteca Ambrosiana, fundada por el Arzobispo
Federico Borromeo a principios del siglo XVII. Fundada como institución educativa gratuita para todo aquel con capacidades en pintura o escultura, el bello edificio alberga básicamente la colección privada del Arzobispo Borromeo, llena de copias de cuadros o esculturas famosas, como el Laocoonte o La Piedad de
Miguel Ángel o La Última Cena de Leonardo Da Vinci. Hay también varios originales de pintores italianos y holandeses de rango medio entre los que destaca un retrato a un músico, cuadro original pintado por Leonardo Da Vinci que parece ser un auto-retrato del genio. Está también la Virgen del Pabellón de
Botticelli y un Cesto de Frutas de
Caravaggio. A mi me gustó particularmente una de las salas que tenía una escalera oval cuya pared estaba revestida de un mosaico donde estaba representado
San Juan Bautista.
En la Biblioteca Ambrosiana del propio edificio, además de una gigantesca colección de libros de varios siglos, está la exposición donde se muestran algunas hojas del famoso Codex Atlanticus de Da Vinci, libro de anotaciones de más de 1,100 páginas donde el maestro escribió (en su tradicional manera de hacerlo al revés) y dibujó todas las ideas que se le venían a la mente, desde el diseño de nuevas armas hasta mecanismos para volar o nuevos instrumentos. Las diversas secciones del libro se rotan cada tres meses hasta 2015. Muchos de los diseños aquí mostrados pueden verse hechos realidad en el Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica, también en Milán, y que en esta ocasión no me dio tiempo a visitar.
Después nos fuimos a dar una vuelta por la plaza del Duomo, donde pude entrar al interior de la catedral milanesa. De gigantescas proporciones, se trata de una de las mayores naves de la cristiandad. Destaca la armonía de las enormes proporciones aunque es muchísimo más impresionante por fuera, al estar recubierta de mármol rosa y contar con centenares de estatuas exteriores, siendo la más importante la Madonnina, estatua de la Virgen en cobre dorado, presidiendo todos los pináculos. En mi segunda vez en Milán decidimos subir a la terraza, ya que el día era soleado, y admirar las vistas de la ciudad así como la cuidada decoración de los techos de este imponente edificio. La mítica foto no podía faltar.
Luego nos dimos una vuelta por
La Rinascente, el famoso gran almacén italiano, primero en abrir en Roma, y con una de sus sedes más visitadas aquí en Milán. Sus secciones de moda, productos del hogar y sobretodo su último piso dedicado a la comida es digno de pasearse. ¿Dónde si no puede uno comprarse un zapato de tacón de chocolate por 45€?
Finalmente acabamos en un lugar que me encantó:
Open Milano. Situado en el viale Monte Nero, este innovador local ofrece una librería en la que se puede leer alguno de sus libros en los sofás, comprarlos, charlar, encontrarse con alguien, hacer algún trabajo en sus mesas o tomar un delicioso chocolate caliente tradicional con tartas caseras. Allí se presentan libros, se leen poesías o se realizan debates. Un espacio innovador de encuentro perfecto para una lluviosa tarde de domingo.
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Milan es una ciudad fea pero muy dinámica, con muchísimo que ver, hacer y comer. Y también comprar, por supuesto. Los fanáticos de la moda amarán la ciudad, los amantes del arte y la arquitectura de determinadas épocas tendrán su cuota de satisfacción así como los sibaritas del buen comer o los compradores de productos de calidad de todo tipo. El aeropuerto de Malpensa, por ejemplo, ofrece perfumes de las colecciones privadas de los diseñadores italianos Armani y Ermenegildo Zegna a precios mucho más baratos que en las tiendas habituales. Es cierto que me siguen faltando muchísimas cosas que visitar de la ciudad y alrededores por lo que es casi seguro que volveré. Lo que no sé es cuando.