Después de un intenso mes para instalarme en París vuelvo a escribir en un blog que, parece ser, dejará de ser tan nómada. Si todo sale bien, espero poder quedarme en esta ciudad un tiempo largo. Las más de 130 entradas recopiladas en el Índice son testigas de estos años de nomadismo que empezaron, precisamente, hace ahora siete años desde donde os escribo. La foto es del Château de la Muette, sede central de la OCDE, donde ahora trabajo.
Han sido siete años fascinantes en los que París, Florianópolis, Madrid, Miami, Manila, Panamá, Abu Dhabi, Argel y Brujas se han ido sucediendo, con casas diferentes, personas diferentes, estilos de vida y trabajos diferentes. Ahora que lo pongo todo en perspectiva la verdad es que me arrepiento de muy poco. Sin todo ese trajín, sin esas personas y sin esas experiencias no sería quién soy ahora. La vida me pone de nuevo en el lugar donde me di cuenta que me gustaba viajar, y mucho: París. Un nomadismo que me gustaría reducir un poco. Voy a seguir viajando, eso sin duda. Es la gran pasión de mi vida. Sin embargo, quiero que la ciudad más bella del mundo se convierta en mi base de operaciones para poder echar raíces aquí a la vez que continúo descubriendo el mundo. Y tal vez, dentro de unos años, poder volver a vivir en algún país americano, plantarme en el mundo árabe, experimentar de nuevo el fascinante sudeste asiático o volver a mi querida Valencia.
Es verdad que aquí no tendré South Beach a dos pasos ni la suave brisa nocturna de Ocean Drive. Tampoco podré escaparme al archipiélago de San Blas de tanto en tanto ni bañarme en una piscina mientras observo el skyline de Ciudad de Panamá. Ni mucho menos podré ir a tomar el brunch al Peninsula como en Makati ni disfrutar ni de los bellos atarcederes de la bahía de Manila. Y ya puedo ir olvidandome del ambientazo de Madrid o de tomarme una caipirinha mientras suena bossa nova una tarde cualquiera en Copacabana o en Florianópolis. Tampoco cuento con el olor a jazmín y azahar que desprendían los jardines de mi barrio en Argel ni el mágico canto a la oración de sus mezquitas. Ni sonarán las 47 campanas del carillón del Belfort ni podré perderme en los canales de Brujas. El cielo azul y las paellas de Valencia solo las podré tener de tanto. Lo que está claro es que todo en esta vida no se puede tener.
Es verdad que aquí no tendré South Beach a dos pasos ni la suave brisa nocturna de Ocean Drive. Tampoco podré escaparme al archipiélago de San Blas de tanto en tanto ni bañarme en una piscina mientras observo el skyline de Ciudad de Panamá. Ni mucho menos podré ir a tomar el brunch al Peninsula como en Makati ni disfrutar ni de los bellos atarcederes de la bahía de Manila. Y ya puedo ir olvidandome del ambientazo de Madrid o de tomarme una caipirinha mientras suena bossa nova una tarde cualquiera en Copacabana o en Florianópolis. Tampoco cuento con el olor a jazmín y azahar que desprendían los jardines de mi barrio en Argel ni el mágico canto a la oración de sus mezquitas. Ni sonarán las 47 campanas del carillón del Belfort ni podré perderme en los canales de Brujas. El cielo azul y las paellas de Valencia solo las podré tener de tanto. Lo que está claro es que todo en esta vida no se puede tener.
Así que de momento, si lo consigo, espero quedarme una larga temporada en París. Y eso quiere decir mucho más de mis 10 meses habituales. De esa manera podré conocer a fondo esta fascinante ciudad, seguir visitando los miles de rincones que aún no conozco de Francia y de la Unión Europea, y visitar otras zonas que tengo pendientes como el Caúcaso, la India o el África subsahariana. Y todo os lo contaré por aquí, como siempre.
À bientôt!