Belleza decadente
Nápoles es una de las ciudades europeas más caóticas que he visitado. Sumida en una belleza decadente, lo cierto es que su calles están en general sucias, con honrosas excepciones. Los graffittis priman por toda fachada y las malas hierbas y acercas destrozadas son las norma. Sin embargo, la ciudad ofrece tanto que ver y hacer que uno no puede perdérsela. El corto tiempo que pasé en ella se me pasó volando y estoy seguro que volveré así como a su bella región (Campania) más pronto que tarde. Gran parte de la belleza de Nápoles se debe al hecho que fue capital del poderoso reino homónimo, que tuvo como reyes a diversas dinastías destacando la del Borbón que despareció con la unificación de Italia.
Me alojé en el elegante barrio de Chiaia, donde están las boutiques de lujo de la ciudad y los grandes edificios de apartamentos burgueses de fachadas imponentes. La primera noche caminamos hacia arriba de la comercial y peatonal via Chiaia y tras pasar por debajo de monumental ponte llegamos hasta la pizzería Brandi, lugar de nacimiento de la célebre pizza Margarita. Fue precisamente durante la visita de los Reyes de Italia a Nápoles en 1889, para reclamar la ciudad, cuando la Reina, Margarita de Saboya, pidió comer el plato favorito de los napolitanos: la pizza. En aquel entonces, el mejor pizzaiolo de la ciudad era el Sr. Esposito, que le preparó diferentes tipos de pizza a la Reina. A esta, la que más le gustó era una hecha con salsa de tomate, mozzarella y hojas frescas de albahaca, que además representaba los colores de la Casa de Saboya: rojo, blanco y verde. En su honor, Esposito bautizó a esta pizza como Margherita y nació la leyenda. La pizzería que regentaba, Brandi, recibió días después una carta del puño y letra de la Reina felicitándole por la deliciosa pizza. El resultado, colas y lista de espera de hasta una hora para este tradicional local. Pedimos ensalada caprese para empezar y nos les quedaba más mozzarella fresca. Para beber quisimos probar el famoso vino tinto con gas y tampoco les quedaba. La pizza Margarita estaba poco hecha y algo líquida en mi opinión. La de mariscos estaba más buena (según la carta, la favorita de Carlos III). El personal era muy amable pero los precios algo elevados para ser una pizzería. No repetiría.
Al día siguiente, temprano para aprovechar el tiempo, tocaba desayunar en otro lugar histórico: el Gran Caffe Gambrinus. Siguiendo la tradición de los grandes cafés, este ha sido lugar favorito de reunión de la sociedad civil napolitana así como de los visitantes ilustres de la ciudad. Antiguos proveedores oficiales de la Casa de Saboya, actualmente la tradición dicta que quién ostente la Presidencia de la República Italiana tome su desayuno aquí el uno de enero, y así se ha hecho desde hace décadas. Uno puede tomarse el café y un dulce al estilo italiano, de pie en la barra, intentando hacerse oír entre el caos, o sentarse en el elegante salón noble y ser tranquilamente atendido por un servicio rápido y atento. En este salón degustó un helado de violeta la Emperatriz Sisí de Austria, Gabriele D´Annunzio escribió una de sus famosas canciones y Oscar Wilde disfrutó del fuerte café. Escritores como Hemingway o Sartre descansaron en sus sillones durante su visita a Nápoles. Una de sus más recientes visitantes fue Angela Merkel. Aquí desayuné su famoso café a la avellana acompañado de dos sfogliatelle: la riccia (típica de Nápoles, un hojaldre crujiente con decenas de capas relleno de queso ricotta, pasta de almendra y piel de limón rallada) y la frolla, que tiene el mismo relleno pero en vez de hojaldrada tiene una masa más cercana al brioche, básica.
Tras pasear por la imponente plaza del plebiscito, con la fachada del Palazzo Reale a un lado y las columnatas y cúpula de la simétrica basílica real de San Francisco de Paula al otro, bajamos hacia la bahía a disfrutar del soleado día, y caminando llegamos al sólido Castel Nuovo, una espléndida fortaleza del siglo XIII.
El abarrotado Spaccanapoli
A partir de ahí, tomamos la animada vía Toledo para dirigirnos al centro histórico, que estaba abarrotado de turistas y locales, a pesar de ser día laborable. Especialmente la via San Gregorio Armeno, donde se concentran las tiendecitas de belenes artesanos y sus figuritas. Prácticamente no se podía avanzar, había tramos donde estuvimos parados varios minutos.
Nápoles ha conservado la impronta de las sucesivas culturas de la cuenca del Mediterráneo y de Europa, desde la época de la colonia griega de Neápolis, fundada al año 470 a.C., hasta los tiempos modernos. De ahí que su centro histórico sea un sitio excepcional dotado de notables monumentos. Paseamos por las empinadas calles del Spaccanapoli, corazón de la ciudad vieja, de calles rectas y estrechas jalonadas de monumentales palacios y magníficas iglesias de estilo barroco. Además de belenes, allí se vendía de todo: vimos hasta papel higiénico con las caras de Le Pen, Macron, Trump, Berlusconi y Merkel. La cola para entrar en la famosa capilla de San Severo y ver el Cristo velado en mármol era de horas así que la evitamos. Cada uno de los rincones de este barrio merece la pena, así como decenas de sus locales especializados en productos de diseño o en artistas locales de gran talento. Lo mejor es perderse y descubrir esta parte de la ciudad por uno mismo.
Dedicamos la lluviosa tarde al Museo Arqueológico Nacional, una de las mayores colecciones de antigüedades romanas del mundo. El museo se encuentra en el antiguo Palacio de los Estudios Reales, antigua sede de la Universidad de Nápoles. Fue Fernando IV de Nápoles y I de las dos Sicilias (Borbón) el que lo convirtió en un museo real y ahí se trasladaron también decenas de piezas, frescos y mosaicos rescatados de las excavaciones de Pompeya y Herculano que ordenó y financió Carlos III. Por cierto que en las escalinatas del Museo hay una gran estatua de Fernando IV de Nápoles, cuya cara es tremendamente parecida a la de nuestro anterior Rey, Juan Carlos I. Se nota que son familia.
En las salas de la planta baja destaca la espléndida colección Farnesio (que el Rey Fernando I heredó de su abuela Isabel de Farnesio) compuesta de gigantescas estatuas renacentistas en mármol de gran calidad. Destacan la grupal conocida como el Toro Farnesio o el mastodóntico Hércules Farnesio.
El segundo piso está lleno de frescos y mosaicos recuperados de las excavaciones en las antiguas ciudades romanas que quedaron sepultadas bajo las cenizas de la erupción del Vesubio. Entre los mosaicos destacan el "Cave canem" o de "cuidado con el perro", los bellísimos de peces o la batalla de Alejandro Magno contra Darío I. Respecto a los frescos, inolvidable el de la joven romana estudiando o el del banquete. También hay expuestos numeroso objetos de la vida cotidiana recogidos en Pompeya y Herculano, destacano los pseudoegipcios, que demuestran la importante influencia que esta, por aquel entonces provincia romana, tenía en todo el Imperio.
Aunque la parte que atrae la mayor atención de los visitantes es el Gabinetto Segreto, que contiene algo más de 200 objetos de arte sexual explícito. Se exponen desde el año 2000. Es sabido por historiadores que Pompeya era una ciudad de vacaciones y además portuaria, muy festiva: la presencia de burdeles así como de mansiones que albergaban grandes fiestas así lo demuestra. Desde representaciones gigantes de penes, a frescos mostrando todo tipo de posturas sexuales, estas salas muestran todo tipo de arte, incluida una estatua en la que un fauno mantiene relaciones sexuales con una cabra, así como braseros con sátiros desnudos.
Tras el museo, salimos de vuelta a Chiaia. Por cierto que en la via Toledo y avenidas aledañas hay una gran concentración de edificios futuristas, construidos durante la dictadura fascista de Mussolini, en mármol blanco, de estilo imperial y racional. El palacio de correos, el de justicia así como otros edificios son testimonios de este periodo en el que se soñó con una sociedad perfecta a costa de eliminar a todo el que el partido consideraba "imperfecto". Cada uno de los elementos personales y sociales controlados por el Estado y por supuesto, la arquitectura fue central. Otros elementos arquitectónicos que vale la pena visitar en esta calle es su moderna estación de metro, calificada por muchos periódicos como la más bella de Europa: de arquitectura contemporánea, fue realizada por el arquitecto catalán Oscar Tusquets a base de recubrir paredes y techos de mosaicos (elemento gaudiano por excelencia) y sistemas de iluminación LED que simula un escenario marino o cuanto menos, una gran piscina. Bellísima.
Pompeya y el Vesubio
Nápoles es una de las ciudades europeas más caóticas que he visitado. Sumida en una belleza decadente, lo cierto es que su calles están en general sucias, con honrosas excepciones. Los graffittis priman por toda fachada y las malas hierbas y acercas destrozadas son las norma. Sin embargo, la ciudad ofrece tanto que ver y hacer que uno no puede perdérsela. El corto tiempo que pasé en ella se me pasó volando y estoy seguro que volveré así como a su bella región (Campania) más pronto que tarde. Gran parte de la belleza de Nápoles se debe al hecho que fue capital del poderoso reino homónimo, que tuvo como reyes a diversas dinastías destacando la del Borbón que despareció con la unificación de Italia.
Me alojé en el elegante barrio de Chiaia, donde están las boutiques de lujo de la ciudad y los grandes edificios de apartamentos burgueses de fachadas imponentes. La primera noche caminamos hacia arriba de la comercial y peatonal via Chiaia y tras pasar por debajo de monumental ponte llegamos hasta la pizzería Brandi, lugar de nacimiento de la célebre pizza Margarita. Fue precisamente durante la visita de los Reyes de Italia a Nápoles en 1889, para reclamar la ciudad, cuando la Reina, Margarita de Saboya, pidió comer el plato favorito de los napolitanos: la pizza. En aquel entonces, el mejor pizzaiolo de la ciudad era el Sr. Esposito, que le preparó diferentes tipos de pizza a la Reina. A esta, la que más le gustó era una hecha con salsa de tomate, mozzarella y hojas frescas de albahaca, que además representaba los colores de la Casa de Saboya: rojo, blanco y verde. En su honor, Esposito bautizó a esta pizza como Margherita y nació la leyenda. La pizzería que regentaba, Brandi, recibió días después una carta del puño y letra de la Reina felicitándole por la deliciosa pizza. El resultado, colas y lista de espera de hasta una hora para este tradicional local. Pedimos ensalada caprese para empezar y nos les quedaba más mozzarella fresca. Para beber quisimos probar el famoso vino tinto con gas y tampoco les quedaba. La pizza Margarita estaba poco hecha y algo líquida en mi opinión. La de mariscos estaba más buena (según la carta, la favorita de Carlos III). El personal era muy amable pero los precios algo elevados para ser una pizzería. No repetiría.
Al día siguiente, temprano para aprovechar el tiempo, tocaba desayunar en otro lugar histórico: el Gran Caffe Gambrinus. Siguiendo la tradición de los grandes cafés, este ha sido lugar favorito de reunión de la sociedad civil napolitana así como de los visitantes ilustres de la ciudad. Antiguos proveedores oficiales de la Casa de Saboya, actualmente la tradición dicta que quién ostente la Presidencia de la República Italiana tome su desayuno aquí el uno de enero, y así se ha hecho desde hace décadas. Uno puede tomarse el café y un dulce al estilo italiano, de pie en la barra, intentando hacerse oír entre el caos, o sentarse en el elegante salón noble y ser tranquilamente atendido por un servicio rápido y atento. En este salón degustó un helado de violeta la Emperatriz Sisí de Austria, Gabriele D´Annunzio escribió una de sus famosas canciones y Oscar Wilde disfrutó del fuerte café. Escritores como Hemingway o Sartre descansaron en sus sillones durante su visita a Nápoles. Una de sus más recientes visitantes fue Angela Merkel. Aquí desayuné su famoso café a la avellana acompañado de dos sfogliatelle: la riccia (típica de Nápoles, un hojaldre crujiente con decenas de capas relleno de queso ricotta, pasta de almendra y piel de limón rallada) y la frolla, que tiene el mismo relleno pero en vez de hojaldrada tiene una masa más cercana al brioche, básica.
Tras pasear por la imponente plaza del plebiscito, con la fachada del Palazzo Reale a un lado y las columnatas y cúpula de la simétrica basílica real de San Francisco de Paula al otro, bajamos hacia la bahía a disfrutar del soleado día, y caminando llegamos al sólido Castel Nuovo, una espléndida fortaleza del siglo XIII.
El abarrotado Spaccanapoli
A partir de ahí, tomamos la animada vía Toledo para dirigirnos al centro histórico, que estaba abarrotado de turistas y locales, a pesar de ser día laborable. Especialmente la via San Gregorio Armeno, donde se concentran las tiendecitas de belenes artesanos y sus figuritas. Prácticamente no se podía avanzar, había tramos donde estuvimos parados varios minutos.
Nápoles ha conservado la impronta de las sucesivas culturas de la cuenca del Mediterráneo y de Europa, desde la época de la colonia griega de Neápolis, fundada al año 470 a.C., hasta los tiempos modernos. De ahí que su centro histórico sea un sitio excepcional dotado de notables monumentos. Paseamos por las empinadas calles del Spaccanapoli, corazón de la ciudad vieja, de calles rectas y estrechas jalonadas de monumentales palacios y magníficas iglesias de estilo barroco. Además de belenes, allí se vendía de todo: vimos hasta papel higiénico con las caras de Le Pen, Macron, Trump, Berlusconi y Merkel. La cola para entrar en la famosa capilla de San Severo y ver el Cristo velado en mármol era de horas así que la evitamos. Cada uno de los rincones de este barrio merece la pena, así como decenas de sus locales especializados en productos de diseño o en artistas locales de gran talento. Lo mejor es perderse y descubrir esta parte de la ciudad por uno mismo.
Dedicamos la lluviosa tarde al Museo Arqueológico Nacional, una de las mayores colecciones de antigüedades romanas del mundo. El museo se encuentra en el antiguo Palacio de los Estudios Reales, antigua sede de la Universidad de Nápoles. Fue Fernando IV de Nápoles y I de las dos Sicilias (Borbón) el que lo convirtió en un museo real y ahí se trasladaron también decenas de piezas, frescos y mosaicos rescatados de las excavaciones de Pompeya y Herculano que ordenó y financió Carlos III. Por cierto que en las escalinatas del Museo hay una gran estatua de Fernando IV de Nápoles, cuya cara es tremendamente parecida a la de nuestro anterior Rey, Juan Carlos I. Se nota que son familia.
En las salas de la planta baja destaca la espléndida colección Farnesio (que el Rey Fernando I heredó de su abuela Isabel de Farnesio) compuesta de gigantescas estatuas renacentistas en mármol de gran calidad. Destacan la grupal conocida como el Toro Farnesio o el mastodóntico Hércules Farnesio.
El segundo piso está lleno de frescos y mosaicos recuperados de las excavaciones en las antiguas ciudades romanas que quedaron sepultadas bajo las cenizas de la erupción del Vesubio. Entre los mosaicos destacan el "Cave canem" o de "cuidado con el perro", los bellísimos de peces o la batalla de Alejandro Magno contra Darío I. Respecto a los frescos, inolvidable el de la joven romana estudiando o el del banquete. También hay expuestos numeroso objetos de la vida cotidiana recogidos en Pompeya y Herculano, destacano los pseudoegipcios, que demuestran la importante influencia que esta, por aquel entonces provincia romana, tenía en todo el Imperio.
Aunque la parte que atrae la mayor atención de los visitantes es el Gabinetto Segreto, que contiene algo más de 200 objetos de arte sexual explícito. Se exponen desde el año 2000. Es sabido por historiadores que Pompeya era una ciudad de vacaciones y además portuaria, muy festiva: la presencia de burdeles así como de mansiones que albergaban grandes fiestas así lo demuestra. Desde representaciones gigantes de penes, a frescos mostrando todo tipo de posturas sexuales, estas salas muestran todo tipo de arte, incluida una estatua en la que un fauno mantiene relaciones sexuales con una cabra, así como braseros con sátiros desnudos.
Tras el museo, salimos de vuelta a Chiaia. Por cierto que en la via Toledo y avenidas aledañas hay una gran concentración de edificios futuristas, construidos durante la dictadura fascista de Mussolini, en mármol blanco, de estilo imperial y racional. El palacio de correos, el de justicia así como otros edificios son testimonios de este periodo en el que se soñó con una sociedad perfecta a costa de eliminar a todo el que el partido consideraba "imperfecto". Cada uno de los elementos personales y sociales controlados por el Estado y por supuesto, la arquitectura fue central. Otros elementos arquitectónicos que vale la pena visitar en esta calle es su moderna estación de metro, calificada por muchos periódicos como la más bella de Europa: de arquitectura contemporánea, fue realizada por el arquitecto catalán Oscar Tusquets a base de recubrir paredes y techos de mosaicos (elemento gaudiano por excelencia) y sistemas de iluminación LED que simula un escenario marino o cuanto menos, una gran piscina. Bellísima.
Pompeya y el Vesubio
Una escapada obligatoria si uno está en Nápoles es la combinación de Pompeya y el Vesubio. Visitar la ciudad romana más famosa junto con el volcán que la sepultó es toda una experiencia.
La erupción del Vesubio, ocurrida el 24 de agosto del año 79, sepultó las dos florecientes ciudades romanas de Pompeya y Herculano, así como numerosas mansiones de las comarcas circundantes. Desde mediados del siglo XVIII se empezaron a desenterrar sus ruinas paulatinamente y se hicieron accesibles al público. La vasta extensión ocupada por los restos de ciudad mercantil de Pompeya contrasta con el espacio más reducido de los vestigios, mejor conservados, de la ciudad residencial de Herculano. En cualquier caso, ambas son un vívido testimonio de la vida opulenta de los ciudadanos romanos más pudientes en los primeros años de la Roma imperial.
Pompeya, la más grande de las ciudades, quedó sepultada bajo metros de cenizas durante 1,500 años hasta que Carlos III de Borbón decidió financiar excavaciones con el fin de investigar mejor la cultura romana en su afán ilustrado pero también para recuperar el oro, joyas y otros objetos de arte de los que apropiarse o vender, así como el caro mármol de Carrara de las mansiones. Las excavaciones siguen hasta hoy.
Tomamos el famoso tren Circumvesubiano, que iba hasta arriba de pasajeros y nos bajamos en la estación de Pompeii Svaci, donde hicimos la visita guiada, ya que no disponíamos de mucho tiempo. Además, uno puede perderse si no dispone de alguien que le oriente y le explique. La simpática napolitana nos iba contando detalles aquí y allá de los diferentes lugares que visitamos así como de las costumbres y usos de la sociedad romana de la época. Empezamos la visita por el antiguo teatro.
Paseando por las antiguas calles empedradas veréis mansiones y casas normales, bares de vino, saunas e incluso un prostíbulo. Testimonio vivo de una ciudad portuaria que floreció el tiempo de Julio César. En ellas podréis disfrutar de numerosos mosaicos y frescos, aunque la mayoría se encuentran hoy en día en el Museo Nacional de Arqueología, tal y como explicaba antes. La guía explicaba como las mujeres no tenían derecho a nada, ya que para cualquier acto legal necesitaban la aprobación de su tutor, que solía ser su padre, marido, hermano o tío (o dueño si eran esclavas). La comida principal en la época era la cena, que se tomaba en gran cantidad y reclinados. Para la comida del mediodía se tomaba algo rápido en las decenas de bares y locales de comida a llevar que abarrotan la ciudad (con sus características barras donde poner las ánforas). Los arqueólogos han encontrado restos de una salsa muy popular en aquel entonces que se le ponía a todo, y que se hacía a base de pescado concentrado. Vimos hornos, casas de gente normal y mansiones de ricos, las bellas calles empedradas a las que se lanzaban las aguas menores... y mayores, así como los cruces para peatones con grandes piedras planas para no ensuciarse de lo que se tiraba a las calles. En la calle mayor seguimos una señal en la calzadas con forma de pene que apuntaba hacia una estrecha callejuela donde entramos a uno de los antiguos prostíbulos de la ciudad, con sus diferentes habitaciones (cada una con un camastro de piedra que contaba con otro más confortable encima). El pasillo principal lucía varios frescos con representaciones de varias posiciones sexuales con el fin de servir de "menú" a los visitantes que no hablaban latín.
Pasamos también por una de las termas, lugares de encuentro social donde iban los romanos a asearse prácticamente cada día en un ritual muy social, con gimnasio y piscina mixtos y saunas y baños separadas para hombres y mujeres. Allí vimos la primera víctima del Vesubio: muchas se conservan gracias a una técnica moderna que transforma en roca sus cuerpos mantenidos así por la ceniza. En la amplia plaza central, antes porticada, también hay varios cuerpos así conservados (grises): desde perros hasta niños, testimonio de aquel desastre natural. En el antiguo mercado aún se amontonan decenas de ánforas ahora ya vacías.
Tras acabar la visita, tomamos el bus que sale de las excavaciones y recorre el Vesubio hasta casi la cima. En la subida se observan varias estatuas hechas de lava. Existen numerosas residencias en las laderas del volcán, a pesar que los expertos lo desaconsejan de forma fehaciente, puesto que el Vesubio en un volcán activo. Para entrar a la cima del Vesubio hay que pagar 10 euros. Nunca había visto que para subir a una montaña se tuviera que pagar... el monte Fuji sin ir más lejos es de acceso gratuito. Tras recorrer la media hora que separa la entrada para peatones del cráter del volcán más famoso de Europa, nos dispusimos a rodearlo, viendo como humos salían de varias de las laderas del impresionante cráter. Las vistas tanto del valle de Pompeya como de la bahía de Nápoles son espectaculares.
Y todo lo que me dejé por ver...
Tomamos el famoso tren Circumvesubiano, que iba hasta arriba de pasajeros y nos bajamos en la estación de Pompeii Svaci, donde hicimos la visita guiada, ya que no disponíamos de mucho tiempo. Además, uno puede perderse si no dispone de alguien que le oriente y le explique. La simpática napolitana nos iba contando detalles aquí y allá de los diferentes lugares que visitamos así como de las costumbres y usos de la sociedad romana de la época. Empezamos la visita por el antiguo teatro.
Paseando por las antiguas calles empedradas veréis mansiones y casas normales, bares de vino, saunas e incluso un prostíbulo. Testimonio vivo de una ciudad portuaria que floreció el tiempo de Julio César. En ellas podréis disfrutar de numerosos mosaicos y frescos, aunque la mayoría se encuentran hoy en día en el Museo Nacional de Arqueología, tal y como explicaba antes. La guía explicaba como las mujeres no tenían derecho a nada, ya que para cualquier acto legal necesitaban la aprobación de su tutor, que solía ser su padre, marido, hermano o tío (o dueño si eran esclavas). La comida principal en la época era la cena, que se tomaba en gran cantidad y reclinados. Para la comida del mediodía se tomaba algo rápido en las decenas de bares y locales de comida a llevar que abarrotan la ciudad (con sus características barras donde poner las ánforas). Los arqueólogos han encontrado restos de una salsa muy popular en aquel entonces que se le ponía a todo, y que se hacía a base de pescado concentrado. Vimos hornos, casas de gente normal y mansiones de ricos, las bellas calles empedradas a las que se lanzaban las aguas menores... y mayores, así como los cruces para peatones con grandes piedras planas para no ensuciarse de lo que se tiraba a las calles. En la calle mayor seguimos una señal en la calzadas con forma de pene que apuntaba hacia una estrecha callejuela donde entramos a uno de los antiguos prostíbulos de la ciudad, con sus diferentes habitaciones (cada una con un camastro de piedra que contaba con otro más confortable encima). El pasillo principal lucía varios frescos con representaciones de varias posiciones sexuales con el fin de servir de "menú" a los visitantes que no hablaban latín.
Pasamos también por una de las termas, lugares de encuentro social donde iban los romanos a asearse prácticamente cada día en un ritual muy social, con gimnasio y piscina mixtos y saunas y baños separadas para hombres y mujeres. Allí vimos la primera víctima del Vesubio: muchas se conservan gracias a una técnica moderna que transforma en roca sus cuerpos mantenidos así por la ceniza. En la amplia plaza central, antes porticada, también hay varios cuerpos así conservados (grises): desde perros hasta niños, testimonio de aquel desastre natural. En el antiguo mercado aún se amontonan decenas de ánforas ahora ya vacías.
Tras acabar la visita, tomamos el bus que sale de las excavaciones y recorre el Vesubio hasta casi la cima. En la subida se observan varias estatuas hechas de lava. Existen numerosas residencias en las laderas del volcán, a pesar que los expertos lo desaconsejan de forma fehaciente, puesto que el Vesubio en un volcán activo. Para entrar a la cima del Vesubio hay que pagar 10 euros. Nunca había visto que para subir a una montaña se tuviera que pagar... el monte Fuji sin ir más lejos es de acceso gratuito. Tras recorrer la media hora que separa la entrada para peatones del cráter del volcán más famoso de Europa, nos dispusimos a rodearlo, viendo como humos salían de varias de las laderas del impresionante cráter. Las vistas tanto del valle de Pompeya como de la bahía de Nápoles son espectaculares.
Y todo lo que me dejé por ver...
La última noche en Nápoles cenamos en el restaurante familiar Mattozzi, en Chiaia también, que tiene un servicio muy amable y donde por fin probé una estupenda mozzarella de buffala de la Campania. Recomiendo también la pasta alla Maria de Grazie (a base de macarrones y calabacines fritos), que es deliciosa. También probé de entrante su montanara, que es la famosa pizza frita de Nápoles, buenísima también. La ternera al limón que también nos sirvieron no me gustó tanto. En cualquier caso, su lista de platos tradicionales está muy completa y a buen precio.
Me quedan tantas cosas que ver que no sé ni por donde empezar: desde el Teatro di San Carlo, donde empezó su carrera el napolitano Enrico Caruso hasta recorrer la Costa Amalfitana con Sorrento y Capri como principales reclamos hasta bañarme en las aguas termales de Ischia o visitar Herculano, que me han dicho que se mantiene mejor que Pompeya. A la próxima espero que sea verano.
Me quedan tantas cosas que ver que no sé ni por donde empezar: desde el Teatro di San Carlo, donde empezó su carrera el napolitano Enrico Caruso hasta recorrer la Costa Amalfitana con Sorrento y Capri como principales reclamos hasta bañarme en las aguas termales de Ischia o visitar Herculano, que me han dicho que se mantiene mejor que Pompeya. A la próxima espero que sea verano.