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dimecres, 7 de setembre del 2022

Belgrado

La ciudad blanca

Belgrado significa en serbocroata "la ciudad blanca", pero de blanca no tiene nada. En general el color predominante es el gris cemento con el verde de sus calles y bulevares arbolados. No es una ciudad especialmente bonita, pero es muy dinámica y animada. Los serbios son gente amable y fiestera, encantados de recibir a visitantes extranjeros a su capital. Siempre se extrañan cuando les dices que estás en Belgrado para hacer turismo. Y eso la hace especialmente encantadora: es una de las grandes ciudades europeas libres (aún) de la turistificación que ya sufren la mayoría. 

Aquí confluyen los ríos Sava y Danubio, pero también estilos arquitectónicos de muchas épocas, que se mezclan sin armonía por sus calles: palacetes art-nouveau, restos de la época de los Habsburgo, vestigios otomanos y mucha arquitectura socialista, confrontada con el nuevo ultramoderno Belgrade Waterfront, financiado por los Emiratos Árabes Unidos, donde crecen acristalados rascacielos contemporáneos de oficinas, viviendas y hoteles de lujo. La ciudad ha sido bombardeada tantas veces a lo largo de la historia que no es extraño ver en la misma calle un bloque de viviendas brutalista pegado a un elegante edificio neoclásico del XIX y a una casita de la época medieval.

Nosotros nos quedamos en el Metropol Palace, un hotel de cinco estrellas de la época socialista totalmente renovado. Es verdad que no está en el pleno centro de la ciudad, pero aún así el barrio es agradable y no se tarda nada en llegar al centro en taxi. La habitación era amplia y cómoda; y el personal de recepción muy amable. Además, cuenta con un completo gimnasio, una sauna estupenda y una buena piscina interior que usamos varios días tras los paseos por la ciudad. Asimismo, acudimos muchas noche al bar de la azotea para relajarnos y disfrutar de una bonita panorámica de la ciudad.

Kalemegdan

Lo mejor es empezar la visita donde nació Belgrado, en la colina que se alza en la confluencia de ambos ríos. Aquí se asentaron los celtas y luego los romanos, que llamaron al asentamiento Singidunum. La fortaleza, reconstruida por austrohúngaros y otomanos, ha resistido más de 115 batallas. Ahora es un agradable lugar para pasear y sobre todo, disfrutar de la impresionante puesta de sol sentados en las murallas que dan al río.

De la época otomana queda poco. Además de la herencia gastronómica, tan solo se alza en pie una mezquita de Belgrado, de 1577, pequeña pero bastante representativa. Se puede visitar en la calle Gospodar-Jevremova. 

En 1815, los serbios consiguieron expulsar a los otomanos, tras una dominación de más de 400 años, y basaron gran parte de su nacionalismo en la importancia de la Iglesia Ortodoxa Serbia. De esta época de la expulsión otomana, aún opera "Kafana ?", donde sirven comida tradicional serbia en una kafana de 200 años, la más antigua de Belgrado. Originalmente se llamaba "Kafana junto a la catedral" pero unas disputas con la iglesia ortodoxa la forzaron a cambiar a este original nombre. Nos metimos en su agradable terraza arbolada y pedimos como entrante su ajvar casero, una salsa de pimientos asados con berenjenas, ajos y aceite. De principal pedí un goulash muy soso. Lo que estaba algo más bueno eran unas hojas de repollo rellenas de arroz y carne picada. El café turco no está nada mal.

El Belgrado imperial

Tras ver los orígenes de la ciudad y la mezquita otomana, nada mejor que dirigirse a Skadarska, una calle empedrada con unas pequeñas y famosas escaleras, punto de encuentro de los belgradeses aún hoy. A principios del siglo XX era la más bohemia de la ciudad. En sus viviendas se afincaron actores, pintores y poetas. Actualmente está llena de restaurantes y cafeterías con animadas terrazas, que siguen siendo frecuentadas por muchos artistas serbios. De hecho, cenamos dos veces por aquí, la primera vez en un restaurante sin más donde pedimos las famosas cevapi, o salchichas sin piel consideradas plato nacional, acompañadas de patatas fritas, kajmak (una espesa crema de queso serbio) y la omnipresente ensalada serbia "sopska salata", con trozos de tomate, pepino, cebolla y un pimiento verde picante.

La segunda cena en Skadarska fue en Dva Jelena, un sitio centenario donde además de disfrutar de comida serbia casera, también hay actuaciones en directo de músicos tradicionales. Nos sorprendió que muchos comensales pedían canciones tradicionales rusas. Y es que Belgrado es uno de los pocos sitios donde pueden seguir viajando los rusos sin restricciones. En cualquier caso, pedimos la  hamburguesa serbia o “pljeskavica” rellena de bacon y quesos, servida sin pan y acompañada de patata hervida. 

Otra de las paradas imperdibles de esta época imperial es la pekara Trpkovic, en la calle Nemanjina 32. Fundada en 1905, esta panadería aún guarda la estética de principios de siglo XX. En ella se forman colas de aquellos que quieren desayunar burek (empanadas de hojaldre rellenas de queso, verduras o carne herencia de la época otomana), y que se acompañan de yogur líquido como bebida. Por supuesto, también ofrecen dulces de inspiración vienesa adaptados a la realidad yugoslava así como otras creaciones influenciadas por los italianos. 

Cabe recordar que tras la expulsión de los otomanos en 1815, Serbia quedó bajo control austrohúngaro. De esta época quedan muchos edificios de estilo de la secesión vienesa o art nouveau. En 1878, los serbios se independizaron y tuvieron, por fin, su propio Estado. Un buen lugar para repasar la historia serbia de la época es en el museo nacional, situado en la plaza de la República.

La época comunista

Tras la Segunda Guerra Mundial, Yugoslavia se libró de nazis y fascistas por sí misma, con la organización de los partisanos, sin ayuda ni de los ejércitos británico o estadounidense y tampoco del ruso. Los serbios se libraron también del control del régimen croata de la Ustacha, títere de los nazis. Y por ello, el líder de los partisanos, el mariscal Josip Broz, "Tito", construyó una federación socialista diferente e independiente de los dictados de la URSS. Por ejemplo, los yugoslavos podían viajar a cualquier país con libertad. Además, se permitía la propiedad privada de tierras así como de pequeñas tiendas y negocios.

Tito empezó a construir un Nuevo Belgrado, ahora un barrio de la ciudad al otro lado del río Sava, siguiendo las utopías urbanísticas socialistas, con grandes bulevares, gigantescos espacios verdes y enormes bloques de construcción brutalistas. Destaca el Palacio de Serbia, antiguo Palacio de la Federación, desde donde se gobernaba la ex Yugoslavia. Hoy acoge las sedes de siete ministerios serbios.

Además de los icónicos edificios de apartamentos socialistas de Nuevo Belgrado, también están construyéndose nuevos bloques ultramodernos aquí, por ser un barrio tranquilo lleno de parques perfecto para las familias jóvenes serbias. También se abren aquí nuevos locales como el Bela Reka, un sofisticado restaurante de comida tradicional serbia cocinada con ingredientes bio de excepcional sabor. La salchicha rellena de queso (homolje) estaba magnífica. 

El museo de Yugoslavia es un excelente lugar para profundizar en esta interesante parte de la historia Serbia y del resto de los Balcanes occidentales. Fotografías, obras de arte, objetos de uso cotidiano, vídeos... el museo es muy interesante. Además, al estar localizado en los jardines de la Casa de las Flores (antigua residencia de verano de Tito), aún se puede visitar dicha casa donde ahora se encuentra el mausoleo del antiguo dictador yugoslavo. Tito fue muy activo en política exterior: de hecho fue el creador e impulsor del movimiento de países "No alineados", que se resistían a elegir el bando estadounidense o el soviético. Tras la muerte del mariscal en 1980, líderes de todo el mundo acudieron a sus funerales, destacando los de países no alineados como Egipto, Ghana, Cuba, Indonesia o Kuwait.

Por supuesto, el régimen de Tito no dejaba de ser una dictadura y miles de muertos y torturados sufrieron su brutalidad.

El Belgrado del siglo XXI

Tras el derrumbe de la ex Yugoslavia, y las guerras balcánicas, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia del Norte declararon su independencia a principios de los 90. Terribles campañas de limpieza étnica se llevaron por todos los lados, siendo los bosniacos los que las sufrieron especialmente de manos del ex líder del Partido Comunista de Yugoslavia, reconvertido a presidente serbio, Slobodan Milosevic.

En 1999, Belgrado volvió a sufrir bombardeos, esta vez de la OTAN, que buscaban forzar a Milosevic a que pusiera fin a la represión de los albaneses en Kosovo. Como recuerdo, aún se pueden ver las ruinas bombardeadas del ministerio de Defensa Yugoslavo, cuya estructura sigue en pie y desde la calle se ven oficinas desvencijadas a las que les falta la otra mitad.

Otro lugar interesante es el museo de Nikola Tesla, situado en una de las mansiones del elegante barrio de Palilula, explica su vida y, sobre todo, sus inventos a través de artilugios activados por los guías en los que ver las diferentes aplicaciones y efectos de la electricidad y los gases nobles. Algunos experimentos impresionan mucho. Aquí también reposan las cenizas de Tesla, encapsuladas en una esfera dorada. 

Otro lugar interesante es la iglesia de Sveti Sava, la segunda mayor iglesia ortodoxa del mundo, cubierta de mosaicos dorados impresionantes, y consagrada en 2004. El objetivo de los arquitectos era replicar la grandiosidad de Santa Sofía. La verdad es que es bastante impresionante y muestra el auge de la religiosidad en Serbia. Pero esto no impide que los habitantes de la capital amen la fiesta, encontrándose abiertos bares y clubs casi todos los días de la semana, con un pequeño inconveniente: está permitido fumar en interiores.

También en los restaurantes, por lo que siempre que pudimos optamos por comer en terrazas. Uno de los restaurantes más representativos de la comida balcánica contemporánea es el "Iva New Balkan Cuisine", donde reinterpretan platos e ingredientes de la zona. Es un buen lugar para probar especialidades locales presentadas de una manera innovadora. Los cócteles son estupendos y el personal bastante atento. De entrante pedimos queso al horno, col, miel, nuez, pan tostado y mermelada de higo. También berenjenas asadas y empanadas así como lengua de vaca cortada en finas tiras. De principal pedí una especie de pasta serbia con crema de avellanas caramelizada y espuma de alcachofa que estaba espectacular.

Otros locales estupendos son las heladerías Crna Ovca "Oveja Negra": en ellas recomiendo el helado de "plazma", la típica galleta yugoslava, además de muchos otro sabores tradicionales o innovadores.

Finalmente, no os podéis ir de Belgrado sin pasar por "Ferdinand Knedle", una alegre cafetería en la que se sirven "gomboces", unos buñuelos fritos de patata rellenos de ciruela en su versión tradicional, aunque aquí también los venden rellenos de muchas otras cosas dulces pero también saladas.

Me faltaron ver muchos más rincones y secretos de la ciudad, pero me di cuenta que, Belgrado, no es una ciudad turística al uso sino que lo mejor es que te la enseñe alguno de sus habitantes, puesto que todo gira alrededor de estos: los turistas, como si no existiéramos. Y eso me encantó.

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