Moldavia es, después de Kiribati, el país con menos turistas de 2023. Y ello no sorprende, ya que es un país mal conectado con el resto del planeta, sin patrimonios de la humanidad UNESCO y con una promoción turística prácticamente nula.
Aún así, el país merece ser descubierto: cuenta con cómodos hoteles a precios decentes, comida deliciosa, vinos de primera. paisajes preciosos y una historia interesante, con mucha arquitectura y estatuas de la época soviética, sobre todo en la rebelde provincia de Transnistria.
Tuve la suerte de ir por trabajo y luego quedarme un par de días para descubrir algunos de sus tesoros por lo que comparto algunas ideas para los que os animéis a descubrirlo. Lo ideal sería dedicar unos días a su capital, un par a alguna zona rural y viñedo y otro día más a visitar Transnistria.
Chisinau, estampas de una típica capital soviética
Para entender mejor la historia de este desconocido país, lo mejor es empezar visitando el Museo Nacional de Historia, donde a través de paneles explicativos, maquetas y artefactos históricos, se narra su historia desde los primeros poblados fortificados dacios y carpetanos; pasando por la era del imperio romano (por eso aquí se habla una lengua latina, el rumano) y llegando al siglo XV, cuando el rey Esteban el Grande consiguió librarse de los dominios de Hungría, Polonia y el imperio otomano. Su reinado de 47 años es todo un símbolo en la historia moldava, que lo señala como etapa dorada hasta el punto que el actual escudo del país (una vaca bajo una estrella) sigue siendo el de este rey.
Poco les duró la independencia ya que en 1538 los otomanos retomaron el control hasta que en 1812 les cedieron estas tierras al imperio ruso. De hecho, en la gran plaza de la Asamblea Nacional (antiguo Soviet Supremo de la República Socialista de Moldavia), aún se alza el decimonónico arco del triunfo que conmemora la victoria rusa sobre los turcos. En esa época, el imperio empezó el proceso de rusificación del Moldavia, cambiándole el nombre por Besarabia y eliminando el uso del rumano de la administración o la religión. Varias partes de Moldavia pasaron a ser del reino de Rumanía mientras que otras se iban asimilando al imperio ruso. Pese a todo, la intelectualidad moldava redescubría el rumano a lo largo del XIX y el romanticismo lo volvía a situar como lengua de periódicos, narrativa y poesía.
La Segunda Guerra Mundial fue terrible para Moldavia: 300.000 moldavos murieron esos años. Pero a la vez, en 1940, se creó por primera vez en siglos, una entidad semi-autónoma moldava: la república socialista soviética de Moldavia, que pasaba a formar parte de la URSS. A los bombardeos nazis (primero) y soviéticos (después, para expulsar a los nazis) sobre Chisinau, se unió los efectos devastadores de un terremoto que casi alcanzó el 8 en la escala de Richter.
La capital quedó totalmente destruida, por lo que se reconstruyó siguiendo las pautas de una típica ciudad soviética ideal, con una enorme avenida central que la atravesaba entera, perfecta para los trolebuses eléctricos, con enormes torres de viviendas grises a ambos lados. Poco ha cambiado la estética de la ciudad y recorrer dicha avenida es todo un viaje al pasado: se trata del bulevar Esteban el Grande. Los altísimos bloques de viviendas son especialmente espectaculares en la llamada "puerta de Chisinau" con dos bloques simétricos que parecen abrazar al visitante. Las farolas, semáforos, gran parte del mobiliario urbano y hasta los murales de realismo socialista siguen casi todos intactos. También imponentes edificios públicos como el teatro nacional o recintos deportivos, incluyendo numerosas piscinas al aire libre: Chisinau era de las ciudades de la URSS con mejores temperaturas, de hecho, un piso aquí era muy fácilmente intercambiable por otro en el centro de Moscú (algo que ya no ocurre, por supuesto).
Además, el acceso de Breznev al poder en Moscú hizo que sobre Moldavia cayeran inversiones millonarias, ya que este había sido secretario general del Partido Comunista de Moldavia la década anterior. Chisinau se llenó de expertos en todas las materias de toda la zona de influencia comunista en el mundo. La ciudad, aunque decadente, sigue siendo agradable para pasear en muchas de sus zonas centrales.
Los rusos intentaron difundir la idea de que los moldavos hablaban una lengua distinta a los rumanos para evitar cualquier potencial deseo de reunificación. Es más, se promovió la escritura del moldavo (rumano) en alfabeto cirílico y no latino. Esto se acabó en 1989, cuando las autoridades, presionadas por la calle, recuperaron el alfabeto latino para el rumano en Moldavia. Dos años después, Moldavia declaraba su independencia con la bandera rumana y el escudo de Esteban el Grande en medio. Aún se puede ver esa primera bandera firmada por los miembros del parlamento en el museo nacional.
La independencia trajo una doble transición: hacia una democracia que aún sigue siendo imperfecta; y hacia un nuevo sistema económico, el capitalismo, que convirtió al país en el más pobre de Europa. Culturalmente, el ateísmo oficial soviético se sustituyó por una vuelta de la religión: el 80% de los moldavos hoy en día se consideran religiosos. De hecho, el número de iglesias en el país se ha multiplicado por diez desde 1991. El país sigue dividido entre la mayoría que anhela entrar en la Unión Europea y una minoría importante nostálgica de la era soviética y que prefiere alinearse con la Rusia de Putin.
En este mar de iglesias nuevas y antiguas de la capital, os recomiendo una: la iglesia de madera de Hiriseni, dedicada a la dormición de la Virgen María, ya que es espectacular. Es de piezas de madera perfectamente ensambladas sin uno solo clavo ¡cómo si se tratara de un gran juguete! Su belleza armoniosa en medio de un bello parque la hacían aún más bonita, sobre todo en otoño.
Para comer, nada mejor que la famosa cadena La Placinte, donde sirven una selección de especialidades nacionales, todas perfectamente servidas. Además de los típicos pasteles nacionales, recomiendo la Mamaliga, una especie de polenta de maíz amarillo que se come con queso cottage, crema agria, verduras al vapor y una proteína, como las salchichas caseras. El queso fresco de oveja con pimientos a la brasa y especias también está delicioso.
No olvidéis pasaros por la mítica tienda de Bucuria al lado de la plaza central, donde comprar cualquiera de los bombones que ofrece esta marca de chocolates que empezó como empresa chocolatera estatal en 1946, y que aún hoy es la más querida por los moldavos.
La Moldavia rural
Desde Chisinau, adentrarse en las zonas rurales del país no es difícil: las carreteras están en buen estado y no haría falta quedarse a dormir fuera de la ciudad si no os apetece moveros de hotel. Aunque en las ciudades de provincias como Orhei hay hoteles muy cómodos a buenísimos precios.
Yo os propongo replicar lo que yo visité: podéis salir de Chisinau para visitar la región de Calarasi, en la que además los viñedos y de bonitos bosques en tonos otoñales podréis ver monasterios mezcla de estilo clásico y barroco con elementos tradicionales moldavos (como el de Frumosa con sus cúpulas azules). Además, la región está llena de pozos de todo tipo ya que es una de las grandes costumbres del país. Desde los más tradicionales de madera y piedra pasando por los soviéticos con vallas y techos metálicos; hasta los más contemporáneos: algunos con forma de taza de té. Lo mejor es que en todos puedes beber agua fresca de gran calidad. Y la ola de religiosidad que vivió en país tras el comunismo ha hecho que en muchos pozos se hayan construido cruces.
Es interesante ver la arquitectura soviética de los edificios públicos en las poblaciones, sobre todo los antiguos colmados públicos (supermercados de la era comunista) ahora abandonados, muchos con mosaicos del realismo socialista. Eso sí, ni una estatua de Lenin: todas fueron substituidas por las del rey Esteban el Grande.
Moldavia es conocida también por contar con algunos de los mejores vinos del mundo. De hecho, tienen el récord Guinness del mundo por la bodega más grande: la Milestii Mici. No olvidéis visitar este u otras bodegas.
Tras visitar Calarasi, dirigíos a comer a La Badis, un precioso restaurante en un edificio tradicional donde probar los platos más característicos del país. Empezad con una zeama o o sopa de pollo con fideos con crema agria por encima. Seguid con un poco de placinte (los pasteles típicos del país): el de manzana está buenísimo pero en otoño hace uno de calabaza aún mejor. Aunque tengan azúcar se suelen comer como entrantes. La berenjena a la brasa picada con nueces y trozos de granada también está espectacular. De principal opté por pato a la brasa en salsa de cerezas acompañado de una pera al horno. Y para beber, uno de los mejores vinos que he disfrutado: Alb de Purcari.
De este restaurante a Chisinau apenas os quedará algo menos de una hora, por lo que es perfecto para acabar una excursión mañanera a la Moldavia rural.
Transnistria: el país que no existe
Finalmente, una excursión que recomiendo es a uno de los lugares más curiosos en Moldavia: su famosa provincia rebelde, autoproclamada país independiente desde 1990. Ellos se llaman a sí mimos república moldava de Pridnestrovia (es decir, de antes del Dniester, el río que les separa del resto de Moldavia) algo que ya indica que su punto de referencia es Moscú y no Chisinau.
Pridnestrovia es también conocida como el país que no existe, ya que solo otras dos repúblicas los reconocen: Abjasia y Osetia del Sur (estados, por cierto, que tampoco reconoce nadie). El caso es que sus habitantes, deseosos de seguir en la URSS, y viendo que el resto de moldavos luchaba por unirse a Rumanía o proclamarse república independiente, decidieron constituirse en herederos de la república socialista soviética de Moldavia, manteniendo incluso su bandera y escudo de armas, para no salirse de la URSS.
Sin embargo, la URSS se disolvió y este pequeño territorio inició una guerra de dos años con el gobierno de Chisinau que finalmente ganó gracias al apoyo de Rusia. Desde entonces, quedó en tierra de nadie, apoyado por unas 2.000 tropas rusas que "mantienen la paz".
Pese a que cualquier embajada occidental desaconseja visitar la provincia (o país, según a quién preguntes), muchas empresas ofrecen tours de un día. Es más, uno puede ir incluso por libre en transporte público. Moldavia no tienen frontera con Transnistria puesto que no reconoce su independencia. Y el autoproclamado gobierno De Pridnestrovia os dejará pasar dándoos un visado provisional que parece un ticket de parking sin tocar vuestro pasaporte, para evitaros problemas luego al salir de Moldavia.
Como no tenía mucho tiempo, opté por un tour en el que un chofer te recoge, te lleva y te enseña alguna de las principales atracciones turísticas. El que me asignaron, además, está casado con una transnistria, por lo que conocía el lugar al dedillo.
Lo interesante de esta excursión es que se viaja en el tiempo, a cómo era la Unión Soviética. Por un lado, no se encuentra mucha diferencia con el resto de Moldavia. Por otro, carteles propagandísticos o bustos de Lenin que ya se han retirado en el resto del país siguen estando aquí tal y como se instalaron en los años 40 del siglo XX. En muchos edificios aún se ven marcas de bala de la guerra que libraron con el ejército moldavo.
En plena Tiraspol, la capital, se encuentra la base militar rusa que los protege. De hecho, al pasar la frontera veréis un tanque ruso apostado en la misma. Hoy en día la mayoría de habitantes son partidarios de unirse definitivamente a Rusia: banderas rusas ondean en la mayoría de lugares y librerías y tiendas de souvenirs venden imanes con la imagen de Putin, Stalin, Breznev o Lenin.
Lo primero que hicimos fue visitar uno de los supermercados del "Sheriff Group" que pueblan esta provincia, propiedad del oligarca local, que además posee gasolineras, un canal de televisión y otros muchos negocios que incluyen un famoso club de fútbol. Allí te cambian euros a rublos priednostravianos. Los billetes no se diferencian mucho de otros (aunque son más pequeños de lo normal, eso sí). Lo curioso son las monedas: ¡están hechas de plástico! Las emite su propio banco central desde 1994. Tras cambiar dinero, curioseé por los pasillos del establecimiento, viendo que están bastante bien surtidos, y aproveché para comprar a precio muy competitivo el coñac Tiraspol, uno de los mejores del mundo y que se fabrica de la misma manera desde que se abrió la fábrica en tiempos de la URSS. También probé el caviar por primera vez: aunque caro, es algo más permisible que en Occidente, ya que en estos supermercados tienen piscinas con esturiones que crían para sacarles caviar que venden fresco en potes de todos los tamaños guardados en neveritas, empezando por uno minúsculo de 20 euros.
La plaza mayor de la capital provincial (o nacional según ellos) es muy parecida a la de Chisinau pero algo más pequeña, y cuenta con el típico edificio del antiguo soviet provincial y ahora considerado parlamento nacional, sólo que este mantienen toda la simbología original, incluyendo estrellas rojas o la hoz y el martillo, además de un elegante y enorme estatua de Lenin enfrente. En los jardines hay un tanque ruso de la Segunda Guerra Mundial con la inscripción "Za Rodinu" (Por la Madre Patria), así como un enorme memorial a los soldados locales muertos en todas las guerras que han luchado junto a Rusia. Aunque la estatua más grande es al generalísimo ruso Suvorov, fundador de Tiraspol en 1792. También han puesto una estatua enorme de la emperatriz rusa Catalina la Grande.
Los aficionados al realismo soviético o al brutalismo arquitectónico disfrutarán con muchos de los edificios y murales que adornan la pequeña capital. Y los amantes de la nostalgia comunista también: desde los vetustos trolebuses Ikarus, que siguen conectando las ciudades del país con cables de los que toman la electricidad, a viejas cantinas de trabajadores que mantienen carteles propagandísticos o bustos de Lenin, con sus suelos de granito blanco y negro; y los menús que se servían a los obreros, completos y a precios populares.
El guía me llevó a la conocida como "cafetería URSS", que se mantiene tal cual, y en donde me comí una sopa de pollo con fideos, un plato de guiso de habichuelas con carne picada y queso, ensalada de remolacha y todo acompañado de una infusión de frutas por solo tres euros.
Y pese a la omnipresente imaginería comunista, lo cierto es que la oleada de religiosidad que vimos en Moldavia también ha llegado aquí: la Iglesia Ortodoxa Rusa ha construido numerosas iglesias nuevas, además de restaurado otras tantas, que lucen con todo su esplendor. Me resultó muy curioso como a frescos de la Virgen los cubrían de joyas de oro donadas por los fieles. Pero aún me sorprendió más la nueva iglesia, casi en la frontera, dedica al zar Nicolás II, fusilado él y su familia real por orden directa de Lenin y canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el año 2000. Las contradicciones de este lugar son espectaculares.
Lo último que vimos en Transnistria fue la fortaleza de Tighina, un castillo del siglo XV que tomaron los otomanos y que finalmente volvieron a tomar los rusos hasta el día de hoy. El castillo no es especialmente bonito, pero tiene una arquitectura curiosa y además, desde sus murallas hay unas vistas muy interesantes del país... y de la base militar rusa. También contiene un curioso museo de armas y otro de instrumentos de tortura.
Dejamos Transnistria devolviendo nuestros permisos en papel (no los olvidéis) y sin ningún sello en el pasaporte. Como si hubiéramos visitado un país que no existe.
IMPRESCINDIBLES
Comer
Cualquier placinte de "La Placinte".
Un menú de la era soviética en la Cantina URSS (Столовка СССР) en Bender (Transnistria).
Beber
Vino blanco Alb de Purcari.
Coñac Tiraspol.
Canción
Trenuleţul de Zdob şi Zdub & Advahov Brothers.
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