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dilluns, 3 de febrer del 2025

Alta y Tromsø

Primera vez en el Círculo Polar Ártico

Gracias a los vuelos directos entre Bruselas y Tromsø es relativamente sencillo llegar al interior del círculo polar ártico. Nunca había estado en esta región de la Tierra, y menos en invierno, y el caso es que esta ciudad es considerada la puerta al Ártico por sus temperaturas relativamente moderadas (comparadas con el resto de tierras árticas) así como por los servicios que ofrece. Además, su aeropuerto y puerto actúan como hubs para seguir adentrándose en la región. De hecho, nosotros al llegar tomamos otro vuelo regional a Alta, una ciudad aún más al norte. ¿El motivo? Varios: queríamos maximizar las posibilidades de ver la aurora boreal (hace falta estar muy al norte y tener la menor contaminación lumínica posible), tener la experiencia de dormir en uno de los pocos hoteles de hielo que existen en el mundo y de paso curiosear un patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO: el arte rupestre de Alta.

Finales de diciembre y principios de enero son las semanas de máxima oscuridad ya que se produce la noche polar en las que no sale el sol (no hay amanecer) y tan solo hay luz en el cielo (indirecta) durante unas cuatro horas al día. Así que, allá que volamos.


Alta

Situada en el fiordo con su mismo nombre, esta minúscula ciudad tiene todo lo que un viajero puede necesitar pero, a la vez, garantiza que a pocos minutos de su centro urbano se encuentre paisajes con oscuridad total para ver las auroras boreales sin problemas. No por casualidad, Alta fue donde se empezó a investigar la aurora boreal en el siglo XIX. Es un lugar cómodo porque pese a estar tan al norte cuenta con temperaturas "templadas" gracias a las corrientes oceánicas. Y por "templadas" me refiero que igual en enero tienes 10 grados bajo cero cuando en la misma latitud en otros lugares del interior de Noruega o de Canadá o Rusia están a menos 25. 

En lo que se refiere a transporte, el aeropuerto de Alta está muy cerca de la ciudad. Si sois dos o más, los taxis no son excesivamente caros según los precios noruegos, así que si es invierno, mejor ahorraros rollos de cadenas y coches de alquiler. Podéis pedir taxis por la app Taxi Fix que funciona bastante bien.

Aprovechamos esa mañana para ir a ver el arte rupestre de Alta, un conjunto de petroglifos del fiordo que conserva las huellas de un asentamiento humano de hace más de 7.000 años y siguen en buenísimo estado casi como las dejó la persona que las cinceló. Miles de pinturas y grabados nos permiten conocer mejor el medio ambiente y las actividades humanas de los tiempos prehistóricos en los confines del Gran Norte. Pero el problema es que en invierno casi todos estos petroglifos están cubiertos por la nieve. Por suerte, el museo de la ciudad, anexo al valle donde están los grabados, contiene algunos originales que guarda en vitrinas, por lo que algo pudimos ver: representan diversos motivos, pero lo más impresionantes son los de arces o pescadores en sus barcos. El museo además da contexto con audiovisuales muy chulos, explicaciones del porque de los petroglifos, de cómo los dibujaron y otros restos de aquellos habitantes.

En el museo también se explica científicamente la formación de las auroras boreales así como hechos históricos como el desalojo al que obligaron los nazis a la población local o el conflicto con los Sami por la construcción de una presa que desembocó en la formación del Parlamento Sami. Está muy bien para entender la historia de la zona y su tienda de recuerdos también tiene cosas chulas, y además, estaba acondicionado como búnker anti radioactivo para la población ante un potencial ataque. La invasión nazi y las amenazas rusas han hecho que los noruegos estén más que preparados y entrenados para resistir una posible invasión y eso se observa en el propio museo y su arquitectura.

Al salir tomamos un taxi y nos dirigimos al insulso centro de la localidad, donde solo destaca la Nordlyskatedralen o catedral de la Aurora Boreal, una curiosa iglesia con formas redondeadas recubierta de titanio plateado. No pudimos entrar por estar ese día cerrada al público.

Para almorzar, entramos en el Stakeriet Mat og Vinhus, un restaurante de comida fusión con ingredientes locales donde compartimos una ensalada de remolachas con queso de cabra de Alta. Estas raíces tuberosas son parte básica de la dieta noruega por su fibra, vitaminas y antioxidantes, y la facilidad de crecer rápido en meses sin sol. Como plato principal opté por el pytt i pane, que es un revuelto de patatas, salchicha, jamón y cebolla salteada con un huevo frito encima que comen los noruegos a menudo durante los meses fríos.

Tras comer, hicimos una visita rápida a un supermercado local para avituallarnos de salmón local (dicen que el mejor del mundo) y otros ingredientes para cocinarnos la cena y ya nos dirigimos a nuestro primer alojamiento en el que nos quedamos las dos primeras noches: una casita transparente perfecta para ver la aurora boreal desde la cama. En el rancho "Flatmoen Farriers" alquilan cuatro de ellas, y además con jacuzzi caliente para verlas también desde ahí. ¡Nosotros vimos la primera desde la cama la segunda noche, que salió a la una y media! Además de las auroras, poder ver el cielo con las estrellas tan claras y en silencio es también maravilloso.


En las pocas horas de luz (recordad, no sale el sol) están bien para pasear y descubrir las decenas de tonos que tiene el color blanco. Ahí entendí porqué las lenguas polares tienen tantas palabras para describir este color.

Sorrisniva

La tercera y cuarta noche dormimos en una pequeña población remontando el río Alta: Sorrisniva. Ahí se alza un estupendo hotel de estilo nórdico contemporáneo que, además, desde noviembre a marzo construye un anexo completamente hecho de hielo en el que tomar una copa, casarse (tiene una capilla) o incluso dormir en una de sus habitaciones de hielo. Nos quedamos a dormir una noche por vivir la experiencia pero, honestamente, no la recomiendo. Hay que dormir en duras camas de hielo cubiertas de pieles de reno que huelen regular y además en sacos de dormir en los que moverse lo menos posible. La temperatura constante es de menos cinco grados por lo que si respiras dentro del saco se condensará el aire mojándote y si lo abres un poco se colará aire helado. Además, para ir al baño hay que salir al hotel principal. Toda una incomodidad. Eso sí, al día siguiente tras la ducha nos fuimos directos a la sauna del hotel a recalentarnos. En cualquier caso, lo mejor es comprar la entrada de visita y disfrutar de su bar mientras se curiosean las habitaciones, sobre todo las suites, con esculturas muy curiosas. Pero a la hora de dormir mejor ir a las habitaciones del resort invernal, de un precioso diseño escandinavo y mullidas camas, con balcones a la naturaleza salvaje del valle.

De hecho, la arquitectura nórdica del hotel se fusiona perfectamente con la naturaleza. Cuando estábamos tomando el té la tercera tarde, el personal del hotel bajó las luces y nos avisó que la aurora boreal se estaba viendo perfectamente al salir del hotel: fue estupendo aunque esta vez hacía falta el móvil para ver el color de la mayoría de ellas, a diferencia de la que vimos la segunda noche, que fue a ojo desnudo.

El resort ofrece también dos restaurantes en los que degustar ingredientes locales. Optamos ambas cenas por el restaurante Lavvu que representa en madera el diseño de una tienda Sami y que en el centro tienen una agradable chimenea. La primera noche cené unos raviolis de cangrejo rey de entrante y de principal reno al horno con peras, setas, puré de apio y salsa de arándanos rojos. La segunda empecé con col de Tangen al horno con queso Hovding Sverre, alubias blancas, berros y puré de mantequilla para seguir con un filete de fletán con espuma de masa madre, brócoli, avellanas y cebollas encurtidas que estaba exquisito.

Los desayunos son abundantes, también con ingredientes dulces y salados del lugar, destacando la máquina y masa para prepararse auténticos waffles noruegos, mucho más ligeros que los belgas y con forma de copo de nieve, que se pueden acompañar con mermelada natural de molte, las moras anaranjadas de toque ácido.

Finalmente el resort ofrece todo tipo de actividades a unos precios elevados de la que optamos por el  tour de "cazar" auroras que tampoco recomiendo: no vimos ninguna y pasamos un frío increíble. Mejor dad paseos con luz y de noche por la ruta indicada alrededor del río, que incluye tramos por encima del río congelado que dan algo de miedo. El frío es tenaz, a mi se me congeló el bigote ya que estábamos a menos 19 grados. Pero el paisaje y el silencio solo roto por el murmullo del agua valen la pena.

Tromsø

El último día lo pasamos en Tromso, la ciudad desde la que salía nuestro avión de vuelta. Paseamos por su calle principal en la que está su catedral, el edificio de madera más grande de Noruega. En una de sus plazas principales hay una estatua a Roadl Amundsen, pionero de la exploración polar. fue el primero en navegar el paso del noroeste en barco o en volar el polo norte. Se le homenajea porque en 1928 partió desde Tromso al rescate de un explorador italiano y nunca más volvió. 

Tras el paseo por el centro, donde nos llamó la atención el número de grandes tiendas de souvenirs de dudoso gusto, nos dirigimos hasta el Fjellheisen, al otro lado del fiordo. Es un teleférico que en pocos minutos os subirá a más de 500 metros para ver unas vistas increíbles de la ciudad, fiordo y montañas que la rodean. Cuando os heléis (porque arriba el frío es mucho más intenso), refugiaos en la cantina con vistas donde calentarse con un chocolate ardiendo.

Tras descender, paseamos por el tranquilo barrio de Tromsdalen hasta llegar a la moderna Ishavskatedralen o "catedral del Ártico", símbolo de la ciudad con su fachada triangular de 35 metros y techo de aluminio y cemento blanco. Sus formas se inspiran en las montañas que la rodean y los icebergs que a veces pasan por el fiordo. Simboliza la conexión entre naturaleza y espiritualidad.

Cruzamos el Tromsobrua a pie para seguir disfrutando del paisaje y volver al centro de la ciudad ya con hambre, aprovechando para dirigirnos a Mathallen, un restaurante noruego fusión maravilloso que tenía un espectacular menú del día de almuerzo con un lomo de skrei con col cremosa, hongos y mahonesa de mejillón. El skrei es un tipo de bacalao que se pesca entre enero y abril en el norte de Noruega. Se le considera "oro blanco" por su tierna textura y sabor. Estaba increíble.


Una de las cosas que más me ha impresionado de Noruega son sus paisajes y naturaleza salvajemente fría y blanca pero a la vez, verde y llena de vida. Estoy seguro que en verano es aún más bonita. Pero el frío que pasé en algunos momentos valió muchísimo la pena. Y también su gastronomía, que es excelente, quizá comparable al nivel de Japón. Estoy seguro que volveré para explorar el país en otros momentos del año y otros de sus rincones y sabores.

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