En 1992 el antropólogo francés Marc Augé publicaba el que sería más famoso de sus libros: Los no lugares: espacios del anonimato, cuyo título original era Non-lieux: introduction à une anthropologie de la surmodernité. Desde ese momento, el término "no-lugar" se convertiría en uno de los conceptos clave para estudiar la época contemporánea, no solo para la antropología, sino también para la geografía, la filosofía o la sociología.
Los "no-lugares" son todos aquellos sitios de transitoriedad que no tienen suficiente suficiente importancia para ser considerados lugares. En un sentido antropológico, son lugares aquellos sitios vitales o históricos, así como aquellos otros espacios donde nos relacionamos. En cambio, una autopista, la habitación de una cadena hotelera, un centro comercial o un aeropuerto son lugares circunstanciales, caracterizados por el pasar de individuos. Ni personaliza ni aporta identidad porque es difícil interiorizar su aspecto o componentes. Por ello, las relaciones y la comunicación que se dan allí son más artificiales. Lo que nos identifica es un billete de avión, un pasaporte o una tarjeta de crédito.
La persona no vive estos lugares, ni se apropia de ellos. Lo único que se crean son relaciones de consumo. Un lugar debe integrar lo antiguo y lo moderno. En los "no lugares" esto no ocurre. No son lugares de encuentro ni de construyen referencias comunes para grupos.
Por supuesto, un nómada, o cuanto menos, alguien con una cierta curiosidad intelectual no puede más que evitar a toda costa estos lugares. Personalmente los "no-lugares" que más evito son los centros comerciales o "malls" así como las cadenas de comida rápida. Quizá esto sea más fácil en Europa, siendo que en otros lugares, como América o determinadas ciudades del Sudeste Asiático sea más complicado evitar tener que ir de vez en cuando a un "no-lugar".
Alguien con un cierto interés o sensibilidad buscará siempre pasar el mayor tiempo posible en lugares cargados de humanidad, diseñados por humanos, a escala humana para la vida humana. A diferencia de los barrios antiguos, donde las calles son a escala humana, las tiendas son cada una un mundo y los restaurantes ofrecen comida de todo tipo, cocinada como siempre se hizo, los centros comerciales irradian frialdad. Diseñados por equipos de marketing, suelen estar hechos para que nos perdamos y recorramos la mayor distancia posible, con la iluminación medida, la música calculada y el número de bancos totalmente calculado. A diferencia de calles y plazas, que pertencen al pueblo, los centros comerciales son propiedad de un puñado de poderosos, y son un lugar privado, aunque se empeñen en imitar lo público, en ocasiones de forma obscena, como ocurre en Las Rozas Village de Madrid, Greenbelt en Manila o el Villaggio en Doha. En estos lugares, tristemente cada vez más frecuentados, no existe derecho a reunión ni manifestación, más allá de lo autorizado por sus dueños. La historia está totalmente ausente y todo está diseñado para vender. Los que te atienden no son propietarios, ni han diseñado la tienda ni casi conocen bien el producto. Les da casi igual. En estos "no lugares" las personas quedamos solitarias y anónimas, según Augé.
Aunque coincido básicamente con las teorías de este gran antropólogo, como curioso vocacional he de decir que uno ha de aprovechar cuando no tienen más remedio que pasar unos minutos o unas horas en estos "no lugares" para agudizar más si cabe su mirada y disfrutar con las pequeñas cosas que humanizan estos sitios tan fríos. Porque al fin y al cabo, somos humanos los que frecuentamos estos lugares y al final, nuestro toque se nota. Eso sí, hay que hacer mucho más esfuerzo que en los lugares para notarlo. Por ejemplo, no será lo mismo parar a repostar en una gasolinera de La Mancha castellana, donde nos atenderá una cotilla mascadora de chicle y donde podremos comernos un bocadillo de jamón serrano y queso manchego; que hacerlo en otra de los alrededores de Khao Yai, donde una tailandesa tímida nos ofrezca agua caliente de un termo rosa para preparar nuestro bote de tallarines picantes con gambas desecadas. Por mucho que ambas gasolineras sean de la Shell.
Al final uno tiene que disfrutar de cada momento, esté en el lugar en el que esté. No negaré que me es mucho más agradable tomarme un café en la place de la Contrescarpe que en el Dolphin Mall. Ni que mis sentidos se excitan mil veces más escuchando música en cualquier bar de Lapa antes que en la discoteca Republiq. Seguro que me he sentido más especial durmiendo en el Hotel Tántalo que en el Marriott Beijing West. O que pasear por la calle Fuencarral me es mucho más satisfactorio que hacerlo por el Centro Comercial Gran Turia. Pero aún así, he sabido exprimir al máximo cada mometo y apreciar las peculariades que esos "no lugares" tienen. Porque al final, nuestra voluntad y curiosidad puede llegar a ser tan fuerte, que transforme esos "no-lugares" en lugares de pleno derecho.
¡Bravo! ¡Me ha encantado!
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