2019 fue un año menos sedentario que 2018: mantuve mi apuesta por la oposición y en diciembre la aprobé. Y lo mejor es que durante el principio lo pude combinar con la realización de varios viajes de placer y por trabajo. Y al acabarla a principios de diciembre, pude también hacer dos viajes durante ese mes. Y no sólo por Europa: también volví al continente africano, americano y a Oriente Próximo. El año empezó en Valencia, algo ya de por sí extraño en mis últimos años, pero es que tenía la lectura de mi cuarto examen de la oposición al que llegaba por primera vez. Pero lo suspendí. Eso supuso un golpe personal duro, porque tiró por tierra todo el esfuerzo de un año y medio de estudios. Si quería seguir en la oposición me tocaba empezar desde cero. Desde el primer examen. Agotado mentalmente, necesitaba despejarme para volver a afrontar la rutina del estudio. En febrero hice una fugaz visita a Barcelona por trabajo y luego, gracias a un amigo pude irme dos semanas de febrero a descubrir Sudáfrica, un viaje de ocio que me ayudó a recargar pilas. Allí descubrí el país más desarrollado del continente y dos de sus tres capitales: Johannesburgo y Ciudad del Cabo, incluyendo maravillas naturales cercanas, desde gigantescas cuevas hasta la única reserva de pingüinos salvajes fuera del Polo Sur.
A las pocas semanas, en marzo, volví a combinar trabajo y estudio, lo que me sirvió para despegar y volver a encarar la oposición con fuerzas e ilusión. Pasé a vivir unos meses en Ammán, la bulliciosa capital jordana. Y aproveché no solo para descubrir sus diferentes barrios sino también para recorrer algunos puntos claves del Reino Hashemita: el mar muerto, Madaba, el monte Nebo, Aqaba y sobretodo, la ciudad perdida de Petra y el desierto rojo de Wadi Rum, donde pasamos una noche con los beduinos. Además, durante una semana, crucé por la frontera terrestre al vecino Israel y a los territorios ocupados de Palestina. Allí me quedé fascinado con las tres ciudades que visité: Belén, Tel Aviv pero sobretodo, Jerusalén, una ciudad sin igual.
En junio volví a Montenegro, país que había visitado un invierno. En verano es totalmente diferente. Fui por la boda de dos grandes amigos del Colegio de Europa y aproveché para disfrutar de las calas rocosas y pequeños pueblos de la preciosa bahía de Kotor. No hay nada en el mundo que supere la luz, olores y ambiente del Mediterráneo en el mes de junio.
Desde ese viajé me encerré entre Valencia y La Canyada a estudiar como un loco excepto durante el mes de noviembre que lo pasé en Madrid preparándome para el cuarto examen de la oposición, tras haber aprobado (de nuevo) los tres primeros.
No fue hasta que hice la lectura de mi cuarto examen a mitad de diciembre que me volví a subir en un avión, esta vez para cruzar el charco de nuevo y volver a una de las ciudades en las que viví durante mis veinte: Miami. Para la boda de otro amigo y para reconciliarme con una ciudad de la que no pude despedirme bien. He de decir que la ciudad está más bonita que nunca. Aunque era invierno, disfrutamos de una temperatura muy agradable. Coral Gables, Wynwood, la pequeña Habana y sobretodo South Beach estaban más bonitos que nunca.
Desde Miami, y para visitar a otro amigo, me adentré por primera vez hacia el oeste de los Estados Unidos de América, concretamente al rico Texas, donde descubrí tanto su capital, Austin, como la ciudad de San Antonio (y las huellas del Imperio español) y el pueblo de Fredericksburg, muestra de las migraciones germanas. Quedé fascinado del dinamismo texano y del orgullo de los habitantes del estado de la estrella solitaria. Nunca olvidaré mi visita al Capitolio texano en Austin, pues fue inmediatamente después de enterarme de que había aprobado la oposición. Mi vida cambió en ese instante.
Finalmente, los últimos días de 2019 los pasé en la antigua República Veneciana, hoy región italiana del Véneto, específicamente entre las ciudades de Venecia y Padua, entre amigos, buena comida y mucha arquitectura y obras de arte. Italia nunca cansa.
2020 tiene pinta de ser más viajero que 2019 pero con una salvedad: menos nómada. Parece que empiezo una nueva década poniendo punto y final a estos diez años de locura nómada, en la que no he durado en ninguna ciudad viviendo más de diez meses seguidos. Una década en las que más de 300 vuelos me han llevado a descubrir diferentes rincones de los 62 países que hasta ahora he tenido la suerte de visitar (o vivir en ellos). Parece que vuelvo a Madrid, curiosamente la ciudad en la que empecé la pasada década, y allí me instalaré por muchos años. Todo indica que se acabó el nomadismo, y esta vez parece que para siempre. En cualquier caso, seguiré viajando en cuanto pueda, porque la pasión de conocer el mundo nunca desaparece del todo. Y lo seguiré contando por aquí.
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