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dimarts, 20 d’agost del 2024

Santa Ana de los Ríos de Cuenca

Una ciudad antigua pero moderna

Cuenca, o mejor dicho, Santa Ana de los Ríos de Cuenca, es la tercera ciudad del Ecuador. Cuenta con uno de los centros históricos mejor conservados de la época virreinal en Sudamérica y así lo reconoció la UNESCO, añadiéndolo a su listado de patrimonio de la humanidad. Y por eso estaba en mi radar. No podía faltar en mi periplo ecuatoriano. Y lo cierto es que me sorprendió, no solo por sus calles limpias y su clima más agradable, sino también por sus tranquilos habitantes que la hacen más agradable que la capital Quito o la bulliciosa y ahora peligrosa Guayaquil.

La ciudad está enclavada en un valle de la cordillera de los Andes, al sur de Ecuador y fue fundada en de conformidad con la estricta normativa urbanística promulgada por el emperador Carlos V. El trazado urbano de la ciudad se sigue ajustando al plan ortogonal establecido 400 años atrás. En el centro histórico, además de sus edificios coloniales, también hay otros de la etapa republicana, que se mezclan de forma armónica, especialmente en la plaza más importante de la ciudad, la Calderón, donde se encuentran tanto la catedral vieja (desacralizada y de la época colonial) como la nueva (ya construida tras la independencia). Por operatividad, decidimos quedarnos en un hotel de dicha plaza: muy cómodo en términos de localización, pero incómodo por los ruidosa que es la plaza (tráfico, personas, músicos y, de noche, fiesteros por un lado y los pitiditos persistentes de los semáforos para personas con discapacidad auditiva, por otro).

La Cuenca prehispánica

Una visita en orden cronológico os llevará primero a las antiguas ruinas incas. Sin embargo, antes de su fundación, estas tierras ya fueron habitadas por otras culturas, destacando los cañari, que llamaron a este valle "Quanpondelig". El imperio Inca llegó cientos de años después para construir la ciudad de Tomebamba. El parque arqueológico que forma parte del Museo del Banco Central "Pumapungo" muestra estas enormes ruinas de la antigua ciudad inca. Y aunque solo se pueden ver sus cimientos, ya que el resto de sillares los usaron los castellanos en la ciudad colonial, sigue siendo impresionante. Estas ruinas forman parte del Qhapaq Ñan o sistema vial andino, la vasta red viaria de unos 30.000 kilómetros construida por los incas para facilitar las comunicaciones, los transportes, el comercio y la defensa. omebamba llegó a ser la segunda gran ciudad del Tahuatinsuyo tras su capital, Cuzco. Aquí nació el emperador Huayna Capac, por ejemplo. 

Sus jardines son preciosos para admirar la extensión de la antigua ciudad y además cuentan con cultivos tradicionales andinos como la quinoa, así como con un centro de recuperación de aves tropicales. En el edificio brutalista del museo, además, hay arte contemporáneo en la primera planta y dioramas de las diferentes culturas y del Ecuador en la segunda, incluyendo representaciones de viviendas tradicionales: ganaderos de las llanuras, afrodescendientes de la costa o indígenas de la sierra y el Amazonas, destacando las cabezas (reales) reducidas de guerreros de la cultura shuar. El acceso al museo y las ruinas es gratuito, así que no tenéis excusa.

La Cuenca virreinal

En 1532, los cañaris, hartos de la opresión inca, se aliaron con los castellanos recién llegados facilitándoles la anexión de la ciudad a su Corona. Y ya en 1557 se fundó la actual Cuenca por orden del Virrey del Perú. El centro histórico actual es resultado de ello. Uno de los restos más bonitos de esa época es el puente roto: pese a que una riada se llevó la mitad del mismo, la otra mitad aún ofrece sus bellos arcos y en el tramo que queda se siguen celebrando agradables ferias de arte todos los sábados. Además, pasear a lo largo del río es muy agradable. Cuenta con un carril bici y en sus márgenes hay cafeterías y restaurantes a la última.

Podéis empezar el recorrido por el centro por la agradable plaza de San Sebastián, antigua plaza de toros de la ciudad, ahora con cafeterías y librerías. Luego seguís por la plazoleta del Carmen, con su colorido mercado de flores, maravillosa de día y de noche.

Pero es la plaza Calderón, antes mencionada, la auténtica protagonista, donde la ciudad se encuentra en su cuidado jardín vallado, con la imponente catedral nueva de 1885 y sus enormes cúpulas de azulejos azul celeste. Por dentro impone, ya que es de las más grandes del continente y caben hasta 9.000 fieles sentados. La catedral original de la época virreinal está en frente y es mucho más pequeña. Ahora está desacralizada y se puede visitar como museo.

Cuenca contemporánea

Cuenca vivió una nueva época de esplendor en el siglo XIX gracias a sus exportaciones agrícolas e industriales, llenándose de majestuosos edificios afrancesados del llamado estilo "republicano" tan popular en las repúblicas americanas. La alcaldía de Cuenca es un bonito ejemplo.

Una forma agradable de ver el resultado de esa mezcla de estilos en su casco histórico y de paso acercarse a otros barrios más alejados es tomar el bus turístico que sale cada media hora de la plaza Calderón y subirse a su segundo piso sin techo. Para tener una panorámica de la extensión actual de la ciudad, nada mejor que parar donde el mirador del Turi, y entrar al puente de cristal. Está algo lejos pero el autobús turístico os lleva.

La ciudad avanza hacia la modernidad poco a poco pero sin pausa. Sus modernos tranvías dan una pátina de avance urbano, así como la preciosa recuperación de sus ríos como parques públicos limpios, agradables y seguros. Gente de todo el mundo acude a instalarse aquí, atraída por el nuevo empuje del turismo. Y eso se refleja en nuevos restaurantes y cafeterías que sirven productos de gran calidad. Nosotros conocimos a una pareja de chicas marroquíes que salieron de su país para poder vivir su relación sin riesgo para su vida. Una trabaja en una cafetería excelente, Nana Coffee, donde sirven uno de los mejores cafés que hemos probado en el mundo (así como postres caseros de rechupete); y la otra en el restaurante la Mabue, con unos platos de la costa ecuatoriana (como la tonga manaba, con ingredientes de altísima calidad y una sazón de diez); o una familia colombiana con su buenísimo restaurante que llegaron a Cuenca buscando un futuro mejor: Moliendo Café. Sus almuerzos de 3 dólares son excelentes aunque con poca cantidad de carne.

Si queréis comida tradicional local, Guajibamba es un excelente lugar para probar el seco de chivo, un guiso de carne de cabrito macerada en vinagre que se sirve acompañada de arroz, aguacate y maduro; y una salsa de ají, huacatay y cilantro. Otro imperdible es Raymipampa, el plena plaza Calderón, siempre abarrotado de locales y no es por casualidad. Sirve platos tradicionales de todo Ecuador y de la ciudad, destacando el típico, un plato de Cuenca que lleva filete de cerdo, morcilla, mote pillo y mote sucio. El mote pillo es maíz maduro cocinado con huevo y el sucio, con manteca negra, guarniciones habituales en las mesas de Cuenca. La merienda cuencana es en la icónica chocolatería Dos Chorreras, algo kitch, pero con chocolates calientes tradicionales del país, además de dulces típicos de la ciudad (e internacionales también).

Finalmente, el restaurante cool es Tar Tar. El corviche, la guatita de mariscos o el piracucú del Amazonas con meloso de camarones son excelentes. Por no hablar de sus tartares, de enorme calidad. Y el servicio y ambiente, de diez.

En definitiva, Cuenca es una gran sorpresa, perfecta para dos o tres días de agradable turismo urbano. Se puede llegar a la tercera ciudad ecuatoriana ya sa en avión desde Quito o Guayaquil o con autobuses o en coche desde el resto de lugares del país.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Típico con mote pillo y mote sucio en Raymipampa.

Tonga manaba en La Mabue.

Beber

Café ecuatoriano en NaNa Coffee.

Canción

San Juan Bonito de Los Incateños.

diumenge, 11 de desembre del 2016

Cuenca

La ciudad de las casas colgadas

Siempre había tenido ganas de visitar Cuenca, una ciudad que he pasado de largo muchísimas veces, en mis múltiples idas y venidas entre Madrid Valencia. Así que, aprovechando la visita de un amigo panameño a Europa, decidimos parar en nuestro trayecto desde Valencia a la capital española, llegando en AVE a Cuenca. Praderas tapizadas de trigo de amarillo brillante nos recibieron. La estación, casi fantasma, está en mitad de la nada. Nos montamos en el bus urbano que conecta con la ciudad, bastante alejada. Paramos en la estación central de autobuses para dejar nuestro equipaje en las taquillas y nos dispusimos a subir hasta el centro histórico, la llamada ciudad histórica amurallada, toda ella declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Pasamos por el tranquilo parque de San Julián, dejando atrás el elegante Palacio de la Diputación hasta llegar al río Huécar, cruzarlo y penetrar la muralla de Cuenca por la empinada calle Alonso de Ojeda. Aunque hacía mucho calor, la belleza de las calles de la zona antigua de la ciudad compensaba el gran esfuerzo que suponen las enormes cuestas en verano. Subimos las escaleras de la calle Caballeros y siguiendo para arriba admiramos las coloridas fachadas de la calle Alfonso VIII hasta pasar los bonitos arcos y entrar a la bella Plaza Mayor, con la fachada de la Catedral de Santa María y San Julián presidiéndola, una de las primeras catedrales góticas de Castilla. Seguimos caminado por la calle Obispo Valero, bajando por la calle Canónigos hasta toparnos con la entrada al museo de arte abstracto que albergan las casas colgadas. Seguimos bajando para ver las bonitas fachadas de las mismas, auténtico símbolo de la ciudad, que presiden la increíble hoz del Huécar. Datan del siglo XV y hoy en día apenas quedan tres, que están restauradas.

Cruzamos el metálico puente de San Pablo, desde el cual se toman las mejores fotos de las casas colgadas. En este puente lo pasarán ligeramente mal aquellos que sufran de vértigo. Instalado en 1903, substituyó al antiguo puente de piedra, que se vino abajo en 1895. Seguimos paseando hasta el bonito parador de Cuenca, situado en el antiguo convento de San Pablo. La modernidad se fusiona con la historia de este antiguo edificio creando diferentes salas de gran belleza, en especial el antiguo claustro de estilo renacentista plateresco, ahora acristalado. 

Volvimos a cruzar el puente y remontamos hasta la torre Mangana, pasando el moderno Museo de la Ciencia. La susodicha torre parece más propia de la Toscana que de la meseta castellana. Está construida sobre el solar del antiguo alcázar árabe. Es aquí donde empezó la historia de Cuenca, ya que la fundaron los árabes como ciudad fortificada con fines defensivos durante el Califato de Córdoba. Una vez conquistada por el Reino de Castilla en el siglo XIII, Cuenca se convirtió en ciudad real y sede episcopal.

El Museo de Arte Abstracto Español

Como se acercaba la hora de comer, bajamos por el paseo del Huécar hasta la calle de los Tintes otra vez para comer en la Posada Tintes, recomendados por una amiga. Entre semana os intentarán colar el menú degustación pero no merece la pena. Preguntad por el menú del día, que por muy buen precio podréis degustar platos conquenses caseros como el ajoarriero que pedimos de entrante, una especie de puré cremoso a base de bacalao, patata, huevo, aceite y ajo que se come untando en pan. Después nos llegó una jugosa y tierna ternera asada y de postre un casero flan de huevo.

Remontamos de nuevo hasta llegar a las casas colgadas, pasando un terrible calor, típico de la meseta castellana en verano, hasta alcanzarlas. Actualmente albergan el Museo de Arte Abstracto Español. Agradecimos mucho el aire acondicionado. A través de las diferentes estancias de las antiguas casas, podremos admirar obras que recorren los principales artistas abstractos españoles. Este museo se fundó gracias a la iniciativa conjunta del pintor abstracto filipino Fernando Zóbel de Ayala, miembro de la poderosa familia Ayala y de Gustavo Torner, artiste conquense. A finales de los años 60 el museo abrió sus puertas exponiendo una docena de obras. En 1980, la Fundación Juan March se hizo cargo de los fondos y de la gestión del museo, que se amplió notablemente. Actualmente acoge desde esculturas, pinturas y grabados hasta creaciones audiovisuales y grabaciones abstractas, acogiendo la exposición permanente a más de treinta artistas españoles entre los que destacan Eduardo Chillida o Antoni Tàpies.

Dejamos Cuenca con muy buen sabor de boca. Me gustó mucho más de lo que esperaba y me gustaría volver, quizá en primavera o en otoño, ya que el calor de principios de julio se hizo un poco pesado. La ciudad combina gran belleza medieval con rincones muy cosmopolitas, como el interior de las casas colgadas, además de estar rodeada por un paraje natural de gran belleza, como las hoces de los ríos Júcar (para los valencianos Xúquer) y Huécar. Espero poder volver para entrar a la catedral y explorar sus alrededores, especialmente la Ciudad Encantada.