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diumenge, 12 d’abril del 2020

Documentales de gastronomía y viajes

Para mí, e imagino que para muchos de vosotros, la gastronomía es una parte esencial en cualquier viaje. Descubrir los ingredientes y recetas locales, las maneras de comer, los sabores de cada cultura y sus diferentes estaciones y festivos, son un elemento imprescindible en mi descumbrimiento de nuevas ciudades, pueblos y regiones. 

Escribo esta entrada tras un mes de cuarentena por la crisis del Covid-19, por lo que ahora se me hace complicado descubrir todo eso. Y solo nos queda optar por las nuevas tecnologías para seguir aprendiendo y de paso planeando futuros viajes y sabores que querremos descubrir cuando hayamos superado esta pandemia. Mis recomendaciones son las siguientes:

Michael Pollan & Alex Gibney Discuss the Making of the ...Cooked (Netflix)

Cuatro capítulos recorren la historia de las técnicas culinarias a través de cada uno de los elementos que intervienen en las diversas formas de cocinar: fuego, agua, aire y tierra. El presentador, Michael Pollan, recorre cuatro culturas para entender como la historia de la cocina ha sido clave en las mismas, y las compara con maneras de cocinar en los EE. UU. El capítulo de fuego vuelve a los orígenes de la cocina, donde lo más sofisticado era asar la caza en la hoguera. Aquí compara las barbacoas bajo tierra de aborígenes australianos con las del sur de los Estados Unidos. El dedicado al agua avanza el descubrimiento de los envases que resisten al calor y la posibilidad de hacer guisos que ello conllevó. Ahora compara platos de la India con guisos caseros del melting pot norteamericano. El del aire narra la historia del pan, detallando la importancia de las técnicas culinarias que permiten atrapar bolsas de aire dentro de alimentos y como ello crea nuevos sabores. Y en el mismo explora tradiciones de Marruecos y técnicas en panaderías artesanales norteamericanas. Finalmente, el último capítulo se dedica al elemento tierra donde explora la fermentación de los alimentos y la aparición gracias a esta técnica de quesos, licores o el chocolate, recorriendo para ello el Perú y algunas granjas ecológicas del medio oeste. Muy instructivo y tal vez el más serio de los que aquí recomiendo. 



'Somebody Feed Phil' Is the Show We Need in a Post ...Somebody feed Phil (Netflix)

El productor y presentador Phillip Rosenthal recorre varias ciudades del mundo para descubrir sus secretos culinarios mejor guardados. Mezcla el género documental con el cómico. Rosenthal hace amigos en cada ciudad, o a sus familiares allí, sin dejar de gastar bromas, y nos presenta desde pequeños puestos callejeros y tiendas de barrio hasta grandes chefs. Siempre desde un punto de vista de sus acompañantes residentes en dicha ciudad. Cada capítulo acaba con una llamada a Skype (real) que hace a sus ancianos padres desde la ciudad en la que se encuentre rodando el episodio. Muy entretenido, muy instructivo, muy gracioso y sobretodo, excelente para descubrir o redescubrir ciudades gastronómicamente desde los consejos de sus habitantes. El episodio más profundo es el dedicado a Tel Aviv, ya que Rosenthal es judío, y por tanto es en el que más se implica. Actualmente cuenta con dos temporadas con seis ciudades cada una, pero el pasado junio, Netflix ya firmó con él una tercera.


The Soy Sauce Whisperer | Mai Sushi
Salt Fat Acid Heat (Netflix)

Samin Nosrat, chef, presentadora y escritora, convierte en documental su premiado libro y recorre cuatro regiones del mundo a las que dedica cada uno de los cuatro capítulos de esta serie, centrados en los cuatro grandes elementos clave para conseguir un plato delicioso. El primero gira entorno a la grasa y su importancia, y para ello viaja al norte de Italia, visitando restaurantes, tiendas, granjas y fábricas artesanales para redescubrir el aceite de oliva, el queso parmesano y la carne de cerdo. En el segundo pone el foco en la sal, y nos lleva a las regiones centrales de Japón, donde aprenderemos más sobre la sal marina, la salsa de soja y sobre el miso. El tercer capítulo explora el poder transformador de los ácidos y para ello se va al Yucatán para saborear las naranjas agrias, las salsas o la miel maya. Finalmente, en el último capítulo, Nosrat vuelve a su casa en California para resaltar la importancia del calor en la aparición de nuevos sabores. Allí visita el restaurante Chez Panisse, donde tuvo su primer trabajo, y además prepara una receta iraní con su madre en su cocina. Un documental muy personal, lleno de datos y consejos de cocina y muy intesante desde el punto de vista viajero (sobretodo los tres primeros capítulos).

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Prometo actualizar esta entrada a medida que descubra nuevos documentales de este tipo en HBO, Amazon Prime y en otras plataformas según los descubra. Espero que os den muchas ideas para cuando podamos volver a viajar. 

dissabte, 28 de març del 2020

Tokyo muy barato

Donde ciudad pasa de sustantivo a verbo

Tokyo, una de las grandes urbes globales, destino soñado por millones de turistas, es a menudo evitada, no sólo por su lejanía, sino también por la falsa percepción de ser una ciudad de precios prohibitivos. Respecto a la distancia, es cierto que es difícil encontrar vuelos ida y vuelta desde Europa a la capital japonesa por menos de 500 euros. Pero una vez allí, la depreciación del yen unida a la deflación que vive Japón, han convertido a este destino, tradicionalmente caro, en uno relativamente barato.

Para que os animéis a vistar la capital del sol naciente, os propongo un recorrido básico por los barrios tokiotas sin apenas rascarnos el bolsillo. Lo primero de todo es optar por el transporte público. De hecho, la mayoría de destinos más atractivos de la ciudad están cerca de una de las paradas de la Yamanote Line, línea circular de la compañía JR East. Así que un abono de varios días saldrá más que rentable.

La cultura japonesa es tan fascinante, y su capital es tan sorprendente, que simplemente por pasear por cada uno de sus rincones ya habrá valido la pena el largo vuelo. Hay tanto que hacer, y muchas veces gratis, que no os aburriréis. De hecho, para el visitante, Tokio no le parecerá una simple ciudad, sino más bien una colección de ciudades.

Además, los amantes del shopping, tenéis que saber que en Tokyo no pagaréis IVA. En muchas tiendas os harán el descuento en caja tras enseñar el pasaporte (tras precintaros la compra que no podréis abrir hasta abandonar el país). En otros casos, el impuesto se os devolverá en el aeropuerto. Para tiendas muy baratas donde encontrar de todo, no podéis dejar de visitar alguna de las sucursales de los grandes almacenes Don Quixote, donde encontrar desde snacks japoneses a cientos de souvenirs, pasando por ropa de todo tipo, electrónica, electrodomésticos y objetos del hogar increíbles o incluso artículos de lujo originales de segunda mano (desde bolsos y billeteras Vuitton a pañuelos Hermès o bolígrafos Montblanc). Y todo al mejor precio y sin impuestos (te los descuentan al enseñar el pasaporte).

Mi barrio: Ebisu (y al lado, Meguro)

En este recorrido empezaré por Ebisu, barrio en el que yo viví durante 6 meses, en verano y otoño, únicas estaciones en las que he conocido el país del sol naciente. Barrio tranquilo, muy zen, con restaurantes pequeños y excelentes. A pesar de que vive gente con un poder adquisitivo más alto que la media del país, el barrio cuenta con alternativas no especialmente caras. El nombre del barrio viene de la antigua cervecería Yebisu, que ahora es una gran multinacional que mantiene su sede aquí. Podéis visitar gratis su museo de la cerveza. En ese mismo complejo, el Yebisu Garden Place, encontraréis restaurantes para todos los bolsillos, mercadillos de productos ecológicos los domingos y una copia de un chateau francés presidiéndolo todo.

Alrededor de la parada "Ebisu" recomiendo el animado Ebisu-yokocho (una galería que imita el Japón de principios de siglo con puestos que sirven cada uno su especialidad y mesas hechas de cajas de cerveza). También el moderno y cool Afuri, local de ramen cuya especialidad, el yuzu-shio, es uno de mis ramen favoritos en Japón, preparado al momento con una base de cítricos (menos de 7 euros). No muy lejos está la heladería Ouca, con helados artesanales, destacando el de té matcha, el de sésamo negro, el de alubias o el de boniato morado. También ofecen sabores según ingredientes de temporada. En verano tenían el de sandía y el de melocotón (este último espectacular) y en otoño el de caqui y de calabaza. Espero volver en invierno y primavera. También hay un bar de gatos, del que ya os conté aquí.

Al lado estaba Meguro, cuya parada de metro a veces también utilizaba. Este barrio cuenta con un canal precioso, el Naka-Meguro-Gawa, en el que ver los cerezos en flor. Espero volver a Japón en febrero para poder disfrutar de ello. No obstante, cualquier época es adecuada para pasearse por Naka-Meguro y curiosear en sus tiendas de segunda mano, de gran gusto, y sus lounges casi secretos, nada caros tampoco. Para comer, cerca del metro "Meguro" podéis optar por el Tonki, con platos de tonkatsu preparados delante tuyo, por menos de 15 euros.

Shibuya o el Tokyo que todo occidental tiene en la cabeza

Frente a la tranquilidad de Ebisu y Meguro, a un par de paradas de la Yamanote, tenemos Shibuya, uno de los barrios más frenéticos de la capital. Aquí se encuentra el famoso cruce de Shibuya, un gigantesco conjunto de pasos de cebra, que es la imagen que la mayoría de occidentales tienen de Tokyo antes de visitarla. Es cuando uno se ve rodeado de pantallas gigantes de anuncios con sonido, neones y de más de mil personas cruzando en todas direcciones donde cobrará sentido lo que dijo la arquitecta Mori Tokisho de que es en Tokio donde uno comprende que "ciudad" es un verbo y no un sustantivo. Para poder admirar este río de gente sin tanto agobio, y gratis, subíos a la gran cristalera que tiene el Starbucks en su primer piso. También merece la pena subir hasta los últimos pisos del Shibuya Hikarie, un rascacielos de 34 pisos, desde el que observar las decenas de pantallas desde las alturas, además de curiosear por las tiendas y galerías de arte del octavo piso, como la de Tomio Koyama, de acceso gratuito.

En una de las salidas de la estación de metro "Shibuya" se encuentra la famosa estatua de Hachiko, el perro que recibía cada día en la estación a su amo, un profesor. Cuando este falleció en 1925, durante diez años más Hachiko continuó su costumbre de acudir a la estación, hasta que el perro también murió. Los vecinos quedaron tan impactados con la lealtad de este perro que promovieron levantar una estatua del mismo, el el exacto lugar y en su posición de espera, para que nunca se olvidara su historia. Y allí sigue, con ofrendas florales y largas colas de adolescentes y turistas para hacerse la preceptiva foto. Dentro de la estación, antes de los tornos, también se puede admirar preciosas obras de arte, como "el mito del mañana" de Okamoto. Si ya son las cinco de la tarde, en el Food Show del sótano de la estación encontraréis todo tipo de deliciosa comida para llevar, con muchas cajas "bento" con descuentos, ya que solo venden lo del día. Si os apetece algo caliente, nada mejor que los ramen o soba de Sagatani: por menos de cinco euros os llenaréis con un buen bol y una bebida. Abre las 24 horas.

La calle principal de Shibuya, cerrada al tráfico, está siempre hasta la bandera de grupos de amigos,  sea la hora que sea, que acuden a sus locales de comida rápida y tiendas de cualquier cosa, así como  a sus enormes centros de recreativos. Entrad en alguno de estos últimos para probar alguno de sus futuristas videojuegos, máquinas recreativas, zonas de ganchos con peluches de premio y sobretodo sus fotomatones "purikura", donde podréis retocar digitalmente las fotos, añadirle elementos y tener luego dos copias impresas como recuerdo.

Al oeste del barrio, donde os animo a ir con un paseo tranquilo, alejándose de las masas, descubriréis curiosidades como centenarios templos de madera encajados en futuristas rascacielos, bares de perros o la mejor izakaya en la que he estado: Shirube Shimokitazawa. Muy animada, llena de familias japonesas con los peques mezcladas con turistas extranjeros, cuenta con su cocina en el centro del local, rodeada por una cómoda barra, donde os sentaréis. Es el lugar perfecto para una cena informal. Excelente ambiente y sobretodo, inolvidables tapas, especialmente la de filete de caballa flambeado. Si sois dos o más y compartís tapas, no os gastaréis más de 20 euros por cabeza.

Snobismo japonés

Pasamos a los barrios centrales de la ciudad: Marounochi y Ginza, los más caros tanto para alojarse como para comer. Aún así, cuentan con atractivos a coste cero. Empezando por el palacio y jardines imperiales, en Marounochi, que imperdonablemente no visité ya que hay que reservar por adelantado (a coste cero). También vale la pena la estación de Tokyo (sobretodo si os gusta la arquitectura del XIX). El resto de Marounochi son altos rascacielos con las sedes de varias de las principales multinacionales japonesas. Por tanto, los fines de semana es una zona bastante muerta.

En cambio, Ginza es mucho más animado. Este es el barrio snob de la ciudad, el equivalente al passeig de Gràcia o la Quinta Avenida. De hecho, los fines de semana, su gran avenida de Chuo-dori se cierra al tráfico, por lo que bulle con todo tipo de ávidos de shopping, y permite disfrutar de las curiosidades arquitectónicas que las principales firmas disponen para atraer la atención. Además de curiosear en los escaparates de las flagship stores, también podréis entrar gratis en galerías de arte como la Ginza Graphic Gallery, centrada en carteles publicitarios o la Shisheido Gallery, donde esta popular marca de cosméticos japoneses también ofrece un curioso café, un restaurante con recetas únicas y una galería de arte experimental, inlcuyendo los bonsáis inflables. El edificio Sony exhibe las últimas novedades de la marca y se pueden probar gratis (incluyendo una amplia sección para jugar a las PlayStation). Para comprar ropa barata pero de altísima calidad y buen diseño optad por la gran sucursal de Uniqlo en Ginza: once plantas y algunas colecciones que solo se venden aquí.

Tampoco os podéis perder el Kabuki-za, el elegante gran teatro de kabuki, el arte escénico por excelencia de Tokyo. Como una obra entera de kabuki dura cuatro horas y tampoco os enteraréis de mucho, la opción más barata es acercarse a las taquillas a partir de las seis de la tarde para comprar alguna de las entradas parciales en el gallinero, por menos de 8 euros, por las que podréis ver media hora de representación. Llama la atención como el público, de forma individual, anima o alaba a los actores a grito pelado.

Es obvio que ambos barrios cuentan con excelentes restaurantes que tuve la suerte de probar. Pero para este post baratero me limito a recomendaros tres opciones. Una es la Tokyo Ramen Street, donde ocho cadenas de ramen tienen minúsculas sucursales en un sótano de la estación "Tokyo" de JR. Enormes boles de diferentes tipos de ramen por menos de 8 euros. La otra recomendación es el Ore-no-dashi donde probar platos de comida kaiseki (alta cocina) por menos de 4 euros el plato. Eso sí, se comen de pie. La última opción es el depachika de Mitsukoshi, el mejor del país. Los depachika son los sótanos de los grandes almacenes, siempre dedicados a la comida. En Mitsukoshi, esto se eleva a la categoría de arte, con frutas paradisíacas, bentos que da pena comerlos y pasteles que parecen joyas. Su fantástica terraza ajardinada, con mesas, sillas y parasoles abiertas al uso de cualquiera, así como una gran pradera arbolada, permite degustar todo lo que hayáis comprado rodeado de rascacielos, pero en calma. A partir de las cinco de la tarde, la mayoría de productos bajan de precio.

Pescado y té

Al sur de Ginza tenemos Tsukiji, barrio a orillas del Sumida-gawa. Nada como desayunar en su lonja de pescado. Madrugad para ver como descargan pescado fresco y congelado llegado tanto de la bahía como del resto del planeta y como las subastas van que vuelan. Aquí se vende el 90% del pescado que consume la ciudad. El olor a pescado es profundo y, en el mercado antiguo, había que tener cuidado que alguno de los limpiadores no nos empape de un manguerazo. Aún así, valía la pena pasearse por los larguísimos pasillos y ver las diferentes delicatessen en los puestos. Era una delicia degustar alguno de los atunes más grandes (los hay de más de 400 kilos), que cortados frescos en sashimi están deliciosos. También se preparan en gigantescos sushis, y con dos piezas habréis saciado el apetito. El nuevo mercado tiene pasarelas de cristal por las que observar la actividad, pero ha perdido el encanto del antiguo, donde uno se podía mezclar entre los lugareños. Eso sí, la visita sigue siendo gratuita.

La otra gran atracción del barrio es el parque Hama-rikyu Onshi-teien, uno de los jardines más bonitos de la ciudad. Se trata de los jardines del antiguo palacio sogunal (hoy destruído). Se paga una entrada de algo más de 2 euros pero vale la pena. Además, en el centro de su gran estanque de patos se mantiene un sereno pabellón de té, cuyo servicio (té y dulce) no supera los cinco euros. Perfecto para alejarnos del bullicio de la metrópolis sentados en sus suelos de madera.

Tradición y consumismo

Seguimos por Harajuku, el barrio donde se concentran los diseñadores promesa de la moda japonesa, pero también enclave del principal santuario sintoísta de Japón. Si empezamos por su vertiente más espiritual, es de visita obligada el santuario Meiji-jingu y su enorme parque que le rodea. Tras caminar un largo camino bordeado de centenarios cipreses taiwaneses, llegaréis a un conjunto de barricas a uno y otro lado del sendero, apiladas en enormes estanterías a varias alturas. A un lado, hileras de barriles de sake y al otro, de vino de Borgoña. Ofrendas para que la industria del sake prospere y de la región de Borgoña como símbolo de la amistad entre Japón y Francia. Estas ofrendas son otra muestra de la internacionalización que trajo la Restauración Meiji, cuando las fronteras fueron abiertas al exterior y se permitieron productos extranjeros. Además, el vino de Borgoña le gustaba mucho al emperador Meiji. Tras pasar el un enorme torii de madera y cobre, decorado con crisantemos (símbolo de la familia imperial), accederéis al santuario dedicado al emperador Meiji y la emperatriz Shoken. Aquí son frecuentes las bodas sintoístas, por lo que si lo visitáis un fin de semana es muy probable que podáis asistir a una. El resto del gigantesco jardín contiene decenas de bellos rincones y senderos tranquilos. Todo gratis.

La parte más materialistas de Harajuku la encontramos, por un lado, en Omote-sando, un elegante bulevar donde las principales marcas de moda se alternan, tanto las masivas como las de lujo, ocupando espectaculares edificios de diseño. Los amantes de la arquitectura adoraréis pasear por este bulevar. Destaca el Tokyu Plaza, con sus escaleras mecánicas que penetran en un conjunto de espejos con forma de agujero, creando un efecto caleidoscópico. Además, alrededor hay varias callejuelas peatonales, como la Takeshita-dori, lugar de encuentro de varias tribus urbanas, en la que descubriréis locales de todo tipo, a cual más curioso, destacando los bares de gatos  o tiendas como la de la marca japonesa de papas Calbee, donde ofrecen todos los sabores que tienen, incluso recién hechas o la tienda Condomania, una tienda dedicada al universo de los preservativos. Otra callejuela interesante es la Cat Street, con pequeñas marcas que no pueden permitirse estar en Omote-sando, y que merecen mucho la pena, así como tiendas de segunda mano de gran calidad, como la Chicago Thrift Store, con prendas vintage, kimonos y yukatas, a muy buen precio.

Como opción para comer, recomiendo el Gyoza-ro, que solo abre a mediodía. Este local solo sirve gyozas (los raviolis japoneses). Uno se sienta en la barra, que rodea la cocina (situada en mitad del local), y escoge si quiere las gyozas al vapor o fritas y si con o sin ajo y/o cebollino. Eso sí, paciencia para entrar porque hay largas colas, especialmente los fines de semana. Cada plato de seis gyozas vale menos de 3 euros. Si podéis rascaros un poco más el bolsillo, optad por Maisen, un baño público reconvertido en restaurante, que es hoy el templo del tonkatsu en Tokyo. Aquí preparan a la perfección estas chuletas de cerdo rebozadas, servidas en una cama de repollo rallado y cubiertas de una salsa espesa de color marrón ligeramente picante, acompañadas de un bol de arroz, pepinillos y otro bol de sopa de miso. Ningún lugar mejor para disfrutar de esta especialidad nipona. Cenas por menos de 15 euros. Si preferís rebajar el presupuesto, tienen una ventanilla donde despachan sandwiches de tonkatsu para llevar.

El paraíso friki

Otra parada obligatoria es Akihabara, el barrio otaku. Aquí se agrupan la mayoría de tiendas de manga, anime y videojuegos, en el que la sobrecarga para los sentidos os abrumará. Coloridos carteles con personajes más o menos conocidos para un occidental, como Doraemon, Hello Kitty, las Sailor Moon, Pokémon, Son Goku, Super Mario o Shin Chan, se mezclan con otros que no han llegado tanto a nosotros. Edificios enteros dedicados a arcades y otros a figuritas en las que cualquier friki encontrará sus obsesiones. Respecto a videojuegos, los nostálgicos debéis pasar por el quinto piso del Super Potato Retro-kan, para disfrutar del salón de antigüedades donde jugar a viejas videoconsolas. Los amantes del J-pop también encontrarán merchandising de sus grupos preferidos. Hay grandes almacenes de disfraces cosplay y locales para cantar karaoke en salas privadas con disfraces alquilados que funcionan las 24 horas. Incluso un edificio de cinco plantas lleno de productos de pornografía de todo tipo, algunos bastante desagradables, pero que sirve para hacerse una idea de las obsesiones y fetiches de muchos japoneses. Es curiosa la Origami Kaikan, un taller y centro de exposiciones gratuito de este arte. Otra tienda que recomiendo es la galería 2k540 Aki-Oka Artisan, donde aunque no compréis, vale la pena curiosear los cientos de productos de artesanía de cada región del país. Al lado está Chabara, tienda de comidas y bebidas artesanales de todo el país, lugar perfecto para llevaros recuerdos envasados. Para no perderse por este enorme barrio podéis pedir un plano en inglés en el Tokyo Anime Center Akiba Info.

Respecto a comidas baratas y curiosas, destacan los bares de lolitas que pueblan el callejón de Akihabara dedicado a ello, y que uno va más por el show que por la comida (bastante mediocre). Un buen ejemplo es el maidreamin, que ya os conté en mi entrada de cafés por Tokyo. También recomiendo probar las mini tartas de queso japonesas para llevar de "Pablo", deliciosas y de muchos tipos.

Templos, cementerios y sumo

Y del ocio futurista al pasado de la ciudad: Asakusa, barrio en el que se respira historia. Empezando por su corazón, el templo budista Senso-ji, el más antiguo de Tokyo. Consagrado a la santa Kannon, cuya imagen dorada preside el complejo, cuenta con varios pabellones, puertas y hasta con una pagoda de cinco niveles. La entrada al recinto suele hacerse por la Nakamise-dori, una larga calle peatonal rodeada de puestecitos donde se vende de todo, desde souvenirs curiosos hasta artesanía del estilo del siglo XVII japonés, mercancía religiosa así como varios tipos de tentempiés. Al llegar a la plaza principal frente al gran templo a Kannon, existe un gran caldero de incienso, al que se le atribuyen poderes curativos. Cientos de fieles se empapan ropa y cuerpo del mismo. En los lados de la plaza veréis los omikujis o papeles de la suerte: por una moneda de 100 yenes podréis sacudir uno los botes plateados del que saldrá un palito. Anotad el número que os salga y abrid el cajón correspondiente del que obtendréis un papelito con vuestro futuro. Senso-ji es uno de los pocos templos que los traduce al inglés (chapucero eso sí) al dorso. Luego daos un paseo por los curiosos jardines sagrados y sobretodo, visitad el santuario a los hermanos qu descubrieron la estatua de Kannon, ya que es el único edificio original de 1649. El resto son reconstrucciones tras los bombardeos de la II Guerra Mundial que asolaron la ciudad. No se paga entrada.

En verano, los festivales se multiplican y coloridas procesiones recorren las calles, con locales vestidos con trajes típicos. Se montan casetas que venden comida callejera barata y por las noches hay fuegos artificiales. En Asakusa son el último sábado de julio. Consultad los sitios webs para más información. Y en este barrio tan tradicional, nada mejor que optar por el restaurante Sometaro. Por menos de 10 euros podrás degustar el tradicional okonomiyaki hecho en tu propia mesa, dentro de una casa de madera y sentado en el suelo.

Desde este barrio, al otro lado del río, también podréis ver la Tokyo Sky Tree, el edificio más alto de la ciudad desde 2012. Eso sí, de lejos, porque subir hasta sus futuristas miradores cuesta alrededor de 30 euros. Cerca de Asakusa está el gran estadio nacional de sumo, una de las grandes tradiciones japonesas. Sin embargo, ver un torneo allí es caro y complicado (solo hay durante enero, mayo y septiembre). Sin embargo, si no os importa madrugar, podréis ver algunas rondas en los entrenamientos  del gimnasio Arashio Beya, que cuenta con una gran cristalera a pie de calle donde ver gratis y de cerca las luchas de sumo. Eso sí, se pide silencio a los peatones que se paren a ver el entrenamiento. Está muy cerca del metro "Hamacho".

Al oeste de Asakusa, os recomiendo cruzar el enorme parque de Ueno, y disfrutar de sus pasarelas de madera, admirando los estanques de nenúfares y a familias locales montadas en botes. En este parque se concetran varios de los mejores museos de la ciudad. Si solo tenéis tiempo para uno, los sábados es gratis el acceso al Museo Nacional de Arte Occidental, un excelente edificio de Le Corbusier declarado Patrimonio de la Humanidad, que alberga un excelente repaso al arte occidental con obras desde la Edad Media hasta la actualidad, con obras de grandes artistas.

Al otro lado, adentraos en el maravilloso barrio de Yanaka, para seguir disfrutando de los restos de aquel Tokio medieval, cuando la ciudad se llamaba Edo. Nada más sair del parque, dirigios a la Kototoi-dori, donde encontraréis la centenaria tienda de licores Hitamachi, hoy conservada a modo de museo. A dos pasos se encuentra CAI The Bathouse, unos antiguos baños públicos del siglo XVIII ahora convertidos en moderna galería de arte. Ambos de entrada gratuita. No tengáis miedo de deambular por el barrio, ya que está lleno de sorpresas. Si seguís por la Sakura-dori, entraréis en el cementerio del barrio, desde cuyas colinas se pueden admirar los trenes que vienen y van de la estación "Nippori". La tumba más famosa es la de Tokugawa, el último sogún (dictador militar), tras cuyo mandato se restableció la autoridad imperial en la conocida como Restauración Meiji. Finalmente, acabad la visita por la bella Yanaka Ginza, una callejuela peatonal que parece haber sido congelada en el Tokio de 1950. Flanqueada de carnicerías, verdulerías, almacenes de té o tiendas de menaje, es la única calle que queda de una época en la que aún no existían los supermercados. Aquí podeís optar por tomaros alguno de los tentempiés callejeros o deliciosos helados sentados en las Yuyake Dandan, las escaleras de Yanaka Ginza desde las que se disfrutan unas puestas de sol maravillosas. Si preferís algo más tranquilo, podéis entrar en Nagomi, que sirve brochetas de pollo criado en libertad y cuenta también con brochetas de verduras o tofu. Abre desde las seis de la tarde.

El barrio del siglo XXI

Y del pasado volvemos al futuro: Odaiba es el novísimo barrio de la ciudad, construído en un grupo de islas artificiales en la bahía de Tokio. La llegada se hace en la línea de metro sin conductor, serpenteando rascacielos y cruzando el gigantesco puente del arcoíris. Pasear una tarde soleada es un placer, sobretodo por las buenas fotos que podréis tomar de sus extensos parques y de la bahía, o del robot gigante Gundam, frente al Diver City Tokyo Plaza, un insulso centro comercial lleno de atracciones y recreativos de todo tipo además de restaurantes buenos y nada caros. Como atracciones de pago, destaca el Miraikan (museo nacional de la ciencia e innovación) donde ver a ASIMO, el robot humanoide más famoso de Japón. La entrada vale 6 euros. Luego también hay multitud de parques de atracciones y de agua, destacando el Tokyo Disney Resort, pero no son opciones baratas.

El Tokio más marchoso

Acabo el post por Shinjuku, no por menos importante, sino porque es un barrio perfecto para acabar el día. Aquí se concentra la mayoría de cosas que uno imagina de Tokyo. Más que Shibuya. Desde grandes almacenes y avenidas llenas de neones y pantallas gigantes con anuncios hasta callejuelas tranquilas con santuarios ocultos. Desde casitas tradicionales hasta los rascacielos más altos de la ciudad. Su gran estación de trenes y metro es la más transitada del mundo (más de tres millones de pasajeros diarios). Este es el barrio con los hoteles occidentales con mejor calidad-precio de la ciudad, sin contar con los hoteles cápsula. Y la mejor marcha de la ciudad para los que busquéis experimentar como salen de fiesta los japoneses.

Respecto a cosas baratas o gratis que visitar, destacan el ayuntamiento, que parece un gran rascacielos pixelado, y que ofrece un enorme mirador gratuito a 200 metros de altura. A veces hay colas en los ascensores. Los amantes del arte podréis pasearos por los jardines del edificio de oficinas Shinjuku I-Land, donde admirar las enormes esculturas públicas de artistas tan reconocidos como Indiana, Paolini o Liechtenstein.

Incluir el Hotel Park Hyatt en una entrada sobre Tokyo muy barato parecería contradictorio. Sin embargo, las preciosas vistas, así como el impresionante ambiente que se respira, merecen su inclusión. En esta torre de 52 pisos se rodó la mítica película "Lost in Translation". Sus últimos 14 pisos los ocupan las zonas comunes. Si no nos alojamos en el hotel, no podremos entrar a la piscina que ocupa una  de las grandes pirámide acristalada de tres pisos de altura, pero al menos podremos verla desde lo alto, iluminados en la noche tokyota, como un paisaje del futuro delante de nuestras narices.

Respecto a sus restaurantes, no son nada baratos y no cabe comentarlos en esta entrada. Sin embargo, sus dos bares, aunque caros, nos permitirán gozar de su exclusivo ambiente, sus impresionantes vistas de y unos cócteles de primera por un precio razonable. La primera opción, y la más barata, es el Peak Lounge, un gigantesco jardín interno bajo otra de las pirámides de cristal del rascacielos. Situado en el piso 41, es el lugar perfecto para tomarse un cóctel con el que empezar una noche de fiesta en Shinjuku. Por ejemplo, el Hayate, con un sake especial, cítricos naturales y tónica, no cuesta más de 20 euros. Aunque si queréis apurar, un vaso de sochu de primera calidad no subirá más de 12 euros. Os pondrán alguna cosa que picar y con este aperitivo podréis charlar observando las impresionantes vistas de Tokyo desde los ventanales acristalados. El atardecer es precioso, es días claros se atisba el Monte Fuji y cuando los rascacielos de la ciudad empiezan a encender sus lucecitas rojas, uno se siente en "Blade Runner" o en "Gotham City".

Si podéis estirar el gasto un poco más, entonces optad por el New York Bar, en el piso 52, donde se grabaron algunas de las escenas más inolvidables entre Bill Murray y Scarlett Johansson. Aquí ofrecen vinos de todo el mundo. Cuenta con una bodega con decenas de opciones, destacando los vinos californianos, con copas que empiezan en 18 euros. Eso sí, si uno no se aloja en el hotel, la entrada a partir de las siete de la tarde cuesta 25 euros, ya que ofrecen conciertos de jazz en directo con pianista, saxofonista y cantante. Cierto, esto no es nada barato, pero que por algo más de 40 euros podamos disfrutar de escuchar "La Garota de Ipanema" en directo con una copa de buen vino mientras tenemos a Tokyo a nuestros pies, merece mucho la pena. Como estaréis tentados de tomar fotos de las espectaculares vistas, hacedlo siempre con mucha discreción, ya que el personal de ambos locales está entrenado para pedir amablemente respeto a la tranquilidad del lugar y a la privacidad del resto de clientes. 

Tras el aperitivo en el Hyatt, poned rumbo al Golden Gai, un laberinto de callejuelas y estrechos edificios de madera que surgió como mercado negro tras la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, resistiéndo a la presión de especuladores, y rodeado de gigantescos rascacielos, este barrio de casitas de madera de dos pisos pegadas unas a las otras acoge más de cien mini-bares, a cual más excéntrico. Sus bohemios dueños los han tematizado según sus gustos musicales: desde bares heavy hasta punk, pasando por uno dedicado a amantes de la fotografía, por ejemplo. No suelen caber más de ocho personas a la vez, por lo que los dueños suelen ser bastante fríos con gente que no sea clientes habituales. De hecho, los pocos bares que aceptan turistas suelen cobrar entrada (lo anuncian en inglés). De todo este laberinto, dirigíos al Nagi, donde tomar una cerveza fría y unos niboshi ramen (con huevo y sardina deshidratada).  Y hablando de comida, no podéis iros de Tokyo sin probar uno de sus kaiten-sushi (restaurantes de sushi en cinta transportadora).  El Numazuko, en Shinjuku, cuenta con una barra larguísima y la mejor calidad y frescura. Cada plato cuesta según su color: desde 1 euro hasta 5. Luego pagaréis según los platos que hayáis cogido.

Un último consejo respecto a la comida: en cualquier momento os toparéis con un SevenEleven (una cadena creada en Japón) o similares donde conseguir comida preparada barata, más o menos insana, de la que recomiendo los baos de carne o verduras al vapor y sobretodo, los onigiris, perfectos a cualquier hora del día o para organizar picnics en alguno de los bellos parques de la ciudad. Se trata de bolas de arroz envueltas en alga nori, simples o rellenas, normalmente de atún con mayonesa, copos de bonito seco, salazón de salmón o diversos encurtidos como el de ciruela. Y todo muy muy barato. 

Tokyo es un paraíso para cualquier consumista: compras sin fin, restaurantes estupendos y una oferta de ocio infinita. Pero también puede ser un destino barato, sobretodo para un occidental que vaya por primera vez. Hay tantas sorpresas y curiosidades a disfrutar gratis o muy baratas, que la primera visita apenas dejará tiempo para los planes caros. Sin duda, una ciudad imprescindible para cualquier turista, y para nada inalcanzable. Animaos. 

diumenge, 9 de febrer del 2020

Amán

La capital de Jordania es la ciudad árabe más "normal" de todas las que he visitado, en parte debido a su amplia clase media. Calles arboladas, casas de edificios, familias de clase media, tiendas de barrio... todo muy diferente al lujo de las ciudades del golfo Pérsico y muy lejos también de la dejadez, polución y suciedad que se observa en ciudades como El Cairo. Aún así, se aprecia claramente que Ammán es una ciudad que ha crecido muy por encima de lo que se pensó cuando se diseñaron sus actuales calles y bulevares. Por eso, y como en toda la región, los atascos son una constante, agravados por su raquítica red de autobuses públicos.

Jordania fue fundada como país por el Rey Abdalá I, y es actualmente regido por el Rey Abdalá II, hijo del Rey Hussein I, todos de la dinastía hachemita, la tribu de La Meca a la que pertenecía el Profeta Mahoma. De hecho, Jordania es el único reino hachemí que queda en pie. A pesar de haber estado en guerra contra Israel en diversas ocasiones, actualmente es uno de los pocos países árabes que reconoce a Israel como Estado, tras el tratado de paz de 1994. Por ello, el país es un remanso de paz en la zona más conflictiva del planeta, aunque las crecientes desigualdades están aumentando el descontento de la población. Y ello, unido a la alta presión que supone acoger a millones de refugiados palestinos y sirios, no pone nada fácil a Jordania ni a su capital proseguir con su normalidad. Aún así, la normalidad se mantiene.

Al Balad: el corazón de Amán.

Toda visita a Amán debería comenzar con un paseo por Rainbow Street. Epicentro del turismo, aquí se mezcla el viejo y nuevo Amán. En esta calle y sus anexas se disfrutan de bonitas vistas al estar en la cima de una colina. Además, modernos cafés se mezclan con tiendas centenarias, mezquitas con colegios extranjeros y locales con turistas. Uno de los mejores lugares para desayunar, comer o cenar es Shams El Balad, donde además de su tienda de alimentos ecológicos, justos y de kilómetro cero, (tanto jordanos como palestinos) cuenta con un restaurante y una terraza ajardinada bellísima. La carta ofrece una variedad de platos orientales, como el delicioso falafel de remolacha, las berenjenas con lentejas, su hummus, o unas bolas fritas de carne de cordero con tomate. Visita obligatoria. Otro lugar para comer, mucho más elegante y formal, es Sufra. Aquí sirven los platos tradicionales de la gastronomía árabe específicamente jordana. Su terraza con palmeras, naranjos y una preciosa fuente es un oasis de calma en el bullicioso Al Balad. Tras la comida en cualquier de los dos lugares, nada mejor que pasearse a lo largo de Rainbow Street, escoger uno de los locales con terraza y shisha, y sentarse a fumar mientras se observa a la gente ir y venir. 

La siguiente parada lógica en un tour sería el enorme teatro romano de la ciudad, con capacidad para 6,000 personas, construido en el siglo II, cuando la ciudad se llamaba Filadelfia. En los lados se sitúan varias galerías donde se exhiben todo tipo de objetos romanos y del califato, así como del Amán otomano y colonial. Del teatro se puede ir a pasear por el corazón del Amán colonial, la plaza King Faisal y sus calles anexas, que acogen el zoco de la ciudad, con tiendas de todo tipo. Esta zona está llena de edificios art deco (como la sede del Arab Bank) y muchos locales para comer de precios populares ahora frecuentados también por turistas. El más famoso es Hashem, donde se dice que preparan el mejor falafel de la ciudad, servido en humildes platitos de plástico de usar y tirar. Otro es Habibah Sweets, donde sirven la mejor kunafa fuera de Palestina. Venden las tres versiones: con semolina, de vermicelli y la mixta. Todas a base del famoso queso de Nablús derretido, que es una mezcla de requesón y mozzarella. También las sirven en humildes platos de poliespán. Pero está deliciosa. Por último, en esta zona no os perdáis el Duke´s Diwan, uno de los edificios más antiguos que quedan en uso en Amán. De Ministerio de Finanzas al Hotel Haifa, el edificio ha tenido muchos usos hasta el actual, como museo que muestra los interiores de una casa jordana de los años 20. El edificio fue también durante años el hogar de Mamdouh Bisharat, un empresario que llenó la casa de antigüedades y arte, y la abrió para que en ella se reunieran pensadores y poetas. De hecho, se siguen organizando eventos culturales mensualmente. 

Tras ello, nada mejor que subir a la Ciudadela. Desde allí, además de disfrutar de unas vistas inigualables de la ciudad, de la que no se ve un final, también se visitarán las diferentes ruinas que conforman el antiguo centro de Rabbaht Ammon, la ciudad romana, bizantina y luego islámica que se sitúa en una colina del centro de la ciudad. Las columnas del templo de Hércules, la cúpula de la iglesia bizantina o el antiguo palacio omeya son las principales ruinas a visitar.

Amán de lujo

Sorprende la variedad de hoteles de cinco estrellas que ofrece la ciudad, debido en parte a su posición como lugar ideal para reuniones entre israelíes y otros delegados de países árabes. Además, desde Amán se cierran la mayoría de grandes negocios a ejecutar en la vecina Palestina, y cada vez más, en Siria o Iraq. Su alto nivel de seguridad y estabilidad la han convertido en una ciudad de encuentro. Por ello han proliferado hoteles del estilo del W o el Four Seasons, ambos de reciente apertura, mientras otros se encuentran en obras, como el Ritz-Carlton. A ellos se les suman el St. Regis, el Grand Hyatt, el Marriott, el Sheraton, el Fairmont, el Kempinski o el InterContinental.

Además del gran número de visitantes por razones políticas o de negocios, los diferentes restaurantes de estos hoteles son populares entre las clases medias-altas de la capital por no ser excesivamente caros y ofrecer una ventana a gastronomías como la japonesa, la mexicana, la india o la francesa, que son difíciles de encontrar en otros puntos de Jordania. También es habitual celebrar bodas en sus salones y son muchos los locales que se abonan a sus gimnasios y spas.

Además del 5th circle, la rotonda donde se concentran el mayor número de hoteles de cinco estrellas de la ciudad, otro de los puntos clave del lujo en la capital jordana es Taj Mall, el centro comercial que concentra las boutiques de lujo del país o The Boulevard, un futurista barrio privatizado con centros comerciales a la última, hoteles de cinco estrellas, grandes torres de oficinas y edificios residenciales de alto standing.

Finalmente, si uno quiere salir de fiesta en Amán, lo primero es recordarle que pese a su alto nivel de occidentalización, estamos en un país mayoritariamente musulmán, por lo que si se desea tomar copas, lo más sencillo será acudir a los bares y discotecas de los grandes hoteles de cinco estrellas. Las noches con DJ de la piscina del W son muy populares entre los jóvenes cristianos (que si pueden beber alcohol). También hay grandes discotecas, como Cluster, a la que fui, equiparable a cualquiera de las grandes capitales europeas. Sin embargo, estas abren y cierran a los pocos meses, por lo que si visitáis la ciudad y os apetece salir, lo mejor será preguntar a los locales.

Comer en Amán

Pero la capital jordana es mucho más que Al Balad o los lugares de lujo mencionados. Zahran Street y sus alrededores, por ejemplo, es también una zona elegante, llena de embajadas y vetustos edificios ministeriales, así como del palacio Zahran. Durante nuestros meses en Amán trabamos amistad con el embajador turco, que nos invitó a varios restaurantes con solera y servilletas de tela donde romper el ayuno durante el mes santo del Ramadán. Uno de los que más nos gustó fue Fakhreldin, situado en la antigua residencia de varios ex primeros ministros del país. En este elegante villa, el restaurante ofrece un servicio impecable con comida libanesa de altísima calidad, incluyendo un amplio surtido de carnes a la brasa. Muy recomendado, aunque los precios son elevados.

Nosotros vivimos en el tranquilo barrio de Khilda, donde conviven cristianos ortodoxos y católicos con musulmanes sunitas. Edificios de apartamentos de cuatro plantas como máximo se alternan con amplias casas unifamiliares con jardín. En sus calles hay pequeño comercio de todo tipo, supermercados e incluso centros comerciales como Mecca Mall o City Mall, donde encontrar de todo y a mejor precio que en otros lugares. Respecto a la gastronomía, este barrio esconden muchos secretos, desde panaderías tradicionales con horno de leña hasta locales como Abu Jbara, muy populares para desayunar, por lo que os recomiendo acudir temprano porque no se puede reservar y se forman largas colas. A este vinimos invitados por nuestros caseros, por ser uno de sus sitios favoritos para desayunar. Lo que empezó como un local familiar es ahora una cadena con tres enormes locales en Ammán y con planes para abrir en Dubai y Riad. Su menú es muy sencillo (menos de diez cosas) lo que ya demuestra que lo poco que ofrecen se lo toman muy en serio. Su especialidad es el hummus con una salsa casera de pimientos, cebolla, aceite y piñones. Además, también tienen un sabroso foul y su crujiente falafel. Se puede ver como lo preparan todo de forma artesanal en sus cocinas e incluso como hornean sus panes siempre recién hechos. Fuimos un miércoles entre semana y estaba lleno. Aparentemente, los fines de semana hay largas colas. En cualquier caso, si queréis probar un desayuno tradicional jordano, esta es la dirección a la que ir.

Excursiones desde Amán

A pesar de que hice varias excursiones desde Ammán, y de que también viajé a otros puntos de Jordania como Petra, Wadi Rum o Aqaba, es verdad que incluso allí me dejé muchas cosas pendientes: desde ver el Tesoro de Petra desde uno de los miradores en lo alto de las rocas hasta disfrutar de la puesta de sol en Wadi Rum o dormir en las nuevas tiendas lunares ultramodernas. También me hubiera gustado cruzar a Eliat durante mis días en Aqaba así como visitar alguna de las ruinas que me quedaron pendientes a lo largo de la autopista del Rey. Por ello tendré que volver a Amán, ya que esta es la puerta de entrada a Jordania. Sin lugar a dudas, volveré a esta fascinante zona del mundo.



dilluns, 3 de febrer del 2020

Washington D.C.

La tercera y actual capital de los Estados Unidos de América es un paraíso para frikis de la política, la historia y el urbanismo, como un servidor. Washington es la nueva Roma: una ciudad diseñada por Pierre l´Enfant para emular las grandes capitales europeas. Este urbanista francés dividió la ciudad en cuadrantes alrededor del Capitolio, y luego en calles rectas verticales (numeradas) y avenidas horizontales (con las letras del alfabeto), con avenidas en diagonal (con nombres de los Estados de la Unión), por lo que orientarse por la ciudad es sencillísimo. Además, se limitó la altura de cualquier edificio a no superar la del Capitolio, por lo que la ciudad es una agradable urbe con sabor europeo. Sorprende que la capital del país más poderoso del mundo sea una urbe cordial y relativamente pequeña. Inspirada por los ideales de la masonería, la capital estadounidense se diseñó siguiendo la racionalidad ilustrada.

Washington se asienta sobre el Distrito de Columbia, el único que no está situado en ninguno de los 50 Estados que conforman la Federación. Este territorio fue donado mitad por Maryland y la otra mitad por Virgina, situado estratégicamente entre los estados del norte y los del sur, en la intersección de los ríos Potomac y Anacostia. Alguna de las curiosidades de la ciudad es que, pese a que sus habitantes pagan los mismos impuestos que el resto de estadounidenses, no tienen representación en el Congreso: ni representantes ni senadores. Por eso, las placas de los coches registrados en el Distrito de Columbia lucen orgullosas su eslogan: "Taxation Without Representation", precisamente lo que los estadounidenses quisieron evitar con su independencia.

En mi primera visita me quedé en un hotel entre Washington Circle y Dupont Circle, una zona muy tranquila plagada de embajadas y consulados, mansiones históricas, el enorme edificio del Departamento de Estado y la Universidad George Washington. Alguno de los locales que cabe destacar en esta zona es BeefSteak, nueva cadena de comida rápida del chef José Andrés con platos predominantemente vegetarianos. Las las verduras se ponen en el centro de su menú. Yo me pedí una BeetSteak burger, que consta de una gruesa rodaja de remolacha marinada entre dos panes de hamburguesa, acompañada de cebolla roja encurtida, varias hojas de ensalada, rodajas de tomate, brotes, mayonesa vegana y aceite de oliva virgen. 

Los museos del National Mall

Excepto los memoriales y los edificios gubernamentales como el Congreso o el Departamento de Agricultura, los imponentes edificios presentes en el lado este del National Mall o Explanada Nacional (una enorme avenida de césped y árboles que parte la ciudad en dos) son gestionados del Instituto Smithsoniano, una fundación público-privada de casi 200 años de historia. Su misión principal es el incremento y difusión del conocimiento. Esta institución surge de la fundación del británico James Smithson, que aunque nunca pisó los EE.UU., quiso donar a este país su patrimonio con el fin de aumentar el saber y difusión del mismo en la nueva república. A partir de ahí, este Instituto se convirtió en un organismo federal. La fundación ya acumula más de 137 millones de objetos históricos a su cargo. Actualmente gestiona 19 museos, siete centros de investigación y un zoo. Durante mi visita, me recorrí varios de ellos. Son enormes, por lo que opté por priorizar aquellos elementos de sus colecciones más emblemáticos. La gran ventaja es que sus colecciones permanentes son todas de acceso gratuito, tal y como exigió Smithson en su testamento.

El primero de los museos Smithsonianos que visité fue el Museo Nacional del Aire y del Espacio, del que sólo se encontraba abierta la mitad de sus instalaciones (la otra mitad estaba cerrada por renovación). Como ofrecían visitas guiadas, me uní a uno de los grupos, donde en hora y media te muestran los puntos más importantes del museo, incluyendo el avión y los prototipos que realizaron los hermanos Wright, el Spirit of Saint Louis (primer avión en cruzar de Nueva York a París), o el Space Ship One, primer avión comercial al espacio exterior. Asimismo, cuenta con cápsulas de los proyectos Mercury y Gemini, con los que la NASA intentaba ganar la carrera espacial a la URSS lanzando los primeros hombres al espacio o realizando los primeros paseos espaciales. También está allí el módulo lunar del Apolo 11, con en el que EE.UU. logró imponerse como primer país en enviar hombres a pasearse por la Luna. En la zona central se encuentra una réplica del telescopio Hubble, así como un laboratorio a escala real de la Estación Espacial Internacional, en el que observar la vida diaria de las astronautas. También se expone el proyecto de pruebas del Apolo-Soyuz, primer proyecto espacial conjunto entre los EE.UU. y la URSS. El museo también cuenta con tiendas de souvenirs curiosas donde comprar todo tipo de recuerdos, incluyendo el helado que toman los astronautas, algo que ya vi en mi visita a Cabo Cañaveral. Los que vayáis con peques, el museo cuenta con una interesante zona interactiva bautizada "Cómo vuelan las cosas", donde a través de máquinas, simuladores y personal del museo, podrán comprender mejor las claves de la aeronáutica.

El segundo museo fue la National Gallery of Art, que aunque no es de la Fundación Smithsonian, está gestionado por la misma. Debido a su enorme tamaño, no pude visitar esta vez el edificio este, del arquitecto chino I. M. Pei, que acoge obras contemporáneas. Pero si pude admirar las principales obras del edificio oeste, el original neoclásico, que incluye un recorrido por la pintura y escultura occidental, empezando por el románico y gótico italiano, y siguiendo con decenas de salas con estilos y regiones de toda Europa y Norteamérica, con obras que incluyen a Giotto, Van Eyck, Rafel o Tiziano con su "Venus del Espejo". De hecho, el único cuadro de Leonardo da Vinci en el continente americano se encuentra aquí: la bella Ginevra de Benci. Pero también tiene cuadros de El Greco (aquí está su Laoocón o la Inmaculada Concepción), Rubens, Bernini, Van Dyck, Goya, Rembrandt, Fragonard, Turner, el "Napoleón" de David, Manet, Degas, Cézanne, un autorretrato de Van Gogh, Monet, Picasso, Matisse...

Este museo es una estupenda lección de pintura y escultura occidental desde el siglo XI hasta nuestros días y serviría perfectamente para hacer un repaso por los principales artistas, técnicas y temas. Jamás vi una colección tan completa y bien exhibida. Para los amantes del arte, o aquellos que no tengáis grandes conocimientos, os lo recomiendo encarecidamente. Además, cuenta con una extensa colección única de paisajistas estadounidenses que pintaron las bellezas naturales de las Américas, destacando las cataratas del Niágara, de Church.

Aunque no entré, pude ver fugazmente a través de sus rejas alguna de las esculturas del Jardín dedicado a las mismas, como por ejemplo una bella calabaza de Yayoi Kusama, como la que vi también en la isla japonesa de Naoshima.

Otro de los museos que decidí visitar, atraído principalmente por su oferta gastronómica, fue el Museo Nacional del Indígena Americano. En este moderno edificio se presentan los modos de vida, la historia y el arte de los pueblos indígenas del hemisferio occidental. Algunos de los puntos destacados del museo son el teatro Lelawi, en el que a través de unas proyecciones en una cúpula y pantallas se muestran algunas de las diferentes naciones americanas, y sus tradiciones y paisajes. Alrededor de este teatro visité la exposición "nuestros universos", donde se explican las creencias y  mitología de algunas de las naciones clave, como los quechua o los inuit, a través de gráficos, cuentos, música y objetos. Hay otras exposiciones, como la que alude a los tratados que se establecieron entre el gobierno federal de los Estados Unidos de América y las naciones indias norteamericanas. Además de objetos y documentos históricos, la exposición muestra los puntos de vista de cada parte sobre diferentes asuntos, por lo que es bastante instructiva, y sobretodo, neutral, poniendo énfasis en los datos, para que cada cual saque sus conclusiones. El museo cuenta con un gran centro de actividades educativas para niños, además de con una enorme tienda de recuerdos, con artesanía y productos gastronómicos de las diferentes naciones indígenas. Pero la principal razón por la que acudí fue por su cafetería "Mitsitam Native Foods", un lugar estupendo para probar algunas recetas e ingredientes usados por los nativos americanos, de norte al sur. Predominan los platos mexicanos y alguno peruano, además de recetas de las tribus norteamericanas adaptadas a la cocina actual. Yo opté por una trucha enrollada en bacon con dos acompañamientos: una ensalada de tres tipos de legumbres y un puré de batata dulce delicioso. Una pena que no tengan postres típicos de nativos. Si vais en grupo, antes de empezar a comer vuestros platos, no olvidéis decir "mitsitam", que significa "comamos" en la lengua de las naciones Piscataway y Delaware, antiguas habitantes del territorio que hoy ocupa el Distrito de Columbia.

El último de los museos que pude visitar fue el Museo de Historia Natural, donde por su inmensidad me centré en las galerías dedicadas a los minerales, donde destaca el diamante "Esperanza" de color azul oscuro y 45 quilates, regalo del rey Luis XVI a Maria Antonieta. También visité el pequeño zoológico de insectos y arácnidos que ofrece una de las alas del museo, donde ver desde tarántulas hasta escorpiones, tocar todo tipo de orugas inofensivas e incluso caminar dentro del mariposario, donde se reproducen a decenas de especies en su "guardería de larvas". El mariposario es una actividad de pago.

Aunque no sea un museo del Smithsonian, también visité el Bureau of Engraving and Printing, la imprenta federal de donde originalmente salía todo el papel moneda estadounidense. Ahora la mayoría se realiza en las nuevas instalaciones de Fort Worth en Texas, pero aquí aún siguen imprimiendo 32 millones de dólares que se ponen en circulación cada día. Hay varios tours al día. Lo importante es recordar que está prohibido tomar cualquier fotografía de sus instalaciones. Allí nos explicaron todo el proceso para imprimir billetes y vimos como las gigantescas imprentas y máquinas recortadoras iban creando los billetes, supervisadas por empleados federales que comprobaban la calidad de las impresiones y empaquetaban los billetes. Curioso que las imprentas "Impreglio" de los dólares son de fabricación germano-italiana. Y no, no dan dólares de recuerdo. Lo que sí se puede es comprar sábanas enteras de dólares en curso sin recortar o sacos con trozos de billetes defectuosos pulverizados.

Los memoriales de la capital

Por otro lado, la parte oeste de The Mall está ocupada por la famosa piscina que refleja al alto obelisco en memoria de Washington. Pero el edificio que lo preside es el sereno memorial a Lincoln.

Sin duda, el más importante símbolo de la ciudad es el memorial a George Washington, que parte en National Mall en dos. Este gigantesco obelisco de 170 metros fue durante años el edificio más alto del mundo, hasta que en 1889 le superó la Torre Eiffel. La entrada a este memorial, igual que al resto, es gratuita, aunque debido al reducido espacio en sus ascensores para acceder a la cima, es necesario obtener tiquets para los diferentes pases de entrada en sus taquillas. Recomiendo acudir a las 8 y media de la mañana para evitar quedarnos sin visita. Las vistas desde la parte superior son impresionantes. Desde dentro del ascensor que nos llevará a la cima también apreciaremos mejor el cambio de color de la piedra que sostiene al obelisco, estructura que se sostiene al 100% con piedras, sin la ayuda de ninguna viga metálica. Al lado del obelisco se encuentra el enorme memorial a los caídos en la II Guerra Mundial, dividido en las batallas del Atlántico y las del Pacífico.

El memorial de A. Lincoln tiene forma rectangular y recuerda a los grandes templos romanos dedicados a los dioses principales. Es mejor visitarlo de noche, ya que siempre está lleno de gente gritando, y al menos a esas horas baja el número de visitantes y las luces crean un efecto imponente en el lugar. Con la estatua del presidente sentado en el centro, en cada uno de los lados de este templo cuadrado encontramos por un lado el discurso de toma de posesión como Presidente y por el otro el discurso que dio tras la victoria de la Federación en la Guerra Civil. A los pies de este memorial, Martin Luther King dio su celebre discurso "I have a dream", ante millones de manifestantes por los derechos civiles.

Otro de los memoriales, el dedicado a Jefferson, es de gran elegancia, con forma de gran templo redondo, con una cúpula inspirada en la del Panteón romano. Una enorme estatua de bronce del tercer presidente de los EE.UU. se sitúa en mitad del mismo, y varios de sus escritos y citas se encuentran grabados en roca o metal alrededor de la misma.

A un corto paseo del memorial de Jefferson encontré el memorial de F. D. Roosevelt, el presidente que pasó más años en la Casa Blanca. Este memorial es mucho más modesto: se compone de cuatro galerías al aire libre, dedicadas a cada uno de sus periodos presidenciales respectivamente. Además de grande estatuas de este presidente, también hay una de su mujer, Eleanor Roosevelt, encargada de representar a los EE.UU. ante las nuevas Naciones Unidas.

Justo al lado se encuentra el memorial a Martin Luther King, el más reciente, en el que además de una enorme estatua de este líder esculpida en piedra, también se expone una colección de sus citas gravadas en grandes rocas. Su estatua suele tener flores a sus pies que les dejan los visitantes como recuerdo.

Por último, cabe destacar el memorial a los caídos en la guerra de Vietnam, mucho más sobrio: una simple pared de granito negro con forma de V en la que se encuentran inscritos los nombres de los 60.000 soldados que murieron en dicho conflicto.

Al otro lado del río Potomac se encuentra el cementerio de Arlington, con más de 30.000 tumbas de mármol blanco. Este es el lugar de reposo final del personal militar estadounidense caído en acto de servicio, desde la guerra de la independencia hasta la actual en Irak. La tumba más visitada es la del presidente J. F. Kennedy, con su llama eterna. Al lado del mismo se enterró a su ex mujer, Jacqueline Kennedy Onassis. Alrededor de las tumbas se encuentran inscritas varias de las principales citas del demócrata. Lo más curioso es que, encima de la colina que preside estas tumbas, se encuentra la mansión  de Robert E. Lee, general que comandó las tropas de la Confederación durante la Guerra Civil estadounidense. Una avenida recta une dicha mansión con el memorial a Lincoln, en un esfuerzo simbólico por reconciliar a las dos Américas enfrentadas en una sola nación.

El Federal Triangle

Al este de la Casa Blanca se encuentra este barrio de Washington que aglutina numerosos edificios gubernamentales. De entre ellos cabe destacar el templo neoclásico de los Archivos Nacionales, en cuya pomposa rotonda central, del piso superior, se exhiben los originales de la Constitución de los EE.UU., la Carta de Derechos y la Declaración de Independencia. En otra de las salas se exhibe también un original de la Carta Magna inglesa del siglo XIII. En sus bóvedas públicas se puede visitar una exposición interactiva que incluye copias de cientos de documentos clave en la historia del país y cuyos originales se encuentran almacenados a buen resguardo en las cámaras de seguridad del edificio: desde cartas, mapas y fotografías, hasta audios y vídeos, como las célebres intervenciones de F.D. Roosevelt por radio o el discurso televisado de D. Eisenhower en el que anunciaba el despliegue del ejército para forzar la admisión de estudiantes negros en el instituto Little Rock Nine de Arkansas.

En uno de los extremos del Federal Triangle se sitúa la Casa Blanca, mansión neoclásica que impresiona más de noche que de día. El número 1600 de la avenida de Pensilvania parece muy accesible, por sus vallas etéreas. Pero cuanto uno más se acerca uno a la verja de la mansión, más siente la presencia del Servicio Secreto, el cuerpo policial dedicado a proteger al Presidente y Vicepresidente de los EE.UU. y a sus respectivas familias. La única forma de visitar la Casa Blanca para un extranjero es pedir cita a través de la embajada estadounidense del país respectivo. Espero poder hacerlo en mi próxima visita.

En una de las calles que rodean la Casa Blanca se encuentra el Old Ebbit Grill, conocido como el restaurante más antiguo de la ciudad, donde me pasé a almorzar mi último día. Es fácil cruzarse con el personal de la Casa Blanca o los funcionarios de las Secretarías del Comercio o del Tesoro, que se encuentran enfrente y que son habituales de este lugar. Cargado de historia, cuenta con un equipo de camareros eficaces, rápidos y muy amables. Sirven una selección de platos de lo que los estadounidenses llaman como "comfort food", donde destacan los de productos acuáticos, de ríos y bahías cercanas, como el pastel de cangrejo (buenísimo) servido con patatas fritas caseras (con piel) y ensalada de col o las ostras, frescas y de calidad suprema. Me hubiera gustado pedir postre pero no tenía tiempo ese día. Sin duda, volveré en futuras visitas a la capital de EE. UU.

Fuera del triángulo federal pero a continuación de una de sus esquinas, se encuentran otros dos edificios emblemáticos de la capital. Por un lado, Union Station, la estación central de ferrocarriles, con su imponente hall de una nave (inspirado en los baños romanos de Diocleciano) y la plaza de la Unión, en la que ondean las banderas de todos los estados y territorios del país. Poco después nos encontraremos con otro de los templos de mármol de esta "nueva Roma" que es Washington D.C.: el Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Este templo de la justicia abrió sus puertas en 1935. Anteriormente, esta institución la acogía el edificio del Congreso. Este mausoleo cuenta con dos grandes frontones: el principal, con el lema "Equal Justice under Law" y el de detrás con "Justice, the Guardian of Liberty". Además de la exposición que recorre los momentos más importantes del Tribunal, y sus sentencias históricas, lo más impresionante es su imponente arquitectura neoimperial, destacando la solemne sala de justicia, el gran salón con los bustos de todos los presidentes que ha tenido este tribunal o como sus bellas escaleras de caracol.

El Congreso

En el extremo este del National Mall se encuentra el edificio del Capitolio, una de las primeras estructuras de la ciudad. De hecho, su primera piedra la colocó el mismo Washington en 1793. El edificio está concebido como un templo a la libertad, estatua que corona su gigantesca cúpula blanca. Además de acoger las salas en las que se reúnen los plenos de la Cámara de Representantes y el Senado de los EE.UU, y otros lugares nobles. Toda la zona está rodeada de edificios que acogen las oficinas de los representantes y senadores, y la protección por parte de la propia Policía del Congreso es enorme. Hay controles en todas las calles.

Los turistas acceden a través del nuevo centro de visitantes, donde se ofrecen visitas guiadas gratuitas que nos mostraran varias salas y espacios, destacando la famosa rotonda, la parte inferior a su gigantesca cúpula. Aquí hay numerosas obras pictóricas que admirar, como la Llegada a América de Cristóbal Colón, el célebre cuadro de la Declaración de la Independencia o el bautizo de Pocahontas. Aunque sin duda destaca el fresco de la cúpula, donde se representa la subida los cielos del propio George Washington. En la parte central de la rotonda se colocan los sarcófagos de aquellas personas cuya muerte se considera duelo nacional por su enorme importancia. Solo el cuerpo de una mujer ha sido velado aquí: el de Rosa Parks.

George Washington ascending into heaven IMG_1916 | Capitol ...Varias de las salas nobles del Congreso están abarrotadas de estatuas, ya que cada Estado de la Federación tiene derecho a enviar dos estatuas de sus residentes más notables. Me llamó la atención que California, además de enviar una de R. Reagan, la segunda que envió fue de Fray Junípero Serra, monje mallorquín que se dedicó a evangelizar dichas tierras abriendo misiones.

Además de las visitas a la antigua sala del Tribunal Supremo o del Senado cuando el país contaba con menos estados, de forma inesperada pude asistir a media hora del histórico impeachement al que el Congreso ha sometido al actual presidente Trump. Un proceso extraordinario que solo se ha activado tres veces con esta durante la historia de los EE.UU. Aunque tuve que pasar dos controles de seguridad extra, esperar dos horas y entregar mi teléfono a la policía del Congreso, valió la pena sentarme en la galería del público del Senado de los EE.UU. mientras intervenía el abogado personal de Trump y le escuchaban los 100 senadores. Era impactante ver de tan cerca a Sanders, Warren, Harris, Rubio o Kerry.

Georgetown

Este elegante barrio, algo alejado del centro de la ciudad, no cuenta con paradas de metro. Pero como estaba a unos minutos a pie de mi hotel, me dispuse a caminar la parte oeste de la agradable avenida M, en su paso por Georgetown. De ella salen calles empedradas y se alinean casas de los estilos georgiano y federal, así como casitas victorianas. Se le considera un barrio residencial aristocrático, aunque la presencia de cientos de estudiantes del campus de la universidad de Georgetown dinamizan la vida de este precioso barrio histórico. La avenida M está plagada de tiendas de todo tipo y precios. Aproveché para comer en la America Eats Tavern, del chef español José Andrés, una de las personalidades del Washington del siglo XXI. Decorado con gran gusto y con un personal de extraordinaria eficacia y amabilidad, pedí de entrante deliciosas hush puppies (unas bolas fritas de harina de maíz con maíz dulce y mantequilla de miel para untar). De primero degusté su pulled pork a la barbacoa ahumada, acompañado de pepinillos caseros, pan tostado y la salsa barbacoa del chef español. Y de postre, pedí una deliciosa pera en salsa de almíbar y trozos de tarta con helado de vainilla. Todo perfecto.

De Logan a la Avenida U

Toda esta zona, también conocida como Shaw, se ha convertido en el núcleo de la fiesta de la ciudad, y donde mayor variedad de restaurantes de todo el mundo encontrar. Tras el asesinato de Martin Luther King en 1968, los disturbios asolaron este barrio, que pasó a ser una zona marginal. Sin embargo, actualmente ha resurgido como uno de los más cotizados, con tiendas de todo tipo y locales de ocio, especialmente tras la apertura de un enorme Whole Foods.

En plena avenida U, y al lado del teatro Lincoln, se enuentra la histórica cafetería Ben´s Chili Bowl, emplazamiento clave entre la comunidad negra de Washington. Este fue uno de los pocos negocios que no se saquearon durante las revueltas de los años 60 en la lucha por los derechos civiles. Su personal es muy simpático. Pedí uno de sus famosos half-smoked (salchichas propias de Washington DC a base de carne picada, mitad de vacuno mitad de cerdo,  mezclada con especias, y ahumado). Se sirven en pan de perrito caliente con chili casero, mostaza y cebolla picada. Y con ensalada de col como complemento. La gracia del lugar es que ha sabido mantener su clientela tradicional del barrio (y eso se nota en el ambiente) mientras se ha convertido en un lugar de peregrinaje para todo aquel que busque experimentar la quintaesencia del Washington negro: desde Sarkozy y Carla Bruni hasta George W. Bush o Bill Cosby. Obama, el presidente que más ha disfrutado de Washington y ha hecho vida de ciudad, también lo frecuentaba. 

Me encanto el ambiente en restaurantes, bares y clubs de gente tan cosmopolita, ya fuera estadounidenses de su cuerpo diplomático, asesores de políticos o lobbistas de diferentes industrias, así como extranjeros, sobretodo diplomáticos, corresponsales de medios de comunicación de todo el mundo o funcionarios del Banco Mundial, la OEA o el FMI.

Washington tiene muchísimo que ver. Espero volver pronto a esta dinámica y agradable ciudad. Quiero explorar muchos museos que me dejé pendientes, como el AfroAmericano, el de Historia de los EEUU o el museo del espionaje. También me dejé por ver toda el ala de arte contemporáneo de la National Gallery. Además, no pude visitar a fondo Georgetown ni tampoco fui a Anacostia o a la cercana Alexandria. Y sobretodo, lo que más rabia me da es que me quedé sin visitar el interior de la Biblioteca del Congreso. Ojalá volver el 4 de julio. Dicen que los de Washington, son los mejores fuegos artificiales del planeta.

dissabte, 18 de gener del 2020

Excursiones desde Ammán

Cuando se tiene la oportunidad de vivir o visitar Ammán, existen ciertas excursiones a sus alrededores que se pueden hacer en medio día o un día entero y que os recomiendo. En mi caso, os contaré las que tuve la suerte de hacer:


Sitio del bautismo

La primera recomendación es una visita al sitio del bautismo en Betania-al-este-del-Jordán (Al-Maghtas), a nueve kilómetros al norte del Mar Muerto. Este sitio arqueológico incluye dos zonas principales: Al-Kharrar, también conocido por el nombre de colina de Elías y la zona de las iglesias de San Juan Bautista. Según la tradición cristiana, en este lugar, situado en medio de una naturaleza salvaje, fue bautizado Jesús de Nazaret por Juan el Bautista, su primo. Contiene vestigios de origen romano y bizantino, como iglesias, capillas, un monasterio y grutas que sirvieron de refugio a eremitas, así como pilas bautismales, que dan testimonio de la vida religiosa del lugar, y que es que es hoy destino de peregrinación para los cristianos de todas las ramas.

Por motivos de seguridad (se trata de la frontera con Israel), las visitas tan solo se permiten de forma guiada, por lo que cada cierto tiempo se agrupa a los visitantes en la entrada principal para llevarnos en un minibús y con guía hasta el fondo del valle y allí recorrer los principales puntos de interés, acabando en el punto exacto donde se cree que Juan bautizó a Jesucristo. En ese punto se puede ver el lado israelí, muchísimo más moderno, donde el día que lo visitamos habían grupos de filipinos realizando bautismos de cuerpo entero. Era muy curioso observar una frontera tan vigilada tan solo separada por unos metros de río.

Normalmente, las aguas del río bajan cristalinas, pero debido a las fuertes lluvias de días anteriores, durante mi visita estaban de color marrón debido a los lodos desprendidos. Uno de los mosaicos recientes instalados es el de la familia real jordana y a un jeque musulmán acompañando al Papa Francisco en su reciente visita al lugar. Son miles las personas que se llevan agua del Jordán para bautizar en sus lugares de residencia. En las tiendas de recuerdo las vendes en botellas a precios abusivos (10 euros el cuarto de litro), y nada te garantiza que no sea simple agua del grifo. Por ello, yo mismo recogí agua del lugar exacto del bautismo, para que mi prima pudiera bautizar a su tercera hija con ella.

Por su importancia, toda la zona está inscrita como Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, incluyendo las diversas iglesias católicas, ortodoxas y luteranas, así como las pilas bautismales usadas a través de los siglos y la cueva en la que la tradición cree que vivió Juan el Bautista como eremita.

Madaba

Otra de las excursiones recomendadas, especialmente a los amantes de la historia, es Madaba, la ciudad de los mosaicos, que tiene como gran atractivo a la iglesia ortodoxa griega de San Jorge, donde se encuentra el primer mapa conocido de Jerusalén, en forma de mosaico del siglo VI. Los historiadores lo consideran el mapa más antiguo de la humanidad hasta ahora descubierto. El mapa, plasmado en el suelo de la iglesia en forma de mosaico, se conserva bastante bien y en el se puede ver la forma de la antigua Jerusalén romana, con el cardo como calle principal, que estaba porticada entonces, tal y como el mapa representa. En el mapa también se señalan ciudades y pueblos alrededor de la ciudad que ya entonces era sagrada para los judíos por albergar el templo. Por lo demás, Madaba es una pequeña ciudad jordana sin más. Es por ello que nosotros visitamos la iglesia de paso hacia el Mar Muerto, como suelen hacer la mayoría de turistas. En cualquier caso, toda esta zona está plagada de lugares de interés arqueológico, incluyendo castillos cruzados o fortalezas de Saladino. Por estas tierras peregrinaban los turcos y sirios a La Meca, y los judíos y cristianos a Jerusalén (también los musulmanes). 

Monte Nebo

Tras Madaba, vale la pena pararse también en este monte. La tradición sostiene que aquí es donde Moisés fue sepultado tras morir a la edad de 120 años. Aquí se construyó una iglesia en el siglo IV para recordar el lugar de la muerte del profeta Moisés, y se mantiene como lugar de peregrinación para los cristianos tal y como lo designó el Papa Juan Pablo II. Fuera, desde la cima del monte, se observa todo el valle del Jordán así como el mar Muerto, Jericó, Belén y en los días despejados, Jerusalén y la refulgente cúpula dorada de la explanada de las mezquitas. Los judíos y musulmanes también veneran a Moisés como profeta, y por tanto este monte es también sagrado para ellos. De hecho, las tres grandes religiones del libro creen que desde Nebo fue donde Dios mostró a Moisés la tierra prometida a su pueblo, pero a la que nunca llegó el profeta. 

En el monte se eleva una cruz serpentina, símbolo de la serpiente que cogió Moisés en el desierto, fusionado con la cruz en la que se crucificó a Jesucristo, que plasma la conexión teológica del cristianismo entre ambas figuras clave del Antiguo y Nuevo Testamento respectivamente. Tradicionalmente, este lugar se encuentra bajo la custodia de la orden franciscana.

Vale la pena visitar también los excelentes mosaicos de los restos de la antigua iglesia bizantina que aquí se alzaba. Ahora está todo cubierto por una estructura metálica para protegerlos de la intemperie y se ha habilitado la llamada basílica de Moisés, que mezcla dichos elementos antiguos con contemporáneos, donde los franciscanos celebran misas regularmente.

Mar Muerto

Finalmente, tras las paradas en Madaba y Nebo, el viaje desde Ammán acaba en el célebre Mar Muerto, lugar de desembocadura del río Jordán y punto más bajo de la tierra. Este mar es en realidad un lago en mitad del desierto, a 435 metros por debajo del nivel del mar. Es aquí donde la tradición cree que estaban ciudades como Sodoma y Gomorra. 

El calor es muchísimo más elevado que en cualquier otro punto de Jordania y la humedad muy elevada. Bañarse en este mar es muy curioso. Su alta concentración de sal me hizo flotar mucho más de lo que floté en las salinas de San Pedro en la isla caboverdiana de Sal. Su agua contiene una concentración nueve veces mayor sal por litro que la del mar Mediterráneo. Ello, junto con el resto de minerales presentes, la convierte en curativa para varias afecciones de la piel así como para la artritis. Además, la mayor presencia de oxígeno en el aire facilita a aquellos que padezcan de asma y otras complicaciones respiratorias. Por todo esto, el Mar Muerto es considerado como un lugar clave para tratamientos terapéuticos y de belleza. No es casualidad por tanto, que el lado jordano del Mar Muerto está plagado de resorts de cinco estrellas de gran lujo y calidad (y elevados precios). Aunque si buscáis conocer el Mar Muerto en un día, entonces podéis ir a la llamada playa turística "Ammán", de acceso libre. Nosotros optamos por quedarnos en el Kempinski, que además de la estupenda playa privada con acceso al Mar Muerto que incluye hamacas, sombrillas, duchas, jarros de barro procesado y personal con toallas y botellas de agua, también ofrece una red de gigantescas piscinas en las que broncearse, disfrutando de sus vistas al bello Mar Muerto. El hotel es muy grande y sus diferentes instalaciones están construidas a varios niveles de altura por lo que existen carritos de transporte gratuitos en todo el complejo.

El ritual aconsejado para bañarse en este peculiar mar, en el que no existe fauna ninguna, es el de untarse primero con sus lodos terapéuticos de cuerpo entero y secarse al sol quince minutos. A pesar de ser abril cuando lo visitamos, el calor era sofocante. Cuando el barro esté seco, llega el turno de meterse en el agua y retirarlo. Eso sí, muchísimo cuidado con chapotear o mojaros los ojos. Debido al calor, cometí el error de mojarme casi todo el pelo tumbado como estaba en el agua. Sin embargo al levantar la cabeza, gotas chorrearon por mi cara entrando en mis ojos. El picor es inaguantable y de golpe me resultó imposible abrir los ojos. Los hoteles suelen estar preparados para estos casos y personal del Kempinski, en el que nos quedamos, se percató de mi situación y vino a socorrerme, llevándome de la mano hasta una de las duchas de agua dulce situadas a pie de playa, donde poco a poco pude retirarme las saladísimas gotas de mis pobres ojos, recuperando la visión. En cualquier caso, tras retiraros la costra de barro tanto en el mar, como en la ducha de agua dulce si quedaran restos, comprobareis como la piel se os queda suave como nunca. Todos estos resorts cuentan con spas que ofrecen todo tipo de tratamientos con los barros y lodos del Mar Muerto, incluyendo masajes o envoltorios de cuerpo entero, así como máscaras faciales.

Os animo a visitarlo cuanto antes (también se puede hacer del lado israelí o palestino), ya que en los últimos cincuenta años ha perdido un tercio de su superficie, debido a la sobre-explotación de las aguas del río Jordán y sus afluentes así como a la aceleración de la evaporación debida al cambio climático.

Además de estas, también existen otras posibilidades de excursión desde Ammán, destacado especialmente la visita a las ruinas romanas de la antigua ciudad de Jerasa, unas de las mayores del imperio, el gigantesco castillo cruzado de Kerak o las cataratas de Ma´In. Sin embargo, mi tiempo era limitado y tuve que priorizar. Cuando vuelva a Jordania las visitaré.