Tras tres días en La Habana después del viaje a la provincia
de Pinar del Río, nos fuimos esta vez de excursión hacia el este de la isla, concretamente a las
provincias de Sancti Spiritus y Cienfuegos. Nuestra primera parada sería
Trinidad.
Esta ciudad fue una de las siete primeras que estableció el
conquistador español Diego Velázquez de Cuéllar en Cuba en el año 1515. Y es la que mejor
se preserva. Paralizada en el tiempo, conserva monumentos sobretodo de los
siglos XVIII y XIX, cuando creció como centro azucarero. En efecto, tras un
siglo XVII decandente, sin casi comunicaciones con La Habana y siendo asaltada
por piratas de todo tipo, Trinidad alcanzó una nueva gloria a finales del XVIII
cuando decenas de refugiados franceses comenzaron a llegar en masa huyendo de
la revolución en Haití. Estos instalaron más de 50 molinos de azúcar en el
cercano valle de los Ingenios, llegando a producir un tercio de todo el azúcar
cubano. Con todos esos ingresos se construyeron los bellos edificios que hoy
forman el casco histórico de Trinidad. Tras las guerras de independencia contra
España de finales del XIX, las quemas de los campos de azúcar llevaron a una
decadencia de la ciudad que entró prácticamente en coma, dejando intactos los
edificios de la era dorada. Esta parálisis económica contribuyó a que ningún nuevo edificio fuera construido por lo que el centro histórico se conservó tal cual. De hecho, en
1965 la ciudad entera fue declarada monumento nacional. 28 años más tarde, la
UNESCO la declaraba Patrimonio de la Humanidad, y llegaron las primeras ayudas
para restaurar edificios históricos. Además, el turismo empezó a interesarse
por esta joya colonial, por lo que siguieron entrando divisas.
Actualmente hay más de 300 casas particulares ofreciendo alojamiento, además de tres
hoteles. El encanto que guarda Trinidad, además de estar intacta, es que todas
las casas del casco histórico están habitadas, con lo que turistas y locales se
mezclan, y la vida en Trinidad es totalmente normal. Las calles empedradas ven
pasar Chevrolets de hace 50 años juntos con carros a caballo y tractores que
llegan de los campos cercanos. La grandiosidad pasada de Trinidad también se ve en las cantidad de vías que hay tendidas y las locomotoras y vagones que se usaban antiguamente.
Decidimos por tanto alojarnos en alguna de esas casas particulares
y topamos con la de Araceli Reboso Miranda, en la calle Lino Pérez nº 207.
Además de servir deliciosa langosta (eso sí, algo más cara que la que nos
sirvieron en Viñales), la casa cuenta con un terrado precioso donde tomar el
sol o disfrutar con las vistas de la ciudad. La habitación cuesta 25 CUC por
noche y caben hasta cuatro personas. Dispone de dos habitaciones. Tras nuestra llegada a la estación de autobuses (llegamos en
bus desde La Habana), nos dirigimos directamente a la casa particular a dejar
las bolsas. Araceli y su marido nos recibieron amablemente. Tras una
refrescante ducha, nos dispusimos a descubrir
Trinidad. Situada sobre una colina frente al mar Caribe, la brisa ayuda
a combatir el terrible sol tropical. Tras pasar una colección de callejuelas
bordeadas de coloridas casas coloniales, de techos altos y grandes portones de
madera, llegamos a la plaza mayor. En esta plaza ofició Fray Bartolomé de las
Casas la primera misa de la ciudad. Y Hernán Cortés, en aquella época
secretario de Velázquez, recrutó por aquí a mercenarios para su aventura en
México.
De la preciosa plaza, nos quedamos con la bonita portada de
la iglesia parroquial de la Santístima Trinidad. En uno de los extremos se
encuentra la antigua mansión de la familia Borrell, que luego fue propiedad de
un terrateniente alemán llamado Cantero y que actualemente alberga el Museo
Histórico Municipal. Nos decidimos a entrar para ver las maravillosas y frescas
estancias, de altísimos techos y enormes ventanales y puertas que facilitan que
corra el aire. Muchas de los cuartos están ambueblados recreando el estilo de
la casa en la época en la que estaba habitada. El bonito patio cuenta con una
torre alta desde la que el señor de la casa veía cuando llegaban los barcos al
puerto. Vale la pena pagar los 2 CUC de entrada sólo por subir a esta torre,
desde la que disfrutamos de unas preciosas perspectivas de la ciudad.
A pesar de que Trinidad cuenta con muchísimos más museos,
decidimos mejor pasearpor sus calles, disfrutar de sus mercaditos y curiosear
por las casas. En una de las ventanas a las que nos asomamos vimos una pequeña
fábrica de tabacos así como unos cuantos trabajadores que enrollaban las hojas para
formar puros. Cuando ya empezaba a oscurecer, volvimos a la casa particular
donde cenamos una deliciosa langosta con los acompañantes correspodientes:
arroz, frijoles, ensalada y como entrante una humeante sopa criolla.
Es curioso que el aspecto general de la ciudad durante el
día es como si estuviera paralizada en el tiempo, adormecida, con toda su
arquitectura, su silencio y el calor que hace. Sin embargo, por las noches, el
ambiente es increíble. Cuando salimos después de la cena, el parque Manuel Céspedes
estaba a rebosar de jóvenes y viejos, sentados o paseando. En las callejuelas
grupos de cubanos y turistas por igual iban y venían. Diversas casas de trova,
son y salsa ofrecían múisca en directo en sus ajardinados patios. Y en las
escaleras de piedra de la plaza mayor decenas de personas se apretujaban para
escuhar al conjunto que tocaba salsa en directo frente a la Casa de la Música.
Decidimos sentarnos a disfrutar de las canciones y ver como los locales bailaban
con los turistas mientras degustábamos unos mojitos. Allí tuvimos oportunidad
de hablar con varios cubanos muy simpáticos que nos contaron sus opiniones sobre
la situación de Cuba. En general eran bastante críticos.
Al día siguiente nos pusimos en modo playa y tras desayunar
tomamos un gracioso Coco Taxi poniendo rumbo a la cercanísima playa Ancón. Por
primera vez en mi vida iba a bañarme en el mar Caribe. Tras bajar la colina en
la que se encuentra Trinidad, llegamos a una playa de arena blanca y aguas
turquesas en la que el mar estaba a una tempertura perfecta. Nunca me había
bañado en un mar donde el agua estuviera templada. Tras una mañana en el
paraíso, volvimos a Trinidad para cojer el tren que hace el recorrido
Trinidad-Meyer. Aunque "tren" sería una manera bonita de llamar al cajón metálico
motorizado que tomamos, con ventanitas pequeñas y calor asfixiante. Eramos los
únicos no locales del tren. Tras media hora de recorrido por el precioso valle
de los Ingenios, nos apeamos en la parada llamada “Manaca Iznaga”. Aquí, en
1750, uno de los hombres más ricos de Cuba, el esclavista Pedro Iznaga, compró
una gran cantidad de terrenos. En mitad de ellos construyó su casa y al lado
una torre de más de 44 metros de altura desde la que controlaba que los
esclavos trabajaran bien en los cañares de azúcar. Cuando los quería convocar,
tocaba una enorme campana. La torre, en medio de aquel villorrio, es impresionante. Por un CUC nos subimos a ver las maravillosas vistas del valle,
rodeado de la sierra del Escambray, con una vía de tren que lo recorre, y sus
palmeras y cultivos... y el pueblecito de la torre en medio.
Al bajar, dimos una vuelta por el pueblecito, teniendo la
sensación de estar muy lejos de la civilización. También vimos uno de los
famosos ingenios (molinos de azúcar). Cogimos de nuevo el tren, cuando ya
anochecía, y tras un trayecto con murciélago en el vagón incluído, nos
dispusimos a cenar en Trinidad. Escogimos el mejor local: el paladar Sol y Son,
en la calle Simón Bolívar nº 283. Situada en otra de las antiguas mansiones,
este paladar pone sus elegantes mesas alrededor del bonito patio, rodeando la
fuente central. Aquí, un grupo local
toca y canta son cubano en directo. Los cubiertos son de plata, como los que
usaban las antiguas familias adineradas de la ciudad. Y las botellas de agua
son antiguos frascos de perfumes parisinos de la casa Guérlain del siglo XIX.
Eso demuestra el alto nivel adquisitivo y cosmopolistismo en el que vivían las
grandes familias de Trinidad. Con luz de velas podremos escoger entre una
amplia carta de la que recomiendo el cerdo al ron Havana Club. Delicioso. La
elegancia y calidad de los platos en este local destacan como un oasis dentro
de un país al que aún le queda mucho que mejorar en matería de restauración.
Una excursión a Trinidad nunca falla. Hay de todo y para
todos: arquitectura colonial, buena comida, museos, fiesta cubana, playas
paradisíacas, excursiones al campo, trenes del siglo pasado, paisajes
espectaculares y mucha gente amable. Venir por aquí es casi obligatorio si vais
a Cuba más de una semana. No os arrepentiréis.
Al día siguiente, antes de volver a La Habana, hicimos un alto en el camino en Cienfuegos. Esta ciudad fundada en 1819 por colonos franceses se diseñó de forma cuadriculada, con calles rectas y anchas. Entre su arquitectura ecléctica destacan los numerosos edificios neoclásicos. En el centro de todo el barrio histórico, que en 2005 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se encuentra el parque José Martí, con edificios tan bonitos como la catedral de la Purísima, el hermoso palacio del gobierno provincial con su cúpula gigantesca, el Teatro Tomás Terry (donde han actuado, entre otros, Enrico Caruso y Ana Pavlova) y el bello Palacio Ferrer, ahora Casa de la Cultura de la ciudad.
Dimos una vuelta por sus amplios bulevares, curioseamos por
sus tiendas y en una antigua librería encontramos unas partituras de diversas
melodías clásicas (Chopin, Dvórak...) que según parece son muy difíciles de
conseguir actualmente. La herencia francesa ha dejado miles de antigüedades
aquí. Especialmente concurrida es la calle de San Fernando, auténtico corazón
de la ciudad. Dimos una vuelta por el paseo del Prado, amplio, con soportales y
un precioso malecón con palmeras. Y como hacía mucho calor y estábamos
cansados, comimos algo en un mediocre restaurante estatal de comida italiana y
nos volvimos a La Habana en un coche particular que se ofreció a ello enfrente
de la estación de autobuses. Tras algo más de tres horas de carreteras pintorescas con algún que otro cartel revolucionario y de autopista nacional, llegamos a la capital. Nos ahorramos la mitad del precio del billete de
autobús y llegamos antes. Mejor, imposible.
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