Después del vistazo al panorama gastronómico de la capital
cubana que hice en el anterior post, os cuento en este todo lo que visité. El día que aterricé, por la noche,
nuestra amiga nos llevó a celebrar el primer Día Internacional del Jazz,
proclamado por la UNESCO el 30 de abril. Fuimos al magnífico Teatro Mella, por
cierto de estilo art-déco, donde algunos de los mejores artistas cubanos tocaron aquí durante un
par de horas, ofreciendo un gran espectáculo. Al salir nos tomamos unos
mojitos en el jardín del teatro y luego nos dirigimos a un local muy de moda
llamado Fresa y Chocolate, donde un DJ pinchaba música electro mientras luz láser
verde se disparaba en todas direcciones.
Esa primera noche nos fuimos a la cama tarde pero aún así decidimos
madrugar para acudir a la plaza de la Revolución. Era la marcha del 1 de mayo,
Día Internacional del Trabajo, por lo que cubanos de todas las ramas
profesionales y académicas salían agrupados a mostrar su apoyo a la revolución, colapsando las principales avenidas de la ciudad y llenado la
gigantesca plaza de la Revolución. No podíamos perdérnoslo. Recuerdo que la radio nacional se oía en
todas las esquinas gracias a altavoces gigantescos instalados por todo lugar. Los
locutores retransmitían lo que estaba pasando en la plaza y entrevistaban a
diversos testimonios. Miles de banderas
cubanas ondeaban al viento, portadas por los correspondientes manifestantes, mientras
las pancartas aludían a las luchas sociales.
Muchísimos de los participantes coreaban un repetitivo “Pa’ lo que
sea, Fidel”.
Diversos edificios importantes se encuentran en la plaza de
la Revolución, como el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el Teatro
Nacional de Cuba, el Ministerio del Interior con el gigantesco mural de la cara
del “Che” y su famoso “Hasta la victoria siempre” así como el Ministerio de las
Telecomunicaciones con otro mural y la cara de Camilo Cienfuegos y su también
famoso “Vas bien Fidel”.
Tras el espectáculo populista-comunista volvimos a casa
andando, observando a la muchedumbre. En mitad del camino algunos quedamos
fascinados por la cantidad de altos y elegantes edificios que jalonan las
avenidas del barrio del Vedado. Decidimos colarnos en uno para subirnos en la azotea y
tener una primera impresión de la ciudad. Era un tanto surrealista, puesto que
el edificio había perdido toda su elegancia y ahora se encontraba en mal
estado, con solo un ascensor funcionando e instalado de cualquier manera. Las
escaleras estaban que se caían y en general todo estaba descuidado y cutre.
Antes de volver a casa a descansar nos tomamos un batido. Una vez en la casa
particular nos acostamos un rato, levantándonos a la hora de la comida para
almorzar en casa de los padres de una compañera cubana del Master. Aunque ella
se encontraba aún en España estudiando, sus padres quisieron conocernos e
invitarnos a comer en su apartamento cerca del Malecón, donde nos sirvieron una
excelente comida tradicional de la que no puedo olvidar el exquisito flan
casero que nos preparó su madre.
Después de una larga sobremesa dialogando
sobre la situación del país, bajamos al Malecón, bastante decadente por cierto,
para caminar un poco hacia el imponente Hotel Nacional, tomar algo en sus
jardines y visitar sus instalaciones.
Antes de que anocheciera cogimos un par de taxis poniendo rumbo hacia la
Fortaleza de la Cabaña, para visitar esta estructura militar realizada por los
colonos españoles con el fin de defender la bahía y puerto de La Habana de
piratas o invasores extranjeros. Recordemos que esta ciudad era la perla
imperial española. El final de la tarde es la mejor hora para acudir a visitar la fortaleza, puesto que a las 20.30 empieza la famosa
ceremonia del "cañonazo", donde varios actores vestidos de traje militar del
siglo XVIII recrean la ceremonia que anunciaba el cierre del puerto, cuando se
echaban las cadenas a la entrada de la bahía así como un fuerte cañonazo para
avisar a toda embarcación que ya no se podía entrar ni salir. Con pólvora y
fuego se enciende el tremendo cañón, apuntando a la bahía. El disparo es muy
fuerte. Sin duda, una actividad digna de asistir.
Acabamos la noche paseando por los alrededores del Capitolio y el barrio chino de la ciudad, el único Chinatown del mundo sin chinos, pero con numerosos cubanos con ojos achinados, signo de algún
abuelo de ese origen. Un gran arco nos recibirá y los farolillos rojos se verán
aquí y allá. Si bien apreciamos que hay muchos restaurantes chinos en la calle
Dragones, lo cierto es que los mejores están en la perpendicular calle
Cuchillo. Nosotros cometimos el error de elegir la primera, y en el anterior post ya os conté el gran chasco que nos llevamos.
Finalizamos la noche el el Centro Cultural del Teatro
Beltrod Bretch, donde pinchaba un famoso DJ cubano de música house y
sorpredentemente muchos de los asistentes se sentaban en alguna de las diversas
sillas metálicas que rodeaban al DJ a escucharlo. La Habana seguía
sorprendiéndome por su modernidad. Aunque el cuerpo ya pedía con insistencia al menos una noche de salsa.
El tercer día en la ciudad decidimos consagrarlo a aprender
bien qué era y como se había producido la famosa revolución cubana. Para ello
nada mejor que dirigirnos al bellísimo Palacio Presidencial, conocido ahora como
Museo de la Revolución.
Este museo es imprescindible que lo visitéis con guía. Y
específicamente debéis pedir que os lo enseñe Elio, un amable viejecito que se
sabe la revolución al dedillo. Las actuales salas del Palacio muestran vitrinas
con cartas, mapas, objetos y recortes de periódico ordenados cronológicamente
para explicar el proceso revolucionario. En otra ala, las vitrinas explican las
grandes reformas que hizo el régimen de los Castro estos 58 años que llevan en
el poder. El resto de salas, como el elegante salón de bailes, el comedor
presidencial, el despacho del presidente, la sala de
gobierno (donde a principios de los sesenta decidió Fidel si lanzar una cabeza atómica sobre EE.UU. o no) o las majestuosas escalinatas se encuentran tal cual eran en la época dorada.
Tras finalizar la visita, nos dirigimos a la Plaza Vieja para
tomar algo en la famosa Factoría y relajarnos con un poco de son cubano en
directo. Después, remontamos por la calle Brasil rumbo al Capitolio buscando la
famosa Casa de la Música de Centro Habana, situada en los bajos un moderno
rascacielos de hormigón horrible. La muchedumbre que se agolpaba a sus puertas
nos hizo desistir y nos dedicamos a
deambular por Centro Habana, un barrio saturado de casas, sin apenas jardines,
y muy feo y humilde. Daba la impresión de ser una ciudad que hacía un año salía
de la guerra. Esta segunda vez que he estado en La Habana el barrio sigue igual de mal, nada ha mejorado. Tras este paseo decidimos no salir y dormir bien. Al día
siguiente salíamos de excursión a la provincia de Pinar del Río. Eso os lo
cuento en el siguiente post.
Al volver de la excursión, tres días después, nos fuimos de
fiesta a un jardín al aire libre llamado
El Sauce, en Miramar, donde una banda tocaba rock en directo. Y el domingo deambulamos por Habana Vieja, visitando la
Plaza de Armas, donde se encuentra el colonial Palacio de los Capitanes
Generales, donde vivían los gobernadores españoles de Cuba.
Actualmente alberga el museo de la ciudad. Esta plaza es famosa por sus decenas
de puestos de libros antiguos, a precios de libro nuevo, eso sí. Hay que
regatear muy bien. Uno de los más demandados es el de “100 horas con Fidel”,
del famoso periodista Ignacio Ramonet. Tras la comida en un restaurante de la
plaza, seguimos paseando y decidimos subirnos en la terraza del Hotel Parque
Central, para admirar el Capitolio así como los elegantes Centros Gallego y
Asturiano, que se hacían la competencia, y que fueron expropiados y ahora son
el Gran Teatro de La Habana y Museo de Bellas Artes, respectivamente. En mi segunda visita pude ver como el entorno del Parque Central ha mejorado y mucho. En primer lugar la apertura del Gran Hotel Manzana, el primer Kempinski en Cuba, que cuenta con unas galerías comerciales con tiendas de la talla de MontBlanc, Women´s Secret o Mango, lo nunca visto en La Habana. Por otro lado, pude visitar el imponente Centro Gallego, ya completamente restaurado, con una guía que nos fue explicando las diferentes estancias del edificio, donde destaca el gigantesco y elegante salón de bailes, con una acústica espectacular, así como el gran teatro.
Paseando por la calle Brasil, entramos también en el Museo
de la Farmacia Habanera, antigua farmacia Sarrá, fundada por el catalán José
Sarrá en 1886, siendo la segunda farmacia más importante del mundo en aquella
época. Sus interiores son enormes y los objetos que exhibe, muy curiosos. Las
paredes recubiertas de elegantes maderas y espejos dan testimonio de la
grandiosidad que algún día tuvo.
De ahí nos cogimos un almendrón (coches de época que hacen
una ruta determinada a los que subir cuesta 50 centavos de dólar) en Paseo y
Neptuno hacia Vedado para encontrarnos con nuestra amiga Sandra, que nos llevó
al altísimo edificio FOCSA, una de las maravillas de la arquitectura cubana,
construido sin grúas. Durante un tiempo se utilizó para alojar a los cientos de
funcionarios de la URSS que llegaban para apoyar la revolución en los años 60,
70 y 80 del pasado siglo. Nos dirigimos a la planta 33 donde “La Torre”, un
restaurante del Estado, goza de una de las mejores vistas de la ciudad. Es en
ese momento cuando me di cuenta que realmente La Habana es una gran ciudad de
verdad, con largos bulevares y avenidas y edificios de todo tipo. Tras bajar y
tomarnos un helado en la mítica heladería Coppelia de Vedado, nos dirigimos al Hotel
Habana Libre, antiguo Hotel Hilton, que fue tomado por las armas y expropiado
por los “barbudos” revolucionarios al
principio del nuevo gobierno. De hecho, en la planta 23 estableció Fidel
su despacho general durante largo tiempo. En mi segunda visita a la ciudad me alojé en la suite 2328, a solo dos habitaciones de la 2324, donde vivió Fidel varios años. Tomamos el ascensor y tranquilamente
ascendimos hasta el piso 25 donde un elegante salón de desayunos, a esas horas
vacío, también ofrecía unas vistas espectaculares de la ciudad. El desayuno que disfruté en esta segunda estancia no era nada del otro mundo, pero las vistas seguían siendo maravillosas, con la magia que le dan los halcones sobrevolando el hotel. Tras tanta
vista, nos dirigimos caminando hacia las elegantes escalinatas de la famosa
Universidad de La Habana, desde las que Fidel ha ofrecido innumerables
mítines.
Al día siguiente volvimos a la Habana Vieja para ver su
modesta catedral de San Cristóbal, así como la colonial plaza de la misma. En mi segunda visita decidimos descifrar nuestro destino y pagar a las santeras que se sientan en los arcos de la plaza. Allí una de ellas me leyó las cartas, me bendijo y me dio consejos para protegerme del mal, aunque me pareció una charla bastante generalista y no me impresionó en absoluto. Desayunamos en el
Museo del Chocolate, como ya os conté. Deambulamos un poco más por la
concurrida calle Obispo, auténtica vía central del casco antiguo de la ciudad,
y allí nos colamos en varias librerías para dar un vistazo y comprar alguna
novela curiosa, y que la mayoría no superaban de precio un dólar. También
entramos en un mercadillo de recuerdos así como en tiendas de música. Además de
la gente, los maravillosos edificios de esta calle hacen que dar una vuelta por
aquí nunca sea aburrido. Volvimos a comer en la Asociación Canaria de Cuba,
porque los platos estaban buenos y eran baratos. Aproveché para dar un último vistazo al modernista rascacielos que construyó la empresa Bacardí para albergar sus sedes centrales. Curioso el murciélago que corona el edificio. Luego dimos una última
vuelta por el Malecón, para admirar algunas estatuas así como la elegante embajada
de España, antiguo palacio de los Velasco. En el Malecón habían numerosos
cuadrados excavados en la roca que hacían las veces de improvisada piscina
donde niños y pescadores se refrescaban del abrasador sol tropical. Por cierto, fue muy entrañable también ver pasar un autobús rojo de la EMT valenciana, haciendo una de las rutas de los buses públicos de la ciudad.
Remontamos
luego el paseo del Prado, perdón, de Martí, sorprediendonos que uno de los teatros estaba cubierto de
estatuas de hormigas gigantes, y cogimos un almendrón rumbo a Vedado de nuevo.
Allí, cenamos en el restaurante Carmelo y vimos una nueva película francesa en
el cine Riviera: “Ma part du gateau”. Al día siguiente marchamos a Trinidad y
Cienfuegos y cuando volvimos nos tomamos los últimos días con calma,
disfrutando de paseos por el Vedado, tanto de día como de noche, por cierto
sorprendidos por el ambientazo en el Malecón a altas horas de la madrugada
alrededor del Hotel Nacional, que en mi segunda visita había decaído un poco. En un momento dado nos acercamos a ver la curiosa Tribuna Antiimperialista, construida enfrente de la Sección de Intereses de los EE.UU., en respuesta a los mensajes en pantallas que la Sección lanzaba a los cubanos. Unos cuantos arcos metálicos culminaban en una tribuna en cuya parte de atrás cientos de palos de bandera tapan la visión del edificio estadounidense. No pude imaginarme una bandera ondeando en cada palo. Debe ser mareante. Actualmente el edificio ya es oficialmente la Embajada de los Estados Unidos.
Al día siguiente nos pasamos por el mercado agropecuario más famoso de
la ciudad, en Vedado entre A y B donde se encuentran las mejores verduras y frutas
frescas. En Miramar visitamos la enorme maqueta de la ciudad, donde están
representadas todas las calles y casas de La Habana a escala 1:1000, siendo una
de las más grandes del mundo. Hay incluso binoculares para poder apreciar los
diferentes detalles. Aunque sinceramente, está dirigida más hacia público
experto, como arquitectos o urbanistas, que para turistas. En mi segunda vez pude ir un poco más al norte de Miramar, hacia el barrio de Playa, y visitar el estudio, taller y vivienda del artista cubano José Fuster, (muy influenciado por Gaudí y por Picasso), un complejo llamado Fusterlandia, con trencadís de colores y una estética abstracta. Aquí todo su universo creativo sale a la luz, con fuentes, piscinas, arcos, puentes y cubiertas de cientos de colores así como estatuas y murales. Galerías muestran sus cuadros y bocetos e incluso hay varias de sus obras a la venta, de la que pude comprar una pequeña. El artista representa decenas de símbolos cubanos, como la palmera o el gallo, así como la bandera cubana o diferentes paisajes. Fuster también ha ido decorando las vallas y balcones de decenas de casas vecinas en un proyecto que él llama "La Alegría de Vivir". Tanto para ir como para volver de Fusterlandia tomamos sendos descapotables de los años 50: uno rojo para ir, más pequeño, y un gran Chevrolet rosa para volver. Recorrer el Malecón con ellos es una delicia y una experiencia que recomiendo encarecidamente, así como la agradable Quinta Avenida de Miramar, con sus mansiones, embajadas e iglesias. Destaca la gran torre de la antigua embajada soviética, coronada por varias antenas, que es la actual embajada rusa, y que muestra de las estrechas relaciones que tuvo la antigua gran potencia con la isla caribeña.
Eso sí, nuestras últimas comidas fueron grandiosas: almorzamos
en la Cocina de Lilliam, en Miramar, como ya conté en el anterior post, y
cenamos en Le Chansonnier, en Vedado. Luego fuimos a tomar una copa a Riomar,
un nuevo local de Miramar y acabamos bailando en el animado Don Cangrejo, un
local al aire libre y con acceso al mar donde se mezcla la música cubana, el
reaggeton, el house y la música del momento. La segunda vez también fui a lugares más que recomendables: La Cocina de Esteban, el Guajirito y el mítico paladar La Guarida. De fiesta salimos al Cabaret Las Vegas y también al mítico Café Cantante, ambas fiestas LGTB friendly donde disfrutar de un mítico espectáculo de cabaret cubano, con parejas bailando salsa, un presentador haciendo chistes e ingeniosas drag-queens.
Finalmente, y como está al lado del hotel, visitamos el Espacio Artístico del Pabellón Cuba, en plena rampa, donde se concentran un gran número de puestos con artesanía y productos hechos en Cuba, incluida ropa, calzado, libros o objetos de decoración. También hay puestos de comida barata así como escenarios donde se canta salsa o son cubano en directo y la gente baila.
Finalmente, y como está al lado del hotel, visitamos el Espacio Artístico del Pabellón Cuba, en plena rampa, donde se concentran un gran número de puestos con artesanía y productos hechos en Cuba, incluida ropa, calzado, libros o objetos de decoración. También hay puestos de comida barata así como escenarios donde se canta salsa o son cubano en directo y la gente baila.
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